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sábado, 11 de diciembre de 2010

LA CIA en 1966

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Argentina bajo la lupa de EE.UU.
Documentos desclasificados de la CIA demostraron la influencia de esa agencia durante los años 60 en la Argentina. César Tcach.

05/12/2010 00:02 | César Tcach - Director de la Escuela de Formación Política de la UNC (*)




Tim Weiner, el célebre periodista de The New York Times que ganó el Premio Pulitzer por sus investigaciones sobre los servicios secretos estadounidenses, recordaba hace algún tiempo que durante la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos carecieron de un servicio central de inteligencia y, por ende, su información sobre Alemania y otros enemigos dependía de la inteligencia británica.

Al finalizar la guerra, la afirmación de Estados Unidos como principal potencia mundial de Occidente condujo a la creación, el 18 de septiembre de 1947, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

El marco ideológico de la iniciativa del presidente Harry Truman (1945-1953) estaba marcado por la doctrina que lleva su nombre: cualquier intervención de la Unión Soviética en cualquier país del mundo sería considerada un ataque a los Estados Unidos.

Los objetivos de la flamante CIA eran de tres tipos: a) construir un servicio de información global para la elaboración de diagnósticos políticos; b) diseñar posibles escenarios de situaciones futuras en diversos países y sugerir cursos de acción; c) planificar operaciones encubiertas.

En su libro Legado de cenizas , Tim Weiner recuerda que la primera operación exitosa de la agencia se produjo con motivo de las elecciones italianas de abril de 1948: para evitar el triunfo electoral del partido comunista “en la cuna de la cultura occidental” se transfirieron millones de dólares a la Democracia Cristiana y a la Acción Católica. Las operaciones de blanqueo de dinero que implicaban estas acciones se realizaban a través del Plan Marshall.

El engranaje. Los documentos desclasificados del Departamento de Estado, la CIA y la embajada norteamericana en Buenos Aires durante los años ’60 revelan que en la embajada funcionaba un organismo interno denominado Political Section, que se encargaba de la elaboración de fichas de las autoridades de gobierno y figuras de la oposición.

Estos perfiles combinaban varios géneros: la biografía, el análisis histórico, el retrato psicológico y el ensayo político. Develan, asimismo, los valores culturales de quienes los elaboraban: saber o no inglés, haber viajado o no a los Estados Unidos, o la “modernidad” de los planteos económicos –entendida ésta como la antítesis de los planteos populistas y nacionalistas– eran ítems que operaban como constantes en las evaluaciones de la embajada.

Los integrantes de la Political Section –como John Brogan, o el consejero político Ellwood M. Rabenold– cumplían a veces una doble función: eran agentes activos en la búsqueda y obtención de datos y analizaban el material obtenido. Después de la supervisión del embajador, toda la información era enviada al Departamento de Estado para elaborar nuevos análisis, cuadros de situación y diagnósticos eventualmente útiles para la toma de decisiones.

En temas de interés mayor, la información era enviada a la CIA, lo que pone de relieve la fluidez de las relaciones entre ésta y la embajada. La comunicación se realizaba a través del sistema de aerogramas de la legación diplomática norteamericana.

El engranaje burocrático destinado al espionaje político recorría diversos periplos en busca de materia prima: almuerzos y cenas, reuniones sociales, entrevistas con políticos, militares y periodistas, e, inclusive, entrevistas colectivas con informantes clave.

La viabilidad de este despliegue de recursos humanos y organizacionales se correlacionaba con la recepción favorable encontrada en muchos dirigentes argentinos de primera línea, quienes consideraban una distinción las conversaciones reservadas con funcionarios de la embajada. Así lo testimonian los encuentros de Oscar Alende con Clark, de Américo Ghioldi con John Brogan, de Mariano Grondona con Elkin Taylor, o de Julio Alsogaray con los agentes de la CIA en el preludio al golpe militar de junio de 1966.

Perfiles psicológicos. Los retratos que elaboraban los diplomáticos no se limitaban al aspecto político. Eran verdaderos perfiles psicológicos. Las observaciones se extendían también al estudio del carácter y temperamento e incluían cuestiones de vida privada. Algunos ejemplos de las presidencias de Illia y Onganía son ilustrativos al respecto:

1) Arturo Illia: era caracterizado como un “honesto pero descolorido” médico y político de provincia.

2) Ricardo Balbín: era retratado como “el prototipo de un radical argentino: (...) de clase media en sus gustos y vida personal, honesto, trabajador y algo provinciano en sus puntos de vista (...) Sus visiones sobre asuntos económicos parecen haber cambiado poco desde los días de Yrigoyen”.

3) Juan Palmero (ministro del Interior de Illia). En su ficha se puede leer: “Se lo considera una persona muy perspicaz y de sentido práctico, pero no de intelecto. Como político, se lo considera astuto. (…) Bebe poco y fuma con moderación”.

4) Luis León (presidente de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados): “Inteligente, bien informado y una persona políticamente sólida. Viste bien, luce gallardo con sus bigotes y da la impresión de ser un tanto pomposo. Aunque ha viajado mucho, nunca ha estado en los Estados Unidos”.

5) Luis Caeiro (secretario técnico y de prensa de Illia): “Tiene dos valores importantes, una gran habilidad administrativa y una personalidad persuasiva”.

6) General Osiris Villegas: tiene una “querida”, que se llama Juana Martínez y es bailarina del Colón. Cuando viene a Buenos Aires, vive con ella. Esto es algo que, por razones obvias, Onganía desaprueba.

7) General Onganía: se recela de su carácter hermético y se constata que sólo dos militares lo trataban de “che” (los generales Rauch y Laprida).

8) Arturo Frondizi: se ironiza acerca de su fe democrática. Un documento de septiembre de 1966 aludía a su “ardiente” apoyo al general Onganía.

Este trabajo sistemático, rutinario y oculto de búsqueda de datos personales y políticos constituía un insumo básico en los análisis que conducían a la toma de decisiones. Al igual que los documentos revelados hoy, medio siglo después, por Wikileaks, se advierte una mirada poco complaciente con los principales actores de la política argentina. Así, el peronismo en su conjunto era caracterizado como “una red bizantina de alianzas cambiantes y doble discurso”.

En la mirada que domina la elaboración de los documentos mencionados, subyace una crítica a los valores de la cultura política argentina.

El análisis que el embajador Mc Clintock hacía del dirigente radical Arturo Mor Roig era didáctico al respecto: “No demuestra la pedantería que se encuentra en muchos argentinos. Ni la pomposa egolatría que se halla tan frecuentemente. En su lugar, demuestra un sólido sentido de humildad y empeño honesto. Es un trabajador incansable, organizador prominente y un negociador paciente”.

En la óptica del embajador, estos valores no eran moneda corriente entre los dirigentes políticos argentinos.

(*) César Tcach es coautor del libro Arturo Illia: un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966 .

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