VIVA CRISTINA FERNANDEZ de KIRCHNER NOBEL de la PAZ 2013 ¡¡¡

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Córdoba, Argentina



19 y 20 de diciembre de 2001.-



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jueves, 7 de enero de 2010

LAS ALTERNATIVAS ANTICAPITALISTAS

07-01-2010



Entrevista con Josep Maria Antentas y Esther Vivas sobre su libro
"Diez años después de Seattle la necesidad de una alternativa anticapitalista es más evidente para muchos activistas"


Salvador López Arnal
Rebelión




Josep Maria Antentas es profesor de sociología en la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del QUIT (Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el treball). Esther Vivas es periodista y forma parte del CEMS (Centre d’Estudis sobre Moviments Socials de la Universitat Pompeu Fabra). Autores de muy diversas, conocidas y reconocidas publicaciones sobre soberanía alimentaria, movimientos alterglobalizadores, cadenas de distribución y deuda externa, son además de ello, y en consistencia con ello y con la undécima tesis marxiana, activistas incansables, luchadores que piensan con su propia cabeza y con un alma alzada contra todo tipo de injusticias. De esos admirables militantes, que, como quería Brecht y cantaba Silvio Rodríguez, combaten toda la vida y son, con ello, imprescindibles, simplemente imprescindibles.
La conversación que hemos mantenido se centra en su último libro: De Seattle a la crisis de Wall Street. Algunas de sus numerosas publicaciones y artículos pueden verse en: http://esthervivas.wordpress.com.

*

Vuestra última publicación, última si no ando errado (es muy posible que tengáis alguna o varias más en la recámara), lleva por título De Seattle a la crisis de Wall Street. ¿Qué materiales componen este nuevo libro?

Esther Vivas: El libro está compuesto por varios artículos que repasan los diez años de protesta del movimiento “antiglobalización”, haciendo especial hincapié en las movilizaciones en el Estado español, en las citas internacionales más relevantes, y en las alternativas que se plantean. Intentamos ofrecer una panorámica retrospectiva que permita tener una comprensión de conjunto de lo que ha sido esta década de resistencias globales.

La batalla de Seattle afirmáis inauguró un período de auge del movimiento antiglobalización. ¿Por qué fue tan importante lo sucedido en Seattle? ¿No hemos exagerado un poco?

Esther Vivas: Seattle marcó un punto de inflexión en el ascenso de las movilizaciones “antiglobalización” que se habían ido gestando durante toda la década de los años noventa. Los inesperados acontecimientos de Seattle tuvieron un fuerte impacto político, social y mediático por el lugar donde sucedieron, en el corazón de los Estados Unidos, y en una ciudad símbolo de la “nueva economía”, así como por la radicalidad de las protestas, con el bloqueo físico de la sesión de inaugural del Encuentro Ministerial de la OMC, y por el fiasco y parálisis de las negociaciones debido a los desacuerdos entre los países del Sur y los Estados Unidos y la Unión Europea. Seattle inspiró a toda una nueva generación militante, marcando un antes y un después en la percepción que la opinión pública mundial tenía sobre la globlización neoliberal y sus artífices.

Josep Maria Antentas: Cuando irrumpió el movimiento en Seattle, las primeras reacciones de los medios de comunicación y de los círculos políticos y económicos fue denunciarlo como una amalgama incoherente de grupos con demandas contradictorias sin futuro. Contrariamente a ello, el empuje de Seattle se rebeló no como algo efímero, sino como el inicio de una nueva etapa, de un ciclo internacional de luchas que tomaba a la crítica a la globalización como su elemento motriz. No muchos años después de la proclamación del “nuevo orden mundial” de Bush padre, de las tesis del fin de la historia de Fukuyama y del apogeo del neoliberalismo, codificado en el Consenso de Washington, emergía un movimiento que lo impugnaba. Con la irrupción de esta ola “antiglobalizadora” miles de personas se identificaron con las protestas emergentes y tuvieron la sensación de formar parte de un mismo movimiento y compartir unos objetivos comunes, y parecía que cada vez más sectores empezaban a ver sus problemas concretos desde una óptica global y a percibirlos, difusamente, como parte de un proceso más general.

Habláis a lo largo del libro de movimiento sociales. ¿Qué es un movimiento social? ¿Es antagónico a los partidos tradicionales de izquierda?

Esther Vivas: El debate sobre la política y la relación entre partidos y los movimientos sociales es algo que ha ido evolucionando en el seno del movimiento a lo largo de estos diez últimos años. Tras Seattle hubo un cierto optimismo “antiglobalizador” y los discursos dominantes eran los de Negri, Holloway... como ‘cambiar el mundo sin tomar el poder’, entre otros. Pero con el paso del tiempo, y a medida que el movimiento se iba confrontando a nuevas pruebas y retos, esta dinámica fue cambiando. La nueva situación política tras el 11S y el impulso de la ‘guerra global contra el terrorismo’, la dificultad por parar las políticas neoliberales, el ascenso de experiencias gubernamentales de izquierda en Latinoamérica, ya fuesen fallidas, como la de Lula en Brasil, o positivas, aunque contradictorias, como las de Venezuela, Bolivia, Ecuador.... evidenciaron, de forma incipiente y contradictoria, los límites del “movimentismo” y de la ilusión de autosuficiencia de los movimientos sociales. Cambiar el mundo se ha revelado en estos diez años como una tarea mucho más difícil de lo que imaginaron la mayoría de los manifestantes en Seattle y esto plantea debates estratégicos y la cuestión de dar también una respuesta en el terreno político.

Josep Maria Antentas: El gran reto de fondo es articular un referente político atractivo para el grueso de militantes hoy desorganizados, para los sindicalistas combativos y los activistas sociales, que a pesar de luchar contra las políticas de la izquierda social-liberal se encuentran con el dilema de votar instrumentalmente por ésta (o por opciones subalternas) frente a la derecha o quedarse en la abstención resignada. Sigue habiendo mucho escepticismo entre el grueso de los activistas sociales acerca de la posibilidad de articular una alternativa anticapitalista en el plano político, pero es verdad que hoy, diez años después de Seattle, su necesidad va apareciendo como más evidente ante los ojos de muchos activistas, aunque muchas veces de forma imprecisa o contradictoria.

Los movimientos sociales tradicionales (feminismo, antimilitarismo, desobediencia civil), ¿se han integrado bien en los movimientos antiglobalizadores?

Josep Maria Antentas: El movimiento “antiglobalización” atrajo a una amplia variedad de grupos, organizaciones..., y tomó rápidamente la forma de un movimiento generalista y desarrolló una identidad abierta e inclusiva, que compatibilizaba la crítica general con el respeto de las problemáticas particulares. De ahí su caracterización como “movimiento de movimientos” que, aunque creo que era excesivamente optimista, al menos capturaba bien la forma del movimiento en su fase de expansión.

Esther Vivas: En el transcurso de las contra-cumbres y los foros sociales han coexistido una gran variedad de movimientos y organizaciones de temática y naturaleza muy distinta, desde feministas pasando por campesinos, ONGs, ecologistas, sindicalistas, antiguerra, etc. Aunque su peso relativo en el movimiento “antiglobalización” ha sido variable, casi todas las temáticas han encontrado su espacio en los foros y campañas que se han llevado a cabo. Al comienzo del movimiento algunas organizaciones nacidas en un periodo anterior tuvieron dificultad para adaptarse al nuevo periodo. No todos entendieron, en un primer momento, el significado del ascenso de la “antiglobalización”, aunque posteriormente la mayor parte de ellos participaron activamente en el mismo.

Decidme algún éxito importante del movimiento antiglobalización durante todos estos años.

Esther Vivas: La realidad es que el movimiento ha tenido muy pocas victorias concretas y su capacidad para detener políticas regresivas o arrancar demandas ha sido muy limitada y cuando se han conseguido éstas han sido, a menudo, precarias o temporales. Pero en cambio el movimiento “antiglobalización” ha tenido un papel fundamental en contribuir a deslegitimar al neoliberalismo y a las instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio... consiguiendo colocar en el centro del debate las actividades de estas instituciones y el cuestionamiento de las mismas.

Josep Maria Antentas: Las protestas “antiglobalización” significaron el retorno de la movilización social, pero remontando desde niveles muy bajos. Consiguieron canalizar el malestar frente al neoliberalismo y contribuir a su erosión en el terreno simbólico e ideológico. El movimiento en estos diez años consiguió cambios de discurso, medidas retóricas, el reconocimiento formal de problemas y la necesidad de afrontarlos, pero no transformaciones de fondo, ni la parálisis de la lógica imperante, debido a la muy desfavorable correlación de fuerzas existente a escala global.

Uno de los artículos que habéis recogido lleva por título: “El Banco Mundial descarrila en Barcelona”. ¿Por qué descarriló? ¿Pensáis que llegaron a tener miedo o a dudar frente al empuje del movimiento?

Josep Maria Antentas: La conferencia del BM prevista en Barcelona era una actividad relativamente menor. A pesar de ello, el sólo anuncio de la presencia del Banco Mundial en Barcelona levantó un gran revuelo y actuó como una formidable “palanca” militante. Estábamos entonces en el momento de mayor empuje y visibilidad mediática del movimiento. Ante el revuelo montado por la movilización prevista, en un contexto donde las instituciones internacionales estaban en el centro de todas las críticas y se encontraban en la diana de un movimiento en ascenso, el Banco Mundial pensó que era mejor anular la actividad que no exponerse de nuevo a otro desgaste fuerte y pagó el precio simbólico de la cancelación de la conferencia.

Esther Vivas: Las movilizaciones, en junio del 2001, contra la conferencia que tenía que celebrar el Banco Mundial fueron un momento clave para el lanzamiento del movimiento “antiglobalización” en Catalunya y en el Estado español. En aquel momento, en plena fase de ascenso y de empuje inicial, la cancelación de esta conferencia fue una victoria simbólica para el movimiento. La campaña permitió la convergencia de un amplio abanico de colectivos, en un proceso preparatorio que contó con un gran dinamismo interno y un cierto optimismo militante.

La pregunta es muy amplia, pero os pido una respuesta breve: ¿qué balance hacéis de esta década de movilizaciones?

Josep Maria Antentas: El balance es contradictorio. Esta década de luchas ha mostrado que, contrariamente al discurso oficial triunfante de comienzos de los noventa, la historia no terminó y la resistencia al capitalismo tampoco. Hemos asistido al nacimiento de un nuevo ciclo internacional de luchas, a importantes procesos de removilización social y a la radicalización de capas significativas de la juventud. Pero las luchas sociales en estos últimos años han tenido una lógica globalmente defensiva y no han conseguido victorias que permitieran acumular fuerzas sólidamente y romper su carácter discontinuo e inestable. La excepción ha sido América Latina donde la crisis del modelo neoliberal ha sido profunda y el ascenso de los movimientos populares significativo, aunque la situación en el continente permanece incierta y abierta.

El libro traza un arco que finaliza con la crisis de Wall Street. ¿Cómo pensáis esta crisis? ¿Es una crisis financiera, inmobiliaria, de la especulación desmedida, del capitalismo?

Esther Vivas: La crisis actual es una crisis sistémica, una de las grandes crisis históricas del capitalismo, que tiene múltiples dimensiones, económica, financiera, social, ecológica, energética, alimentaria. Es importante combatir la explicación “oficial” que dice que la crisis es un mero problema financiero, resultado de los “excesos” de un puñado de banqueros y empresarios avariciosos e irresponsables. Es necesario señalar las causas de fondo de la crisis y denunciar los recientes discursos oficiales que nos quieren hacer creer que lo peor de la crisis pasó y que la salida es cosa de poco tiempo. De crisis tenemos y para rato.

Citáis en la presentación unas palabras de Daniel Bensaid: “la crisis es también una crisis de las soluciones imaginadas para superar las crisis pasadas”. ¿Pensáis entonces que los portavoces más representativos del capital no tienen soluciones novedosas en su agenda? ¿Qué debería señalar la izquierda entonces como “solución”? ¿La generación así en abstracto de una economía socialista?

Esther Vivas: Las políticas implementadas a lo largo de este año y las medidas propuestas por los líderes del G20 buscan mantener la lógica del actual modelo, realizando sólo cambios superficiales que permitan apuntalar los cimientos del sistema. Detrás de esta retórica, de frases grandilocuentes y proclamas de “refundación” del capitalismo, lo que hay es esencialmente un intento de transferir el coste de la crisis a los sectores populares, a las y los trabajadores, y socializar las pérdidas. Frente a ello, es necesario plantear otra agenda portadora de una lógica de ruptura con el actual orden de cosas. Es el momento de profundizar y radicalizar las alternativas, en el sentido de ir a la raíz de los problemas, de apuntar hacia el “núcleo duro” del actual sistema económico y no conformarse con retoques cosméticos, con la “moralización” del capitalismo o, simplemente, con la domesticación de sus “excesos” neoliberales.

Josep Maria Antentas: Ante la crisis un mero enfoque “antineoliberal” no basta. Pasar al “anticapitalismo” consecuente aparece como un desarrollo estratégico necesario para avanzar hacia este “otro mundo posible” defendido por el movimiento “antiglobalización”. Vista la realidad, el anticapitalismo aparece hoy como un doble imperativo, moral y estratégico, insoslayable. A veces se crítica al término por su carácter negativo, pero esto es sólo una verdad a medias pues el “anticapitalismo”, tal y como lo entendemos buena parte de quienes nos situamos en este campo, desemboca directamente en la formulación de propuestas alternativas a las políticas dominantes que apuntan hacia otro modelo de sociedad. Se empieza por el rechazo a lo existente para pasar después a la defensa de otra lógica opuesta a la del capital y la dominación. En la fase actual tenemos todavía dificultades para expresar una perspectiva estratégica “en positivo” y por afirmar tanto una perspectiva revolucionaria de transformación, como un horizonte de sociedad alternativo. Hacen falta todavía nuevas experiencias fundadoras para imponer nuevos conceptos o recuperar los antiguos para designar un proyecto de sociedad alternativo.

¿Sigue vivo el movimiento antiglobalización en vuestra opinión?

Esther Vivas: El movimiento ha ido evolucionando y transformándose a lo largo de estos diez años. A partir de finales del 2003 y comienzos del 2004, después de un primer periodo marcado por la centralidad y la visibilidad de las protestas “antiglobalización” primero y “antiguerra” después, las luchas sociales tendieron hacia una mayor dispersión y fragmentación. La imagen de un movimiento internacional coordinado, que actuaba como polo de atracción y de referencia, desapareció. El impulso inicial se agotó y el movimiento afrontó una fuerte crisis de perspectivas y crecientes dilemas estratégicos, pero es necesario señalar como de esas campañas, protestas y movilizaciones ha quedado un tejido fértil de iniciativas a nivel local y nacional que son, podríamos decir, “herederas” de Seattle.

Josep Maria Antentas: Creo que para entender la dinámica de las luchas en los últimos años tendríamos que diferenciar entre “resistencias a la globalización” y movimiento “antiglobalización”. Así, podemos decir que los últimos años hemos asistido a un aumento, aunque muy desigual y en medio de fuertes dificultades, de las “resistencias a la globalización”, entendidas como el conjunto de luchas frente a la globalización neoliberal (ya sean de ámbito local, nacional, sectorial o general), pero una pérdida de centralidad y empuje del movimiento “antiglobalización”, entendido como un movimiento de alcance internacional formado por un conjunto de organizaciones y colectivos que se ha expresado públicamente a través de contra-cumbres e iniciativas y campañas internacionales.

¿A qué retos se enfrentan en vuestra opinión los movimientos sociales contemporáneos?

Josep Maria Antentas: Tenemos por delante el desafío de transformar el malestar actual en acción colectiva y en el fortalecimiento de la izquierda social y política. La situación actual es paradójica. El descrédito del actual modelo es enorme y también lo es el malestar acumulado frente a él. Pero tenemos muchas dificultades para traducir este descrédito y malestar en resistencia colectiva. Ante un contexto de crisis, las reacciones de las y los trabajadores pueden estar dominadas por el desánimo, el miedo y el egoísmo, o por la rabia ante la injusticia, la movilización colectiva y la solidaridad. Y de momento parecen predominar en parte los primeros, aunque creo que no hay que ser pesimistas, y pensar que estamos todavía en una primera fase.

Esther Vivas: Es necesario trabajar para fortalecer la auto-organización desde abajo, en los centros de trabajo, estudio, barrio, y al mismo tiempo buscar la articulación y la coordinación de las distintas luchas. Hay que evitar que éstas queden aisladas y crear sinergias y espacios de convergencia.

¿Seguís creyendo que otro mundo es necesario? ¿Creéis que es posible? ¿Sabrías dibujar alguna arista de ese nuevo mundo más afable y justo?

Esther Vivas: Francamente, viendo como hoy funciona el mundo, es difícil negar la necesidad de “cambiarlo de base”. La crisis ha confirmado las críticas del movimiento “antiglobalización”. Lo que se denunciaba ya en Seattle es ahora todavía más flagrante y las alternativas que desde entonces se proponen son más necesarias que nunca.

Josep Maria Antentas: No existe un modelo alternativo acabado, pero si criterios e ideas fuerza que dibujan sus contornos generales, expresados por eslóganes como “el mundo no es una mercancía” y por las demandas y propuestas contenidas en las declaraciones de las asambleas de movimientos sociales de los Foros Sociales o en múltiples campañas unitarias. Todo esto, junto con las pequeñas experiencias alternativas en marcha ya en el mundo real, marca el horizonte general de referencia para las luchas.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor y entrevistados mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/

miércoles, 6 de enero de 2010

LA SOBERANIA SE RECUPERA ?

06-01-2010



Procesos politicos latinoamericanos frente a los desafios de la economía: Entrevista al investigador haitiano Camile Chalmers
Recuperando soberanía


Natalia Aruguete y Walter Isaia
Página/12


Se están desarrollando cambios importantes en América latina, con resultados sustanciales en términos del control de espacios estratégicos políticos y económicos. La reacción es una fuerte resistencia de los establishments locales.




Camile Chalmers propone promover la integración en América latina desde una mirada distinta de desarrollo, que aparte al mercado del centro de la escena y priorice las “necesidades de los pueblos”. El ALBA cumple con esas máximas, según el investigador haitiano. Invitado por el Centro de Estudios Económicos Cemop (Fundación Madres de Plaza de Mayo), Chalmers estuvo en Buenos Aires y dialogó con Cash sobre las transformaciones que se están dando en la región, en pos de una recuperación de la soberanía política y económica, y advirtió sobre la necesidad de aprovechar esos cambios para redefinir el proyecto de integración latinoamericana.
¿Qué desafíos enfrenta la región en términos de integración?

–América latina es el único espacio continental donde pasamos de la resistencia al neoliberalismo a la construcción de alternativas. Por eso tiene un peso determinante para el futuro de la humanidad. Por supuesto que hay contextos nacionales con factores políticos, económicos y sociales distintos, pero los pueblos del continente están recuperando su soberanía sobre los recursos estratégicos y sobre la política. Los veinte años de neoliberalismo fueron posibles porque hubo un control del juego político que terminaba siempre con el triunfo de las fuerzas neoliberales. Eso se ha socavado y estamos en momentos de redefinir ese juego político.

¿En qué dimensiones cree que se están dando los cambios?

–Uno de los principales signos es el surgimiento de gobiernos progresistas en América latina, más atentos a las necesidades del pueblo pero también a la creación de un instrumento nuevo de integración. El ALBA, por ejemplo, cambia de manera radical la perspectiva de los procesos de integración.

¿En qué sentido?

–En que pasamos de una visión neoclásica de la integración, que priorizaba la lógica de los mercados, a un proyecto de integración con raíz en el sueño bolivariano de conquistar una verdadera independencia, que permite redefinir todo el proceso. Por supuesto que la materialización de este proyecto, a través de la Unasur o del ALBA, encuentra muchos obstáculos.

¿Cuáles?

–Tenemos economías desarticuladas por la dominación de las empresas transnacionales, por el modelo extraccionista y por la dependencia creciente de las grandes empresas financieras internacionales, que aportan a la desintegración de nuestras economías.

¿Será posible articular las economías de América latina, considerando el peso que aún conservan las transnacionales?

–Es una lucha difícil, pero indispensable que implica varias rupturas en el modelo de desarrollo actual, en la relación entre política y mercado y en los supuestos básicos económicos, que pone a competir a los pueblos y a los trabajadores en una carrera por disminuir el costo laboral. La relación entre los países debe ser respetuosa de los modelos económicos y culturales. No hay proceso sostenible sin un cambio de paradigma en la mirada sobre el desarrollo y la integración.

¿En qué se diferencian el ALBA, el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones?

–Surgieron en contextos históricos distintos, muy difíciles de comparar. Lo importante es que el ALBA plantea cuestiones nuevas, como la voluntad política de llevar adelante el proceso de integración descentralizando el papel del mercado. El punto central ya no es el mercado, sino generar procesos de desarrollo centrados en las necesidades de la gente.

¿Existen diferencias a partir de la llegada de gobiernos progresistas en Centroamérica?

–Hay que ver dos planos: el de los hechos y el de la percepción. Se están dando procesos interesantes de cambio, pero al mismo tiempo hay una guerra mediática que ataca la percepción sobre estos procesos. En algunos casos, los cambios son muy frágiles y tienen límites, por eso hay que verlos como un proceso. En países como Bolivia o Ecuador se dan procesos de cambio muy fuertes, con resultados sustanciales en términos del control de espacios estratégicos políticos y económicos. Pero son transformaciones a largo plazo que todavía no se terminan de visualizar del todo.

¿Cómo impactan los acuerdos bilaterales que el gobierno de Estados Unidos firmó con varios países de la región en las florecientes estrategias de integración?

–Es un obstáculo importante. Estados Unidos implementó esta estrategia de firmar acuerdos bilaterales cuando no pudo implementar el ALCA. Esto crea muchas dificultades para armonizar un frente común. Creo que es momento de repensar una renegociación de esos acuerdos, como el Tratado de Libre Comercio para la República Dominicana y Centroamérica, donde los indicadores prometidos se están cumpliendo. Creo también que la crisis mundial es una oportunidad porque trae una contracción de la demanda para los mercados, que era lo que permitía la entrada al mercado norteamericano. Hay que aprovechar esta situación, plantear una renegociación e ir hacia acuerdos que respeten nuestros derechos y permitan dinamizar la economía nacional y regional.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-4112-2009-12-06.html

El culto a la Personalidad.

06-01-2010



Lo que no aprendió el Socialismo Burocratico del Culto a la Personalidad


Javier Biardeau R.
Aporrea




Las revoluciones democráticas y socialistas se definen por la participación de las multitudes, por el empoderamiento popular, por el protagonismo de las mayorías en las decisiones fundamentales que permiten superar las condiciones de explotación, coerción, hegemonía, exclusión y negación cultural. Una revolución democrática y socialista se desnaturaliza y desvanece cuando comienzan a aparecer los “operadores de sustitución” y los llamados “acróbatas audaces”. Cuando ya no es el pueblo organizado, ni el poder popular lo fundamental, sino la dirección de un partido (si es único mejor) o el culto a la infalibilidad del líder supremo, allí comienza no el “giro hacia la izquierda”, sino el "giro hacia la derecha"; y quizás, hacia la "extrema derecha".

El pensamiento marxiano, como una de las referencias del pensamiento crítico socialista, nunca postuló ni el culto a la personalidad ni la existencia de partidos únicos. Quienes si postularon el “principio del caudillo”, así como la existencia de un partido con estructura y disciplina militar, fueron los fascistas, nazis y falangistas; es decir, la extrema derecha.

El liderazgo revolucionario, democrático, socialista no puede confundirse con el “principio del caudillo” de cuño despótico, a pesar que las demandas, aspiraciones y expectativas de un colectivo de expresen o articulen de manera histórica y contingente en el “momento del líder”. Un lider puede condensar y catalizar, pero tiene que existir una fuerza popular a ser condensada, resumida y catalizada, para que no sea un simple espectáculo personalista. Pues lo que diferencia claramente la derecha de la izquierda, es la relación entre este “momento del líder” y el decisivo “momento del protagonismo popular”, como mandante de la decisión política fundamental, pues siempre será distinto “mandar obedeciendo al pueblo” que “mandar sometiendo al pueblo”.

Luego del colapso del “socialismo burocrático-despótico” en la URSS y de su zona de influencia, no puede postularse ningún socialismo para el siglo XXI, que no sea parte de una revolución democrática en sentido constituyente, como democracia radical, deliberativa, participativa y protagónica. Lo que define el avance o el retroceso revolucionario, es la profundización o no del proceso popular constituyente, de la democracia sustantiva, no la exaltación del partido único o de algún mito del cesar infalible. Pues no hay nada más sencillo para los instrumentos del Imperio, o para un “putsch” de las derechas oligárquicas, que decapitar políticamente a una dirección revolucionaria, que comience a mostrar graves síntomas de deslegitimación popular, o que deposite toda sus herramientas de lucha en el apoyo a cualquier líder con “pies de barro”.

El momento del líder requiere de bases sociales de apoyo fuertes, requiere de momentos de protagonismo popular decisivos, requiere de una multitud popular organizada y movilizada tras un proyecto histórico d eliberación. Obviamente, a los lideres históricos hay que preservarlos, pero no hay que elevarlos al “panteón de los semidioses”, a venerarlos con la mas rastrera adulancia palaciega, ni diseminar apoyos automáticos, o considerarlos infalibles.

Los líderes históricos se construyen en y desde el diálogo crítico con el protagonismo popular. No hay mejor apoyo a un liderazgo histórico, que la sustitución de un “pueblo-masa de maniobra”, por un pueblo protagonista de su historia, con base a su proyecto histórico de liberación.

Aquí podríamos aprender de la evaluación que realiza el historiador marxista venezolano Oscar Bataglini de los errores del mismísimo Bolívar en los comienzos de la fase Republicana de nuestra historia (de la República distante a la Colonia Interior; 2009, p.164), cuando señala que Bolívar: “(…) dispuso de todas las ventajas que potencialmente le hubieran permitido crear una estructura de poder político y militarmente estable, capaz de convertirse en fuerza hegemónica; es decir, en la dirección ético-política que guiara el proceso constituyente de las repúblicas suramericanas ( o al menos de aquellas en las que actuó más directamente) de acuerdo a las prefiguraciones contenidas en su proyecto político.”

Pero el mismísimo Bolívar no logra avanzar en la constitución de un centro de dirección política en parte por la persistencia de una dirección política unipersonal-caudillista, que “le impide disponer orgánica y permanentemente de la síntesis de un complejo de opiniones para reducir el margen de error en el diseño y ejecución de los planes políticos concretos que sirven para la realización del proyecto político”. Más que la simple adhesión o sujeción carismática con el “momento del líder”, Bataglini valora los principios que le otorgan legitimidad y la continuidad histórica del proyecto de liberación, púes allí reside el núcleo configurador de la praxis transformadora.

Ningún culto a la personalidad, ni bonapartismo, ni dirección personalista-caudillista, ni estilo de liderazgo autoritario, ni cesarismo puede estar por encima de la definición colectiva del proyecto político de liberación social. No se avanza en un proceso popular constituyente desde la debilidad de la conducción colectiva. Un Estado-Comuna puede colapsar en un Estado-Leviatán (como señala Aguilera del Prat: La teoría bolchevique del Estado socialista (2005), p.90-95) si se consolida un sistema de “nomenclatura” de fusión del Partido-único con el Estado, desparece el pluralismo competitivo, desaparezcan los dispositivos institucionales y populares de control del poder.

Una apología del culto a la personalidad, constituye la fase superior del sectarismo. Se trata de una mezcla explosiva de despotismo, que opera generando mayor entropía, desorganización, desaliento y disipación en los cuadros de dirección del proceso revolucionario, pues dada la ausencia de una efectiva radicalización de la democracia en un sentido sustantivo (que constituye la bandera política más importante de la revolución bolivariana para el empoderamiento popular), la llamada “democracia protagónica revolucionaria” se vivencia cada vez más como espejismo, es decir, como ilusión política.

Emergen voces que se dicen de izquierdas, pero que asumen las formas de discurso, propaganda y de legitimación de la peor de las derechas, la que rinde culto a la infalibilidad del “principio del caudillo”, cuyo origen fue, es y será de todos modos reaccionario. Lo plantearemos sin tapujos: el “principio del caudillo” es un principio simplemente fascista. Allí están Mussolini, Hitler y Franco, para muestra histórica de nuestros “aprendices del culto a la personalidad”. Las tendencias cesaristas y sectarias contribuyen con los espirales de descontento, desencanto y desconcierto (las 3D de la derrota) en las bases sociales de apoyo del proceso nacional-popular que se activó formalmente el año 1998.

Sus posturas de promoción de la lealtad ciega configuran debilidades, anticipan derrotas, y como ocurre en estos casos, sus estados de alienación subjetiva y sus cuadros paranoicos-regresivos proyectan los esperables “chivos expiatorios”, fuera del círculo de su propia responsabilidad política e ideológica. Al parecer no aprendieron de la derrota de la reforma constitucional, que en Venezuela no hay 4 millones de oligarcas. Allí no leen a Fidel.

El sectarismo en la “política de izquierdas” siempre conlleva una alta dosis de temeridad, desesperación e irresponsabilidad, de aventurerismo que deriva en la búsqueda de seguridad en el mito del mesianismo redentor. Esto no es nada novedoso en la historia del sectarismo, pero lo paradójico es que se acumulan innumerables ejemplos en la historia, y aún así, se siguen repitiendo los mismos consejos y errores. Se trata de una patética incomprensión de fondo de los procesos de transición al socialismo como proceso de cambio histórico-estructural de mediana y larga duración, en al menos un bloque de países, lo que supone que no hay socialismo en un solo país ni que se construya por decreto, desde arriba, sin la intervención protagónica y decisiva de las mayorías populares.

Si tan fervientemente aparentan ser lectores y diseminadores del marxismo soviético de los años 50, desde donde extraen como “novedad” la tesis de la “conciencia del deber social” (¿Toby Valderrama-Antonio Aponte & C.A. dixit?), perteneciente a los sintagmas del “código del constructor del comunismo” (frase que aparece así, literalmente, desvergonzado "calco y copia" del marxismo burocrático soviético), podrían pasearse por algunos enunciados del informe secreto de Nikita Khrushchev del 25 de febrero de 1956 (http://www.marxists.org/espanol/khrushchev/1956/febrero25.htm):

“Es ajeno al espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le permite prever todo, y, también, de un comportamiento infalible. Entre nosotros se asumió una actitud de ese tipo hacia un hombre, especialmente hacia Stalin, durante muchos años.”

Obviamente, la camarilla que controlaba el PCUS trataba de excusar sus responsabilidades colectivas tratando de enterrarlas con el cadáver de Stalin, pues se trataba de conservar intacto “los principios del Partido, de la democracia del Partido y de la legalidad revolucionaria”.

Así mismo, en los tan mal citados diccionarios y manuales soviéticos (Rosental y Iudin) se define por culto a la personalidad a la "Ciega inclinación ante la autoridad" de algún personaje, ponderación excesiva de sus méritos reales, conversión del nombre de una personalidad histórica en un fetiche." Según los manuales: "La base teórica del culto a la personalidad radica en la concepción idealista de la historia, según la cual el curso de esta última no es determinado por la acción de las masas del pueblo, sino por los deseos y la voluntad de los grandes hombres (caudillos militares, héroes, ideólogos destacados, &c.). Es propio de diversas escuelas idealistas atribuir un valor absoluto al papel de las personalidades eminentes de la historia (Voluntarismo, Carlyle, Jóvenes hegelianos, Populismo)."

Tomando como referencia los trabajos de Plejanov se reitera que "el marxismo-leninismo examina el papel de la personalidad, del dirigente, en estrecho vinculo con el curso objetivo de la lucha de clases, con la actividad histórica de las masas del pueblo. Ni siquiera la experiencia del más genial de los dirigentes puede sustituir la experiencia colectiva de millones de personas. El culto a la personalidad es profundamente adverso al marxismo-leninismo, que por su propia naturaleza, es la ideología de las inmensas masas trabajadoras, con cuyas manos se transforma la sociedad capitalista en comunista".

El llamado revisionismo soviético llegó a plantear que: "En la práctica, el culto a la personalidad socava los principios democráticos de los partidos comunistas y de la sociedad socialista. Sólo podrá asegurarse el éxito de la lucha contra el culto a la personalidad, tanto en la sociedad socialista como en los Partidos comunistas, si se desarrollan por todos los medios la democracia, los principios leninistas de la construcción del Estado y del Partido".

Se trata de volver al carril leninista, luego del despropósito Stalinista. Una fórmula que deja intacta a la ortodoxia bolchevique, y que no asume la crítica radical del pensamiento marxiano del imaginario jacobino blanquista. El asunto no estaba solo en el culto al individuo, ni en la violación del principio de la dirección colegial en el Partido, concentrando un poder limitado en las manos de una persona, sino que todo partido que liquide la diversidad, la democracia (interna y externa) y el desacuerdo, produce como contraparte del sectarismo, el culto a la personalidad. Y por ese camino, lo que se garantiza el reflujo del proceso popular constituyente. Es posible comprender históricamente la transfiguración de la revolución bolivariana como revolución nacional-popular en "revolución chavista", con su seguidismo ideológico del castrismo cubano, y todos los formatos asociados a este estilo político de bonapartismo de izquierda, incluyendo sus rituales de devoción a la personalidad heróica el "Comandante". Esto implica el acatamiento sin crítica de las expresiones en la opinión pública del Comandante, y la estigmatización de las críticas y desacuerdos, desde las descalificación de las manidos recursos a la traición, pasando por la infiltración de los servicios de inteligncia extranjero, hasta llegar a las amenazas. Un verdadero cuadro paranoico-regresivo que muestra las debilidad de este formato de mediación política.

Más que seguidismos ideológicos, de adulancias palaciegas, el destino de la revolución democrática y socialista en Venezuela se juega en la recuperación histórica de procedencias críticas como las que habitaron en algún momento de nuestra propia historia (sin necesidad de tutelaje ideológico extranjero) en tiempos del PRP (Partido Republicano Progresista) o en el propio PDN (Partido Democratico Nacional); es decir, organizaciones políticas que promovian el debate programático del ideario socialista en las condiciones específicas de la revolución venezolana. Pues allí al menos había debate ideológico y político del bueno, y no un permanente llamado policial a la disciplina, al silencio de los verdaderos problemas de la revolución, a la lealtad ciega y obediente, al "calco y copia" (o su versión siglo-XXI de "cortar y pegar") que parecen más afines a los espíritus de secta, que a la construcción de un profundo debate socialista para el siglo XXI.

De eso se trata, del socialismo desde múltiples perspectivas y corrientes de debate, y no al monologo que se impone desde la propaganda bancaria y desde nuestra estapa superior del sectarismo (Freire dixit), la que impone la cartilla monótona del culto a la personalidad.

http://aporrea.org/ideologia/a92730.html

martes, 5 de enero de 2010

EL POSNEOLIBERALISMO y el FUTURO

05-01-2010



El posneoliberalismo y sus bifurcaciones


Ana Esther Ceceña
Rebelión




El fin del neoliberalismo
El neoliberalismo tocó fin definitivamente con la crisis estallada en 2008. No hay vuelta atrás. El mercado, por sí mismo, es autodestructivo. Necesita soportes y contenedores. La sociedad capitalista, arbitrada por el mercado, o bien se depreda, o bien se distiende. No tiene perspectivas de largo plazo.

Después de 30 años de neoliberalismo ocurrieron las dos cosas. La voracidad del mercado llevó a límites extremos la apropiación de la naturaleza y la desposesión de los seres humanos. Los territorios fueron desertificados y las poblaciones expulsadas. Los pueblos se levantaron y la catástrofe ecológica, con un altísimo grado de irreversibilidad, comenzó a manifestarse de manera violenta.

Los pueblos se rebelaron contra el avance del capitalismo bloqueando los caminos que lo llevaban a una mayor apropiación. Levantamientos armados cerraron el paso a las selvas; levantamientos civiles impiden la edificación de represas, la minería intensiva, la construcción de carreteras de uso pesado, la privatización de petróleo y gas y la monopolización del agua. El mercado, solo, no podía vencer a quienes ya estaban fuera de su alcance porque habían sido expulsados y desde ahí, desde el no-mercado, luchaban por la vida humana y natural, por los elementos esenciales, por otra relación con la naturaleza, por detener el saqueo.

El fin del neoliberalismo inicia cuando la medida de la desposesión toca la furia de los pueblos y los obliga a irrumpir en la escena.

Los cambios de fase

La sociedad capitalista contemporánea ha alcanzado un grado de complejidad que la vuelve altamente inestable. De la misma manera que ocurre con los sistemas biológicos (Prigogine, 2006), los sistemas sociales complejos tienen una capacidad infinita y en gran medida impredescible de reacción frente a los estímulos o cambios. El abigarramiento con el que se edificó esta sociedad, producto de la subsunción pero no eliminación de sociedades diferentes, con otras cosmovisiones, costumbres e historias, multiplica los comportamientos sociales y las percepciones y prácticas políticas a lo largo y ancho del mundo y abre con ello un espectro inmenso de sentidos de realidad y posibilidades de organización social.

La potencia cohesionadora del capitalismo ha permitido establecer diferentes momentos de lo que los físicos llaman equilibrio, en los que, a pesar de las profundas contradicciones de este sistema y del enorme abigarramiento que conlleva, disminuyen las tendencias disipadoras. No obstante, su duración es limitada. En el paso del equilibrio a la disipación aparecen constantemente las oportunidades de bifurcación que obligan al capitalismo a encontrar los elementos cohesionadores oportunos para construir un nuevo equilibrio o, en otras palabras, para restablecer las condiciones de valorización del capital. Pero siempre está presente el riesgo de ruptura, que apunta hacia posibles dislocamientos epistemológicos y sistémicos.

Los equilibrios internos del sistema, entendidos como patrones de acumulación en una terminología más económica, son modalidades de articulación social sustentadas en torno a un eje dinamizador u ordenador. Un eje de racionalidad complejo que, de acuerdo con las circunstancias, adopta diferentes figuras: en la fase fordista era claramente la cadena de montaje para la producción en gran escala y el estado en su carácter de organizador social; en el neoliberalismo el mercado; y en el posneoliberalismo es simultáneamente el estado como disciplinador del territorio global, es decir, bajo el comando de su vertiente militar, y las empresas como medio de expresión directa del sistema de poder, subvirtiendo los límites del derecho liberal construido en etapas anteriores del capitalismo.

Los posneoliberalismos y las bifurcaciones

La incertidumbre acerca del futuro lleva a caracterizarlo más como negación de una etapa que está siendo rebasada. Si la modalidad capitalista que emana de la crisis de los años setenta, que significó una profunda transformación del modo de producir y de organizar la producción y el mercado, fue denominada por muchos estudiosos como posfordista; hoy ocurre lo mismo con el tránsito del neoliberalismo a algo diferente, que si bien ya se perfila, todavía deja un amplio margen a la imprevisión.

Posfordismo se enuncia desde la perspectiva de los cambios en el proceso de trabajo y en la modalidad de actuación social del estado; neoliberalismo desde la perspectiva del mercado y del relativo abandono de la función socializadora del estado. En cualquiera de los dos casos no tiene nombre propio, o es un pos, y en ese sentido un campo completamente indefinido, o es un neo, que delimita aunque sin mucha creatividad, que hoy están dando paso a otro pos, mucho más sofisticado, que reúne las dos cualidades: pos-neo-liberalismo. Se trata de una categoría con poca vida propia en el sentido heurístico, aunque a la vez polisémica. Su virtud, quizá, es dejar abiertas todas las posibilidades de alternativa al neoliberalismo –desde el neofascismo hasta la bifurcación civilizatoria–, pero son inciertas e insuficientes su fuerza y cualidades explicativas.

En estas circunstancias, para avanzar en la precisión o modificación del concepto es indispensable detenerse en una caracterización de escenarios, entendiendo que el espectro de posibilidades incluye alternativas de reforzamiento del capitalismo –aunque sea un capitalismo con más dificultades de legitimidad–; de construcción de vías de salida del capitalismo a partir de las propias instituciones capitalistas; y de modos colectivos de concebir y llevar a la práctica organizaciones sociales no-capitalistas. Trabajar todos los niveles de abstracción y de realidad en los que este término ocupa el espacio de una alternativa carente de apelativo propio, o el de alternativas diversas en situación de coexistencia sin hegemonismos, lo que impide que alguna otorgue un contenido específico al proceso superador del neoliberalismo.

El posneoliberalismo del capital

Aun antes del estallido de la crisis actual, ya eran evidentes los límites infranqueables a los que había llegado el neoliberalismo. La bonanza de los años dorados del libre mercado permitió expandir el capitalismo hasta alcanzar, en todos sentidos, la escala planetaria; garantizó enormes ganancias y el fortalecimiento de los grandes capitales, quitó casi todos los diques a la apropiación privada; flexibilizó, precarizó y abarató los mercados de trabajo; y colocó a la naturaleza en situación de indefensión. Pero después de su momento innovador, que impuso nuevos ritmos no sólo a la producción y las comunicaciones sino también a las luchas sociales, empezaron a aparecer sus límites de posibilidad.

Dentro de éstos, es importante destacar por lo menos tres, referidos a las contradicciones inmanentes a la producción capitalista y su expresión específica en este momento de su desarrollo y a las contradicciones correspondientes al proceso de apropiación y a las relaciones sociales que va construyendo:

1. El éxito del neoliberalismo en extender los márgenes de expropiación, lo llevó a corroer los consensos sociales construidos por el llamado estado del bienestar, pero también a acortar los mercados. La baja general en los salarios, o incluso en el costo de reproducción de la fuerza de trabajo en un sentido más amplio, fue expulsándola paulatinamente del consumo más sofisticado que había alcanzado durante el fordismo. La respuesta capitalista consistió en reincorporar al mercado a esta población, cada vez más abundante, a través de la producción de bienes precarios en gran escala. No obstante, esta reincorporación no logra compensar ni de lejos el aumento en las capacidades de producción generadas con las tecnologías actuales, ni retribuir las ganancias esperadas. El grado de apropiación y concentración, el desarrollo tecnológico, la mundialización tanto de la producción como de la comercialización, es decir, el entramado de poder objetivado construido por el capital no se corresponde con las dimensiones y características de los entramados sociales. Es un poder que empieza a tener problemas serios de interlocución.

2. Estas enormes capacidades de transformación de la naturaleza en mercancía, en objeto útil para el capital, y la capacidad acumulada de gestión económica, fortalecida con los cambios de normas de uso del territorio y de concepción de las soberanías, llevaron a una carrera desatada por apropiarse todos los elementos orgánicos e inorgánicos del planeta. Conocer las selvas, doblegarlas, monopolizarlas, aislarlas, separarlas en sus componentes más simples y regresarlas al mundo convertidas en algún tipo de mercancía fue –es– uno de los caminos de afianzamiento de la supremacía económica; la ocupación de territorios para convertirlos en materia de valorización. Paradójicamente, el capitalismo de libre mercado promovió profundos cercamientos y amplias exclusiones. Pero con un peligro: Objetivar la vida es destruirla.

Con la introducción de tecnologías de secuenciación industrial, con el conocimiento detallado de genomas complejos con vistas a su manipulación, con los métodos de nanoexploración y transformación, con la manipulación climática y muchos otros de los desarrollos tecnológicos que se han conocido en los últimos 30 años, se traspasó el umbral de la mayor catástrofe ecológica registrada en el planeta. Esta lucha del capitalismo por dominar a la naturaleza e incluso intentar sustituirla artificialmente, ha terminado por eliminar ya un enorme número de especies, por provocar desequilibrios ecológicos y climáticos mayores y por poner a la propia humanidad, y con ella al capitalismo, en riesgo de extinción.

Pero quizá los límites más evidentes en este sentido se manifiestan en las crisis de escasez de los elementos fundamentales que sostienen el proceso productivo y de generación de valor como el petróleo; o de los que sostienen la producción de la vida, como el agua, en gran medida dilapidada por el mal uso al que ha sido sometida por el propio proceso capitalista. La paradoja, nuevamente, es que para evitar o compensar la escasez, se diseñan estrategias que refuerzan la catástrofe como la transformación de bosques en plantíos de soja o maíz transgénicos para producir biocombustibles, mucho menos rendidores y tan contaminantes y predatorios como el petróleo.

El capitalismo ha demostrado tener una especial habilidad para saltar obstáculos y encontrar nuevos caminos, sin embargo, los niveles de devastación alcanzados y la lógica con que avanza hacia el futuro permiten saber que las soluciones se dirigen hacia un callejón sin salida en el que incluso se van reduciendo las condiciones de valorización del capital.

3. Aunque el neoliberalismo ha sido caracterizado como momento de preponderancia del capital financiero, y eso llevó a hablar de un capitalismo desterritorializado, en verdad el neoliberalismo se caracterizó por una disputa encarnizada por la redefinición del uso y la posesión de los territorios, que ha llevado a redescubrir sociedades ocultas en los refugios de selvas, bosques, desiertos o glaciares que la modernidad no se había interesado en penetrar. La puesta en valor de estos territorios ha provocado una ofensiva de expulsión, desplazamiento o recolonización de estos pueblos, que, evidentemente, se han levantado en contra.

Esto, junto con las protestas y revueltas originadas por las políticas de ajuste estructural o de privatización de recursos, derechos y servicios promovidas por el neoliberalismo, ha marcado la escena política desde los años noventa del siglo pasado. Las condiciones de impunidad en que se generaron los primeros acuerdos de libre comercio, las primeras desregulaciones, los despojos de tierras y tantas otras medidas impulsadas desde la crisis y reorganización capitalista de los años setenta-ochenta, cambiaron a partir de los levantamientos de la década de los noventa en que se produce una inflexión de la dinámica social que empieza a detener las riendas sueltas del neoliberalismo.

No bastaba con darle todas las libertades al mercado. El mercado funge como disciplinador o cohesionador en tanto mantiene la capacidad desarticuladora y mientras las fuerzas sociales se reorganizan en correspondencia con las nuevas formas y contenidos del proceso de dominación. Tampoco podía ser una alternativa de largo plazo, en la medida que la voracidad del mercado lleva a destruir las condiciones de reproducción de la sociedad.

El propio sistema se vio obligado a trascender el neoliberalismo trasladando su eje ordenador desde la libertad individual (y la propiedad privada) promovida por el mercado hacia el control social y territorial, como medio de restablecer su posibilidad de futuro. La divisa ideológica del “libre mercado” fue sustituida por la “seguridad nacional” y una nueva fase capitalista empezó a abrirse paso con caracaterísticas como las siguientes:

1. Si el neoliberalismo coloca al mercado en situación de usar el planeta para los fines del mantenimiento de la hegemonía capitalista, en este caso comandada por Estados Unidos, en esta nueva fase, que se abre junto con la entrada del milenio, la misión queda a cargo de los mandos militares que emprenden un proceso de reordenamiento interno, organizativo y conceptual, y uno de reordenamiento planetario.

El cambio de situación del anteriormente llamado mundo socialista ya había exigido un cambio de visión geopolítica, que se corresponde con un nuevo diseño estratégico de penetración y control de los territorios, recursos y dinámicas sociales de la región centroasiática. El enorme peso de esta región para definir la supremacía económica interna del sistema impidió, desde el inicio, que ésta fuera dejada solamente en las manos de un mercado que, en las circunstancias confusas y desordenadas que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética y del Muro de Berlín, podía hacer buenos negocios pero no condiciones de reordenar la región de acuerdo con los criterios de la hegemonía capitalista estadounidense. En esta región se empieza a perfilar lo que después se convertiría en política global: el comando militarizado del proceso de producción, reproducción y espacialización del capitalismo de los albores del siglo XXI.

2. Esta militarización atiende tanto a la potencial amenaza de otras coaliciones hegemónicas que dentro del capitalismo disputen el liderazgo estadounidense como al riesgo sistémico por cuestionamientos y construcción de alternativas de organización social no capitalistas. Sus propósitos son el mantenimiento de las jerarquías del poder, el aseguramiento de las condiciones que sustentan la hegemonía y la contrainsurgencia. Supone mantener una situación de guerra latente muy cercana a los estados de excepción y una persecución permanente de la disidencia.

Estos rasgos nos llevarían a pensar rápidamente en una vuelta del fascismo, si no fuera porque se combinan con otros que lo contradicen y que estarían indicando las pistas para su caracterización más allá de los “neos” y los “pos”.

Las guerras, y la política militar en general, han dejado de ser un asunto público. No solamente porque muchas de las guerras contemporáneas se han enfocado hacia lo que se llama “estados fallidos”, y en ese sentido no son entre “estados” sino de un estado contra la sociedad de otra nación, sino porque aunque sea un estado el que las emprende lo hace a través de una estructura externa que una vez contratada se rige por sus propias reglas y no responde a los criterios de la administración pública.

El outsourcing, que se ha vuelto recurrente en el capitalismo de nuestros días, tiene implicaciones muy profundas en el caso que nos ocupa. No se trata simplemente de privatizar una parte de las actividades del estado sino de romper el sentido mismo del estado. La cesión del ejercicio de la violencia de estado a particulares coloca la justicia en manos privadas y anula el estado de derecho. Ni siquiera es un estado de excepción. Se ha vaciado de autoridad y al romper el monopolio de la violencia la ha instalado en la sociedad.

En el fascismo había un estado fuerte capaz de organizar a la sociedad y de construir consensos. El estado centralizaba y disciplinaba. Hoy apelar al derecho y a las normas establecidas colectivamente ha empezado a ser un disparate y la instancia encargada de asegurar su cumplimiento las viola de cara a la sociedad. Ver, si no, los ejemplos de Guantánamo o de la ocupación de Irak.

Con la reciente crisis las instituciones capitalistas más importantes se han desfondado. El FMI y el Banco Mundial son repudiados hasta por sus constructores. Estamos entrando a un capitalismo sin derecho, a un capitalismo sin normas colectivas, a un capitalismo con un estado abiertamente faccioso. Al capitalismo mercenario.

El posneoliberalismo nacional alternativo

Otra vertiente de superación del neoliberalismo es la que protagonizan hoy varios estados latinoamericanos que se proclaman socialistas o en transición al socialismo y que han empezado a contravenir, e incluso revertir, la política neoliberal impuesta por el FMI y el Banco Mundial. Todas estas experiencias que iniciaron disputando electoralmente la presidencia, aunque distintas entre sí, comparten y construyen en colaboración algunos caminos para distanciarse de la ortodoxia dominante. Bolivia, Ecuador y Venezuela, de diferentes maneras y con ritmos propios, impulsan políticas de recuperación de soberanía y de poder participativo, que se ha plasmado en las nuevas Constituciones elaboradas por sus sociedades1.

La disputa con el FMI y el Banco Mundial ha determinado un alejamiento relativo de sus políticas y de las propias instituciones, al tiempo que se inicia la creación de una institucionalidad distinta, todavía muy incipiente, a través de instancias como el ALBA, el Banco del Sur, Petrocaribe y otras que, sin embargo, no marcan una pauta anticapitalista en sí mismas sino que apuntan, por el momento, a constituir un espacio de mayor independencia con respecto a la economía mundial, que haga propicia la construcción del socialismo. Considerando que, aun sin tener certeza de los resultados, se trata en estos casos por lo menos de un escenario posneoliberal diferente y confrontado con el que desarrollan las potencias dominantes, es conveniente destacar algunos de sus desafíos y paradojas.

1. Para avanzar en procesos de recuperación de soberanía, indispensable en términos de su relación con los grandes poderes mundiales --ya sea que vengan tras facetas estatales o empresariales--, y para emprender proyectos sociales de gran escala bajo una concepción socialista, requieren un fortalecimiento del estado y de su rectoría. Lo paradójico es que este estado es una institución creada por el propio capitalismo para asegurar la propiedad privada y el control social.

2. Los procesos de nacionalización emprendidos o los límites impuestos al capital transnacional, pasándolo de dueño a prestador de servicios, o a accionista minoritario, marca una diferencia sustancial en la capacidad para disponer de los recursos estratégicos de cada nación. La soberanía, en estos casos, es detentada y ejercida por el estado, pero eso todavía no transforma la concepción del modo de uso de estos recursos, al grado de que se estimulan proyectos de minería intensiva, aunque bajo otras normas de propiedad. Para un “cambio de modelo” esto no es suficiente, es un primer paso de continuidad incierta, si bien representa una reivindicación popular histórica.

3. El reforzamiento del interés nacional frente a los poderes globales o transnacionales va acompañado de una centralización estatal que no resulta fácilmente compatible con la plurinacionalidad postulada por las naciones o pueblos originarios, ni con la idea de una democracia participativa que acerque las instancias de deliberación y resolución a los niveles comunitarios.

4. Las Constituyentes han esbozado las líneas de construcción de una nueva sociedad. En Bolivia y Ecuador se propone cambiar los objetivos del “desarrollo” por los del “buen vivir”2, marcando una diferencia fundamental entre la carrera hacia delante del desarrollo con la marcha horizontal e incluso circular del buen vivir, que llamaría a recordar la metáfora zapatista de caminar al paso del más lento. La dislocación epistemológica que implica trasladarse al terreno del buen vivir coloca el proceso ya en el camino de una bifurcación societal y, por tanto, la discusión ya no es neoliberalismo o posneoliberalismo sino eso otro que ya no es capitalista y que recoge las experiencias milenarias de los pueblos pero también la crítica radical al capitalismo. Los apelativos son variados: socialismo comunitario, socialismo del siglo XXI, socialismo en el siglo XXI, o ni siquiera socialismo, sólo buen vivir, autonomía comunitaria u horizontes emancipatorios.

Ahora bien, la construcción de ese otro, que genéricamente podemos llamar el buen vivir, tiene que salirse del capitalismo pero a la vez tiene que transformar al capitalismo, con el riesgo, siempre presente, de quedar atrapado en el intento porque, entre otras razones, esta búsqueda se emprende desde la institucionalidad del estado (todavía capitalista), con toda la carga histórica y política que conlleva.

El posneoliberalismo de los pueblos

Otro proceso de salida del neoliberalismo es el que han emprendido los pueblos que no se han inclinado por la lucha electoral, fundamentalmente porque han decidido de entrada distanciarse de la institucionalidad dominante. En este proceso, con variantes, se han involucrado muchos de los pueblos indios de América, aunque no sólo, y su rechazo a la institucionalidad se sustenta en la combinación de las bifurcaciones con respecto a la dominación colonial que hablan de rebeliones larvadas a lo largo de más de 500 años, con las correspondientes a la dominación capitalista. Las naciones constituidas en el momento de la independencia de España y Portugal en realidad reprodujeron las relaciones de colonialidad interna y por ello no son reconocidas como espacios recuperables.

La resistencia y las rebeliones se levantan a veces admitiendo la nación, más no el estado, como espacio transitorio de resistencia, y a veces saltando esta instancia para lanzarse a una lucha anticapitalista-anticolonial y por la construcción-reconstrucción de formas de organización social simplemente distintas.

Desde esta perspectiva el proceso se realiza en los espacios comunitarios, transformando las redes cotidianas y creando condiciones de autodeterminación y autosustentación, siempre pensadas de manera abierta, en interlocución y en intercambio solidario con otras experiencias similares.

Recuperar y recrear formas de vida propias, humanas, de respeto con todos los otros seres vivos y con el entorno, con una politicidad libre y sin hegemonismos. Democracias descentradas. Este es el otro camino de salida del neoliberalismo, que sería muy empobrecedor llamar posneoliberalismo porque, incluso, es difícil de ubicar dentro del mismo campo semántico. Y todos sabemos que la semántica es también política y que también ahí es preciso subvertir los sentidos para que correspondan a los nuevos aires emancipatorios.

Lo que viene después del neoliberalismo es una abanico abierto con múltiples posibilidades. No estrechemos el horizonte cercándolo con términos que reducen su complejidad y empequeñecen sus capacidades creativas y emancipatorias. El mundo está lleno de muchos mundos con infinitas rutas de bifurcación. A los pueblos en lucha toca ir marcando los caminos.

Bibliografía

Acosta, Alberto 2008 “La compleja tarea de construir democráticamente una sociedad democrática” en Tendencia N° 8 (Quito).

Prigogine, Ilya 2006 (1988) El nacimiento del tiempo (Argentina: Tusquets).

Constitución de la República del Ecuador 2008.

Asamblea Constituyente de Bolivia 2007 Nueva Constitución Política del Estado (documento oficial)
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.