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13-12-2010
Entrevista a Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia
Del mundo bipolar a uno multipolar: el papel de Rusia, China y Europa en un escenario internacional postunilateral
Àngel Ferrero
El Viejo Topo
Las columnas de Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona, 1956) para La Vanguardia son un soplo de aire fresco en el apolillado panorama periodístico español, en el que los calificativos de “independiente” y “crítico” que encabezan los rotativos rara vez se corresponden con lo finalmente publicado. Poch es además autor de La actualidad de China. Un mundo en crisis una sociedad en gestación (Barcelona, Crítica, 2009), La gran transición. Rusia 1985-2002 (Barcelona, Crítica, 2003) y Tres preguntas sobre Rusia: estado de mercado, Eurasia y fin del mundo bipolar (Barcelona, Icaria, 2000), entre otros. Rafael Poch estuvo en Barcelona el pasado 16 de septiembre para ofrecer una conferencia en el CIDOB sobre la actualidad de China y su futuro como actor internacional, en el marco de unas jornadas sobre la emergencia de los BRIC y la consolidación de un escenario internacional postunilateral organizadas por la Associació Cultural Roig en colaboración con la Fundació Pere Ardíaca. Lo que sigue es la entrevista que tuvo lugar a su término.
Fuiste corresponsal en Berlín con el comienzo de la implosión de la RDA debido a sus contradicciones internas, en Moscú con la desintegración de la Unión Soviética, en China en el momento de su emergencia como superpotencia y ahora de nuevo en Berlín, el epicentro del terremoto financiero en Europa. ¿Casualidad u olfato periodístico?
El mundo del Este me atrajo desde mi época de estudiante. En los años setenta, y en los ochenta hasta casi finales de la década, con el paréntesis de la crisis de Solidarnosc, el Este estaba completamente abandonado informativamente. En Barcelona solo recuerdo a una persona que se dedicara profesionalmente a ello: Carmen Claudín. En la universidad no había departamento de eslavas y la mayoría de las grandes obras de la literatura rusa que uno encontraba en las librerías estaban traducidas del francés... Yo fui a Berlín por interés en la URSS. No era un interés de “admirador prosoviético”, ni siquiera de “desencantado de...”, pues había pertenecido más bien a la izquierda antiautoritaria que no se hacía ninguna ilusión por la URSS. Se trataba de un interés general que, aunque muy politizado, trascendía a lo político; geográfico, por un espacio tan enorme y cerrado, cultural, por el genio que irradia todo lo ruso, histórico, por los enigmas no resueltos de la historia soviética... Para todo eso, Berlín era la atalaya ideal a principios de los ochenta, tanto por razones, digamos, académicas, como geográficas y humanas. Tanto en Berlín Oeste, como en Berlín Este, por razones obvias tratándose de la capital de un país socialista, había un contacto con las realidades de la URSS mucho mayor que en cualquier otra ciudad europea. No hubo carrerismo alguno en esa trayectoria. He seguido siempre mi interés personal y he tenido la suerte de que La Vanguardia me lo financiara a partir de la época de Moscú.
Si te parece bien, comencemos por Rusia. Después de que los acontecimientos desbordasen el programa reformista de Gorbachov y éste fuese sustituido por la terapia de choque de Yegor Gaidar. ¿cómo ha evolucionado políticamente el país?
Las bases del nuevo régimen las puso Boris Yeltsin, con el aplauso de Occidente, en su golpe de estado de octubre de 1993. El actual sistema ruso es una especie de síntesis negativa de lo peor de la burocracia soviética y lo peor del capitalismo, pero no es el peor escenario posible, que sin duda es el de una Rusia, potencia nuclear, sumida en el caos y la guerra... Podríamos hablar de un capitalismo burocrático basado en el acuerdo entre la burocracia y el capital privado. El Estado permite al capital ganar dinero como sea, y a cambio el capital no debe meterse en política. Meterse en política fue la infracción de ese acuerdo cometida por el magnate Jodorkovski, que le llevó a la cárcel, y antes que él a los Gusinski y Berezovski, que tuvieron que marchar al extranjero. Pese a la apariencia de ruptura con el “comunismo” hay un gran nivel de continuidad: alrededor del 70% de la elite postsoviética proviene del antiguo régimen.
Los medios de comunicación transmiten una imagen dual de Rusia: por una parte, la de una relativa estabilidad económica, por otra, la de un sistema político oportunista y corrompido hasta el tuétano. ¿Cómo definirías exactamente el sistema político post-soviético? En la prensa se habla alternativamente de “democracia tutelada”, “democracia dirigente” y hasta de “putinismo”. Michael T. Kläre ha llegado a alertar de una evolución del país hacia una suerte de “fascismo energético”, basado en el control geopolítico del gas de Rusia, poseedor de las mayores reservas del mundo.
La estabilidad es engañosa. El aumento de precios del petróleo fue positivo porque permitió estabilizar la situación: por primera vez en más de diez años, el nivel de vida de los rusos no empeoró con Putin, lo que explica mucho de su popularidad. Pero los precios del petróleo también tuvieron un efecto negativo, porque la cantidad de dinero que entró permitió al gobierno seguir con más de lo mismo, sin cambiar las cosas. Al mismo tiempo se ha puesto un orden elemental en algunos ámbitos... Lo del “fascismo energético” no me parece acertado. La demonización de Rusia tiene una larga tradición académica, pero tiene el problema de hacerla incomprensible. Lo que ocurre con los recursos energéticos es que Rusia juega con ellos, porque es una de las pocas cartas de poder efectivo que tiene para seguir afirmándose como una potencia regional. Si en su devaluación como potencia perdiera esa condición mínima de potencia regional, podría sumirse en el caos.
Lo que hay que comprender es que Rusia es un país en crisis. El complejo militar-industrial trabaja, fundamentalmente, para la exportación. El ejército no recibe armas nuevas. Se van a China, Venezuela, Malasia, pero no a Rusia. La reconversión militar apenas ha tenido lugar. La desigualdad social es muy grande: si con la URSS era de 6 a 1, ahora es de 17 a 1, en Moscú incluso de 40 a 1.
El país ocupa el tercer puesto mundial en fortunas de miles de millones de dólares y tiene una gran cantidad de pobres. Y lo más significativo, porque habla de la insostenibilidad de toda la construcción: en los últimos años el índice de desarrollo humano ha bajado mientras el PIB crecía de una forma bastante dinámica. La única ventaja económica con respecto a la URSS es la desaparición del “defitsit”, de la escasez de productos: ahora hay de todo.
La polarización social existente en Rusia no parece que se haya traducido en una polarización política, sino acaso en todo lo contrario: hasta el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) ha basculado de manera clara hacia la derecha, adoptando una línea nacionalista y patriótica y abandonando su laicismo para alinearse con la Iglesia ortodoxa. No sólo no critica, sino que hasta celebra su pasado estalinista y llegó a tener a Aleksandr Dugin –un reconocido fascista– entre los redactores de su programa. ¿Qué alternativas reales hay a Rusia Unida, el partido oficialista? ¿Qué incidencia tiene la coalición Otra Rusia, la alianza improbable entre los liberales de Kasparov, el neofascista Partido Nacional-Bolchevique (PNB) de Limónov y la extrema izquierda representada por la Vanguardia de la Juventud Roja (AKM)? Por último, ¿cómo gestionan los ciudadanos rusos el legado político-cultural de la Unión Soviética?
Me parece que los rusos comprenden que lo que ocurre en su país no tiene futuro. Los ricos lo entienden y por eso lo primero que hacen es comprarse propiedades en el extranjero e invertir fuera. Los de abajo también lo entienden pero la tendencia mayoritaria es el rechazo a ser sujeto. Hay una idea anclada en la conciencia social de que si el pueblo toma la palabra las cosas se ponen aún peor. Cierta memoria histórica de las penalidades de la revolución y la guerra, y el recuerdo, mucho más cercano, de las consecuencias que tuvo la última movilización popular en apoyo de Yeltsin y contra el “comunismo” (la disolución de la URSS), apoyan esa mentalidad. El resultado es algo contradictorio. Por un lado no se confía en el gobierno, pero por el otro se favorece la “mano dura”. Como dice la socióloga Liudmila Bulavka, “la gente quiere vivir en la época de Brezhnev pero con un Stalin y sin terror”.
Sobre esa consciencia social se asienta el sistema político, que es una “democracia de imitación” (Dmitri Fuman). En la democracia de imitación hay partidos políticos, parlamento y medios de comunicación, pero hay poco pluralismo y mucha autocracia. Es un sistema cerrado a la rotación en el poder, en el que el ejecutivo organiza los partidos, domina el parlamento y al poder judicial, siempre gana las elecciones y en el que el Presidente nombra a su sucesor, que es votado por el pueblo sin posibilidad de perder. Sin oposición ni medios de comunicación vivos, las autoridades pierden el sentido de la realidad sobre lo que ocurre en el país, el régimen atrae a los más conformistas, la corrupción se dispara. Conforme la sociedad se libere de su alergia a ser sujeto, ese corsé se quedará pequeño y el régimen entrará en crisis. La democracia de imitación rusa está más cerca de la democracia que el sistema zarista o el soviético, pero su transformación en algo más genuino requiere una presión social de abajo. Creo que dentro de algunos años habrá una crisis política muy seria en Rusia y que el actual régimen caerá.
El capitalismo oligárquico, por su propia naturaleza, no puede tener una “orientación social”. Es un sistema que genera una creciente injusticia social y que convierte en papel mojado cualquier intento de “política social”. Hoy más de la mitad de la industria petrolera está en manos privadas, que no reinvierten apenas en modernización y se preocupan sólo por sus beneficios. El sector del aluminio es privado en un 100%. El bancario en un 70%, incluidos los tres principales bancos del país. Sin un movimiento civil eso no se puede cambiar. Para estabilizarse, Rusia necesita un bandazo a la izquierda, con keynesianismo económico y libertades civiles más genuinas. En algunos años la crisis política estallará.
Se puede preguntar, qué relación guarda la situación actual con la Revolución de Octubre, y cómo se sitúa todo eso desde un punto de vista histórico. Creo que hay que verlo como un bandazo más de la serie abierta en 1917. Tomemos la Francia del XVIII: La revolución fue hacia la izquierda, luego a la dictadura jacobina. Luego a la derecha con el golpe termidoriano, el régimen napoleónico y la restauración borbónica. De nuevo a la izquierda con las revoluciones de 1830 y 1848 hasta llegar a la Comuna. Sólo después de todo eso, ochenta años después de la Revolución, se llega a un orden republicano estable. En Rusia tenemos una serie parecida: el comunismo de guerra, la NEP, el cambio estaliniano, el deshielo de Jrushov, el estancamiento de Brezhnev y las convulsiones de la perestroika, el yeltsinismo y el actual régimen que, de forma muy dinámica, contribuye a volver a ver con simpatía mucho de la tradición de Octubre... El zigzag de la historia continúa.
Con toda probabilidad sea China –donde fuiste corresponsal durante seis años, esforzándote por ir más allá del tópico y del prejuicio– el país que más interés despierta a los lectores. De China has escrito que «todos los problemas de la crisis mundial están contenidos en ella» y que nuestro provenir está en juego en su futuro. Has recurrido también con frecuencia a la metáfora de una mujer embarazada. ¿Qué quieres decir con ello?
Esa metáfora es una invitación a un cambio de mentalidad, sin el cual no parece que nuestro mundo pueda ser viable a medio plazo. Quiere ser una parábola, es decir una alegoría de la que se deduce una enseñanza moral, sobre la relación de Occidente con su enorme entorno en desarrollo, particularmente con las dos grandes ancianas que cada vez cuentan más en el mundo, India, país que desconozco, y China, pero especialmente con China. El mundo del futuro sólo será viable si es democrático, es decir si todos sus 9000 millones de habitantes tienen derechos sociales, económicos y políticos, comparables. El orden mundial desigual del capitalismo, con minorías sociales y regionales que dictan su voluntad al resto y afirman su bienestar a expensas de los demás, se sigue manteniendo con la guerra. El “conflicto de civilizaciones” es su programa para el futuro. Pero ahora la proliferación de las armas de destrucción masiva -hasta Corea del Norte puede hacerse con ellas- convierte en peligroso ese belicoso modus operandi tradicional. La socialización de la destrucción masiva sugiere que se han acabado las guerras de fusiles contra lanzas, sin riesgos para el conquistador. Por otro lado, el bienestar de la minoría más gastadora de recursos se afirma, con la misma inclinación suicida, no ya a costa de los demás, sino a costa de lo que podríamos llamar el “interés general planetario”, lo que incluye a la propia minoría privilegiada. En esa perspectiva de nueva civilización, se precisan nuevos conceptos.
La expansión desarrollista china expresa el ansia de un país en desarrollo por salir del agujero, el legítimo deseo del pobre por dejar de serlo, y, al mismo tiempo, evidencia la inviabilidad de la economía mundial inventada por Occidente. Los equilibrios de China son los más críticos del mundo porque es el país que tiene la peor relación entre (mucha) población y (escasos) recursos. Con sólo el 6% de la tierra cultivable del mundo, da de comer al 22% de la población mundial. Si China consigue afirmar un sistema de vida medianamente justo y sostenible, quiere decir que todo el mundo puede conseguirlo, pero para que lo consiga, y con ella todo el mundo en desarrollo, son necesarios cambios de valores en todas partes, y en primer lugar en Occidente. De ahí esa metáfora.
Actualmente la República Popular China cuenta con la mayor clase obrera del mundo. A finales de junio se registraron varias huelgas y protestas por las regiones costeras del país, donde se concentra mayoritariamente la industria. A la vez, la “fábrica del mundo” se enfrenta al debilitamiento del poder de compra de sus principales clientes. Seumas Milne ha escrito en The Guardian que la administración de Hu Jintao está intentando reducir la desigualdad, retomar una educación y sanidad gratuitas y mejorar las condiciones de los trabajadores inmigrantes. ¿Cómo está gestionando el ejecutivo chino la crisis?
A diferencia de sus colegas occidentales, los gobernantes chinos no habían perdido el control de los bancos y los créditos, y han podido reaccionar a la crisis introduciendo mecanismos keynesianos con mucha más eficacia y rapidez. La máquina exportadora ha aguantado el bache, y China, de momento, sigue creciendo al 10% anual. Desde 2002, los dirigentes chinos eran conscientes del peligro derivado de la dependencia que supone su economía exportadora. Por eso comenzaron a partir de entonces a plantearse un cambio de estrategia con miras a afirmar un modelo de desarrollo más endógeno, más basado en el consumo interno de su enorme mercado nacional, y menos dependiente de la exportación. Para eso deben invertir en la población, porque una población pobre consume poco y el nuevo esquema no funcionaría. En los próximos años quieren crear un sistema de seguridad social nacional, tarea complejísima. La crisis incrementa esa lógica de cambio, que habrá que ver si contribuye a la mayor nivelación social que buscan conceptos como el de “Xiaokang”. En cualquier caso, este marco general favorece a los obreros. El Estado ha confeccionado nuevas leyes laborales que podrían mejorar la situación en las fábricas, pero es una tarea muy compleja, pues los impulsos que se lanzan desde el gobierno central muchas veces quedan en papel mojado en las provincias y localidades concretas. La presión de abajo también es muy importante, pero es complicada, porque la prioridad de la autoridad china en el día a día no es la justicia social, sino la estabilidad. Cualquier desafío o manifestación de autonomía obrera, por ejemplo, los intentos de crear organizaciones obreras independientes, es aplastado de la forma más feroz. El resultado es un equilibrio complicado entre los intereses del gobierno, sus posibilidades de hacerse cumplir en provincias, y una rebeldía obrera que intenta jugar en el espacio de la legalidad, pero que cuando no tiene más salida legal, explota en revueltas violentas, que a su vez obligan a las autoridades a corregir cosas...
La importancia de este tira y afloja trasciende a China. En los últimos veinte años, el ingreso de China, el bloque del Este e India en la economía mundial, duplicó el número de la fuerza de trabajo global. Eso alteró la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, porque el doble de obreros tuvieron que competir por el mismo capital, con el resultado de la degradación que hasta en Occidente se ha notado, con más explotación, deslocalización, contratos basura y retroceso de derechos sindicales. China responde de la mitad de ese incremento de fuerza de trabajo. Si la condición de los obreros chinos, y sus salarios, mejoran, China contribuirá a equilibrar esa situación global. Es un proceso que hay que seguir con la máxima atención. En cualquier caso, el dato central de China en la actual crisis es su extrema debilidad en la globalización. Su mérito es administrar con habilidad esa debilidad. Eso quiere decir que está muy expuesta a la crisis.
Otro de los problemas a los que se enfrenta China –y no el menor precisamente– es el de la urgencia de la crisis ecológica. Su modelo productivo, basado en los combustibles fósiles, no sólo tiene fecha de caducidad, sino que contribuye peligrosamente a la aceleración del deterioro medioambiental. Su ambigüedad en Copenhague ha sido criticada por muchas organizaciones ecologistas. ¿Qué peso tienen los activistas medioambientales en China? ¿Ves indicadores de cambio por parte del gobierno de Hu Jintao?
En 2008 se registraron cambios muy significativos en la posición de China en materia de calentamiento global. Pero China no va a liderar el proceso para salir de una situación en la que Occidente tiene la principal responsabilidad histórica. ¿Quién no ha sido ambiguo en Copenhage? Me parece que si Occidente predicara con el ejemplo en esta materia, China seguiría. Los conflictos sociales por motivos medioambientales son muy numerosos. El papel de los activistas varía mucho. Hay un espacio de permisibilidad pero también infinidad de casos de activistas maltratados por investigar o pedir cosas esenciales, sobre todo en provincias. En general el sistema tiene una alergia total a la autonomía social, lo que contradice su propósito de “gobernar de acuerdo a la ley”.
Otra característica que pasa desapercibida de China es su encaje geopolítico. El ascenso de China es uno de los factores más importantes –sino el que más– del fin de la hegemonía estadounidense que, con toda probabilidad, marcará la primera mitad del siglo XXI. Sin embargo, China es reconocida por intentar resolver los problemas diplomáticamente. ¿Cómo está gestionando China las maniobras estadounidenses en el sudeste asiático por mantener el control en el Pacífico?
La política exterior china gana en protagonismo y proyección, especialmente en su entorno de Asia Oriental, pero sigue y seguirá marcada por la prudencia, la paciencia y la moderación. Eso se ve con claridad en los dos focos más calientes, ambos resultado de la guerra fría: Taiwán y la crisis coreana. El origen de la prudencia china es muy antiguo y tiene que ver con la propia dificultad de gobernar China, país que tiene un enorme potencial de caos. Gobernar China es el arte de mantener estable un polvorín. Eso viene de muchos siglos y explica, en gran parte, el desinterés de los gobernantes chinos por las aventuras exteriores: ¡bastantes problemas tenían con gobernar su país! En la historia china de los últimos quinientos años, lo exterior está en función de lo interior, la estabilidad de China requiere un entorno tranquilo, y ese es el objetivo de la política exterior, no interesada por el comercio de larga distancia y por la conquista, factores de imperialismo. Me parece que esa pauta histórica se mantiene hoy, pero evidentemente hay que observarla. El hecho es que, mientras el joven gamberro global se empeña en rodear militarmente a China, esta nación anciana mantiene, más allá de las leyendas, un nivel moderado de gastos militares y un reducido arsenal nuclear (equivalente al británico) que no se ha renovado apenas en los últimos veinte años. El mito de una China agresiva, no es más que una ideología inventada por quienes precisan crear enemigos para justificar su propia quimera imperial.
Ahora que has regresado en Berlín, te has encontrado con que la capital de Alemania se ha convertido en el centro neurálgico de la crisis económica en Europa. ¿Qué papel ha desempeñado el capital alemán en la gestación y el desarrollo de la crisis? ¿Cómo está afectando a la coalición negrigualda entre conservadores y liberales? ¿Tiene posibilidades de éxito un nuevo gobierno rojiverde, ahora que el SPD comienza a remontar en las encuestas y Los Verdes se perfilan como la fuerza que más sube?
El regreso a Europa es, en primer lugar, el encuentro con un universo soñoliento, con una serie de países socialmente dormidos, que contrastan mucho con el dinamismo socioeconómico de Asia y la fuerza vital e inquietud social de América Latina. En Europa la derecha es hegemónica en parte porque la izquierda establecida ha practicado una política de derechas. En medio de ese general bostezo europeo, Alemania, país de revoluciones fracasadas con una sociedad de referencia estatal, es curiosamente, el menos dormido. Como consecuencia de la incorporación de la antigua RDA, la consciencia social ha girado un poco a la izquierda. La actual coalición de gobierno conservadora continua la política de derechas de las dos coaliciones anteriores; la de verdes y SPD, y la de éstos con Merkel después. Intervención militar en el extranjero, desmontaje del Estado social, aumento de la desigualdad y de la precariedad, son el resultado de esa línea. No hay que esperar gran cosa de una reedición de la coalición rojiverde, mientras sus protagonistas no corrijan las decisiones que en su día tomaron en materia social y militar.
Respecto al capital alemán, en los últimos diez años se ha beneficiado de los desequilibrios de la eurozona. Apostó por la competitividad de su exportación a base de reducir costes. Le fue muy bien e invirtió los superávits de su balanza comercial en el ladrillo de los PIIGS y en la estafa inmobiliaria americana. Ahora, cuando de lo que se trata es de salir de ese esquema, continua manteniendo la misma estrategia nacional que profundiza el desequilibrio de la zona euro, ignorando el hecho de que perjudica al terreno de juego común de la moneda única, lo que a la larga se volverá contra la propia Alemania. Es una política corta de miras, cuyo objetivo, como ha explicado Merkel es que Alemania salga reforzada de la crisis en el conjunto del G-20, y que conduce a un segundo batacazo en Europa mucho peor que el anterior.
También la República federal a la que has vuelto es la de la aparición y consolidación de Die Linke, el nuevo partido de la izquierda. ¿Qué perspectivas de futuro le ves a este partido socialista a la izquierda de la socialdemocracia? ¿Puede que Die Linke sea, como sostienen algunos analistas, el partido que haya de ofrecer el modelo al socialismo del siglo XXI en Europa?
Die Linke es uno de los raros partidos europeos que está situado fuera del bostezo conservador. La línea divisoria es la guerra de Afganistán: quien está en contra es un “marginal” en Europa. Die Linke está en contra y es una fuerza ascendente. Una anomalía. Además, algunos de sus dirigentes mantuvieron un discurso crítico en política social y económica, cuya corrección quedó demostrada por el estallido de la crisis. Die Linke tiene una gran influencia en el debate político alemán, porque obliga a posicionarse a los otros en temas que sin ella no se plantearían, y desempeña un papel que recuerda al de los Verdes en los años ochenta. La diferencia es que tiene un nexo con el mundo del trabajo del que los Verdes carecían y carecen. El riesgo es que se obsesionen demasiado con gobernar, porque pueden hacer un buen trabajo sin necesidad de gobernar. Por otro lado, si Verdes y SPD llegaran a replantearse Afganistán y su apoyo al recorte social, algo muy difícil, se podría crear condiciones para un tripartito de izquierda de cara a las elecciones generales del 2013. En Alemania se observa una significativa presión mediática, con campañas de desprestigio contra Die Linke o contra cualquier posibilidad de un pequeño giro a la izquierda del SPD, destinada a impedir ese tripartito... Es imaginable que Merkel y Sarkozy salten del poder para entonces, pero me parece que el fin de la Europa neoliberal no vendrá por resultados electorales, sino como consecuencia de cambios, y del trabajo, en la base. Die Linke puede ser una referencia, sobre todo en la actual travesía del desierto, pero quizá sea más importante fijar la atención en el entorno más inmediato: en la simple construcción de una red civil básica que contribuya a un despertar en la base misma de la sociedad. Sin un impulso ciudadano, el proyecto europeo carece por completo de interés.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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mi alma osea no entiendo nada
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