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La ventana|Miércoles, 15 de diciembre de 2010
medios y comunicación
Gateleaker
Ximena Schinca y Luis López se interrogan e invitan a pensar sobre la utilización política y el uso comunicacional del informante encubierto a partir de las revelaciones de Wikileaks.
Por Ximena Schinca y Luis López *
“Hay que construir un complot contra el complot.” Las palabras del novelista argentino Ricardo Piglia son una premisa de la escritura ficcional contemporánea. Wikileaks hizo suyo ese postulado, venganza borgeana de una realidad que copia a la ficción. Al regar al mundo con informes diplomáticos que van desde vulgares chismes políticos hasta secretos de Estado, el sitio quemó los puentes de las relaciones de la Casa Blanca con el mundo y abrió una nueva página en la forma y el fondo de las relaciones internacionales. ¿Complot virtual contra complot real?
Hasta aquí, la divulgación de estos cables que contienen impresiones y opiniones “sin filtro” de diplomáticos y funcionarios estadounidenses no hizo más que devenir vox populi aquel axioma frecuente con el que políticos, diplomáticos, operadores y periodistas interactúan cotidianamente. “Cuidame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo.” En ese tablero de tácticas y estrategias –frecuentemente paranoides–, Wikileaks se erige hoy como transgresor de uno de los postulados ¿ocultos? de la comunicación masiva: el relato de la noticia, muchas veces, se construye más con lo no dicho, lo sobreentendido y lo insinuado que con aquello que se enuncia explícitamente.
Medios y periodistas conocen y aplican profesionalmente esa lógica cotidianamente; fuentes reservadas y anónimas, off the record y documentos secretos son insumos imprescindibles que, más de una vez, se transforman en noticias centrales, columnas de opinión y editoriales estrella, ostentando legitimidad y rigurosidad periodística. Con esta materia prima, gatekeepers profesionalizados o guardianes de la información, periodistas, editores y asesores de prensa elucubran diariamente sus jugadas: qué decir, cuándo, cómo, a quién y para qué. En esa maquinaria, también juegan filtraciones e infiltrados, chivatos y arrepentidos, héroes y traidores, devotos y renegados: gateleakers, que si hasta ahora sin taxonomía teórica exclusiva, siempre han gozado de una relevante pieza en el tablero del quehacer político e informativo.
Wikileaks podría convertirse en la institucionalización mediática y disgregada de ese actor tan bastardeado como utilizado por profesionales y analistas de la información; encarnación virtual del filtrador, materialización digital del informante encubierto. Entonces, podría entenderse la indignación (real o impostada) de actores políticos ante la divulgación masiva de estos cables secretos. Lanzados al ciberespacio, estos informes afectan y operan en la realidad, esparciendo opiniones, supuestos y certezas monopolizados hasta ahora como armas de poder y ventajas estratégicas en el ajedrez político e informativo internacional. Todo poder alberga sus fugas. Desde su nombre, Wikileaks asume fugas y filtraciones –dos posibles traducciones del vocablo leaks– como motor de sus acciones que se despliegan trasgrediendo al viejo orden de la información, construyendo un complot contra el complot.
Queda pendiente para nuestros días, meses y años venideros el debate sobre la condición altruista, filoanarquista, seudoanarquista, heroica, interesada, cínica, libertaria, adulta, infantil o adolescente detrás del sitio espoleado por Julian Assange. La discusión sobre las intenciones del canoso ex hacker –o de sus socios, o de sus empleadores o de sus mecenas, sus contribuyentes anónimos–, pura elucubración. ¿Resultará, finalmente, ser un falso impostor? ¿Una pieza más del complot contra el complot contra-complot? Recontra espionaje y pura futurología impotente. Lo cierto es que flujos de información –de alto impacto, inofensivo o irrisorio– circulan a velocidad crucero por canales alternativos. Información filtrando y fugando de y en medios tradicionales y nuevos. De un lado, los que ven al hombre que boga por la transparencia mundial. Del otro, los que gritan aterrados por el advenimiento del anticristo del gatekeeping.
En Hollywood, un productor cinematográfico incinera un guión que acaba de ser superado por su prima hermana: “la realidad”. Alrededor del globo, Estados, empresarios y periodistas se preguntan dónde termina lo que este hombre ha desencadenado. Y gritan y sueñan con el arresto de la información y de algún cuerpo. Mientras tanto, en algún lugar del planeta, Assange reproduce –Ipod mediante– su última descarga ilegal de música. Sentado con su laptop, sonriendo, mordaz: canta a dueto con Johnny Rotten. Que es el anticristo, que es un anarquista, que no sabe lo que quiere pero sabe cómo conseguirlo.
* Licenciados en Ciencias de la Comunicación (UBA). Miembros del Departamento de Comunicación de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (www.sidbaires.org.ar).
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