La Nación y su lectura parcial de la vida y obra de Sarmiento
El diario que tiene la bajada de línea de la historia oficial, o como se decía en el siglo XIX “la tribuna de doctrina”, se entusiasmó con el bicentenario y sacó a relucir los 200 años que cumpliría Domingo Faustino Sarmiento el próximo 15 de febrero. Share20 0Por Fabián Domínguez06.01.2011 El elegido para abrir el fuego con los recordatorios fue Natalio Botana, asiduo columnista de La Nación, quien intentó hacer una extrapolación histórica del pensamiento y la acción del sanjuanino al presente, imaginando lo que nos diría el homenajeado hoy. No explicita a cuál de todos los Sarmientos se refiere, porque Domingo Faustino es, o fue, como buen argentino, una contradicción andante.
Pero Botana da una pista al recordar que se refiere al Sarmiento que “no soportaba los latifundios improductivos y la mala distribución de la tierra en anchas zonas del país”. Y de inmediato se pregunta “¿qué diría ahora ante esta nueva configuración del conflicto social que pone sobre la mesa de la agenda pública la cuestión de cómo favorecer el acceso a la propiedad de la tierra urbana?”
No es falaz lo de Botana, no habla de acceso a la tierra, sino a la tierra urbana, porque la otra tierra, la tierra del campo, es donde se prodiga “la miseria espiritual y material”, es decir la barbarie que se definiera en el “Facundo”. La civilización se daría de manera exclusiva dentro del perímetro de las ciudades. Pero como Sarmiento es contradictorio, debemos recordar que el sanjuanino tuvo un proyecto afuera de las grandes ciudades, una propuesta para el campo virgen, un espacio donde el campo fuera civilizado por sus habitantes, donde el gaucho, vago y bárbaro se transformaría en un ciudadano, trabajador y civilizado. Es decir que Sarmiento tenía un proyecto de acceso a la tierra, un proyecto que se hizo realidad en Chivilcoy.
La historia se da a conocer a mediados del siglo XIX, poco tiempo después de la derrota de Rosas en Caseros. Un grupo importante de campesinos reclaman por las hectáreas de tierras donde trabajan, y cuyo título de enfiteusis lo tienen muy pocos.
El enfiteuta era, en tiempos de Rivadavia, el que ocupaba tierras fiscales para trabajarla pagando una tasa al erario público, tierras que luego fueron heredadas por sus hijos, lo que se llamaba “boletos de sangre”. Por eso Sarmiento dice que, en Chivilcoy, por tres enfiteutas que no solo no hacen producir la tierra sino que no pagan al fisco, frenan el progreso de 300 trabajadores del campo.
En 1856, en un texto publicado en El Nacional, Sarmiento denuncia la situación y revela el fallo favorable de la justicia para los campesinos, que pueden comprar a precio muy bajo la tierra que trabajan, a la vez que el Estado percibirá dinero por la venta, cosa que antes no ocurría con los terratenientes enfiteutas.
Siendo electo presidente, una década más tarde, el sanjuanino visitará Chivilcoy, y lanzará la propuesta de crear cien Chivilcoys más, con la convicción de hacer una verdadera distribución de tierras, propiciando la creación de nuevas ciudades, y por ende de ciudadanos para el nuevo país.
“En Chivilcoy al menos, hemos acomodado unos veinte mil inmigrantes y gauchos vagos antes, sin perjuicio de las vacas y ovejas, para quienes parece que se han dictado nuestras leyes y constituciones”, decía Sarmiento.
Pero el proyecto fue boicoteado por los que se decían dueños de la tierra, porque la tierra ya estaba distribuida en pocas manos y no era cuestión de abrir tranqueras ni para los gauchos que vagaban buscando conchabo, ni para los inmigrantes que bajaban de los barcos. Es más, el modelo de país de los que se oponían al proyecto Chivilcoy contemplaba acrecentar el doble o el triple el territorio, con una campaña contra las poblaciones originarias que habitaban al sur argentino.
Es decir que Sarmiento le respondería a Botana con el Proyecto Chivilcoy, creando a lo largo del país ciudades, escuelas, caminos, hospitales, bibliotecas, con mayor distribución de la riqueza. La tierra para el que la trabaja.
La pregunta es si los que se creen dueños de la tierra en el siglo XXI están dispuestos a abrir sus tranqueras, de acotar la frontera sojera para que los originarios de Formosa vuelvan a sus tierras ancestrales; de frenar el desmonte en Santiago del Estero para que los santiagueños trabajen en sus tierras y no sean explotados en alguna estancia sanpedrina; de dejar de lucrar con la pobreza llevándolos a tomar plazas improductivas en Villa Soldati. Ni Sarmiento en el siglo XIX, ni ningún gobierno argentino en el siglo XX propusieron una reforma agraria. No hay nada a la vista que en el actual año electoral, pasada la primera década del siglo XXI, alguien vaya a lanzar semejante propuesta.
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