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domingo, 31 de octubre de 2010

J P FEINMANN: MOVILIZARSE

31 de octubre de 2010
OPINION
La transformación del número en fuerza
Por José Pablo Feinmann
1
La sorpresa fue para todos: para los peronistas nacional-populares y para los enemigos del proyecto que esa fuerza impulsa desde 2003 y ha acentuado desde 2008. ¿De dónde salió tanta gente? ¿De dónde salieron todos esos cristinistas? Me suena lindo esto: cristinistas tiene un aire de nuevo, tiene un perfume de mujer exquisito, un feminismo que se asume con fuerza ante los hombres, ante los viejos machos hoy en alevosa retirada y, a la vez, los acepta, porque la mujer que da origen al neologismo es mina, es linda, es independiente y lo fue al lado de un hombre, que se sintió orgulloso justamente por eso: porque tenía a su lado a una mujer inteligente y brillante, que no sólo se le ponía de igual a igual sino que lo exigía, que le pedía todo el tiempo que fuera más y que lo fuera con ella, que le impidiera dejarlo atrás, porque lo amaba y quería seguir adelante con él, por eso cristinismo suena mejor que peronismo y hasta que kirchnerismo, porque suena a independencia, a germinación, a dar a luz ideas, proyectos, osadías, porque las minas no sólo dan a luz hijos de los tipos a los que supuestamente pertenecen (¿hasta cuándo ese “de” infamante para las mujeres, una mujer no es de nadie, es libre, es ella, tiene su nombre y su apellido, hasta cuándo ese “de” burgués del siglo XIX que adosa a las mujeres a los hombres en tanto propiedad privada?; probablemente Cristina conserve el “de Kirchner” para recordarlo, pero es una cuestión política, ella es ella y ahora no tiene otro remedio más que ése: ser lo que siempre fue junto al hombre que eligió: ella, pero ahora sola, con el recuerdo, la memoria y hasta las ideas compartidas y los buenos consejos de él, pero sola), sino que dan a luz sorpresas luminosas que pueden sorprendernos todos los días y mantenernos despiertos, alertas, con los músculos, los nervios y las neuronas tenso/as (¡ese machismo del lenguaje que toma el régimen del masculino para los adjetivos, cuánto hay que cambiar en este perro mundo!). No me volví feminista. Admiro simplemente a las mujeres. Primero: porque son bellas. Segundo: porque hace treinta años que estoy al lado de una compañera bárbara, sin la cual no sería lo que soy ni la mitad de lo que soy, sea lo que mierda sea, porque, en verdad, quién puede saber lo que es si apenas es algo ya es otra cosa, que es la esencia de la libertad, al menos de los que la ejercen y no se anquilosan como idiotas hijos de la TV o de los medios que buscan hacer basura con la gente. (Sugerencia de cambio para la revista Gente: Gente Idiota. Porque Gente es fresca... y pelotuda.)

2
El problema central para el cristinismo es ahora transformar en fuerza militante a la inmensa cantidad de personas que desfilaron ante el féretro de Kirchner. Que nadie crea que alcanzará con haberse dado una vuelta por la Rosada (aunque, lo sé, fue más que eso, pero me interesa ahora marcar otra cosa) para fortalecer el gobierno de Cristina Fernández. Que no lo crean tampoco los líderes que rodean a la Presidenta. Una situación emocional: hombre que muere joven, que llena de culpas a todos los que lo atacaron, a los que cacerolearon contra él en el 2008 (¿cuántos de éstos habrán ido a lavar esa culpa?), a los tacheros que durante todos estos años si abrieron la boca (¡y cómo la abren!, cómo habla el tachero argentino lo quiera o no el pasajero, parecieran militantes de una causa de hierro en la que creen a muerte: odiar a Néstor y Cristina Kirchner) fue para putearlos, hasta a los jóvenes de familias acomodadas que repitieron las palabras de sus padres, que convoca a adherentes emocionales momentáneos, que han ido porque les impresiona la muerte de un tipo joven, a jóvenes, a chicos y chicas, que ahora descubren lo “copado que era el Flaco”, a formidables tenores que te cantan un Ave María que te parte el corazón pero que termina el Ave María y se va y Cristina necesita que siga cantando, cantando al lado de ella, porque la música tiene que seguir, y no sólo el Ave María sino otras músicas, menos tiernas, menos dulces, más agresivas, a la altura de los Himnos de Guerra que día a día los medios entonan desde sus miles de voces bancadas por empresas poderosas, monopolios formados con capitales nacionales e internacionales, con diarios de inmediata e ininterrumpida relación con la Embajada de los Estados Unidos y, a través de ésta, inevitablemente, con la CIA y el FBI, a los que este Gobierno no les gusta nada. ¡Qué enemigos, caramba! ¡Qué fuerza habrá que nuclear!

3
De aquí la propuesta. A no entusiasmarse demasiado con los números. Con las encuestas. Las encuestas no salen a la calle. Los que salieron a la calle a despedir a Kirchner deberán saber que ese compromiso, que esa muestra de amor, deberá prolongarse en política, en militancia. En dolor ante la muerte, si se agota en sí mismo, permanece en el lugar de donde surgió: en la muerte. Hay que transformar ese dolor en militancia. Si Kirchner se definió a sí mismo como un heredero (no violento, como tantos y tantos y tantos) de la militancia juvenil de los setenta, hay que dar forma (con las decenas de miles de jóvenes que seguirán a Cristina a lo largo y lo ancho del país) a una nueva juventud. Que será peronista, o kirchnerista o cristinista. Pero esos jóvenes deberán saber ya (y ya lo saben) que la militancia será territorial y no armada. Se diferenciarán en esto, tajantemente, de los jóvenes de los ’70. Si quieren admirar al Che como símbolo de la rebelión, perfecto. Si lo toman como el héroe y el mártir de la lucha armada y el foco (teoría que le dio un francesito de esos años: Regis Debray y que Guevara perfeccionó y llevó a la práctica, una práctica desastrosa en la que sin duda tuvo la dignidad impecable de morir, de poner su cuerpo al lado de sus ideas, penosamente equivocadas, de aquí que ese cuerpo terminara acribillado por un pobre y asustado soldadito boliviano) el camino será otra vez el del desastre. Si insistimos tanto en la militancia territorial y no en la violencia, es porque la violencia fue un mal camino. Llevó a la muerte a una generación de jóvenes en toda América latina. Pero la militancia territorial ha vuelto a ponerse sobre la mesa de la mejor política. Que ya no se hace a través de los medios. Al ver a esos millones de argentinos (peronistas y no peronistas) desfilar junto a Néstor y abrazar a Cristina con un abrazo-promesa (no te vamos a abandonar) muchos empleados periodísticos de las grandes empresas multinacionales de la comunicación se habrán sentido no sólo defraudados, azorados también. ¿Cómo, y todo el trabajo que hicimos? ¿Y todo lo que le hemos dicho a esta gente durante años? Parece, señores, que no sirvió. Que hay otros canales por donde ahora se filtra la verdad, que la verdad, parece, no la construyen ustedes. Que los sujetos son todavía capaces de un acto libre. Porque fue un ejercicio poderoso de la praxis libre del sujeto haber ido a despedir a Néstor Kirchner. Los sujetos no están sujetados. La rebelión no es inexplicable. Ejercer la libertad fue decirle no a la política omnipresente comunicacional, y salir a la calle, inundar la territorialidad. En el conflicto de la 125 los ínfimos movileros que los medios arrojaban a la calle (conscientes de las órdenes que tenían) preguntaban a los militantes kirchneristas: “¿Viniste por el choripán? ¿En qué medio te trajeron?” Y a los conchetos del otro lado: “¿Nos podría explicar la causa por la que vino hasta aquí?” Del lado concheto, la causa. Del lado de “la negrada peronista”: el choripán o el camión de algún sindicato. De un lado, la libertad de elección. Del otro, la manipulación del aparatismo. ¿Fueron esos movileros a preguntarle a alguno de los que estaban haciendo interminables colas para despedir a un líder popular quién los había traído, si habían venido por el choripán? Sería interesante haberlo intentado. Pero los medios se cuidaron. Se pasmaron. Se sorprendieron hasta el dolor. No todos. Hubo, para mí, una excepción valiosa. Ya llegaré a ese punto.

4
Que la militancia territorial haya ganado otra vez el protagonismo significa que lo más genuino del peronismo (del peronismo del ’45 y el de los ’70) ha regresado. La política territorial exige del militante más que la política mediática. La mediática no le pide nada. Porque los militantes no van a los medios. Van los jetones. Los dirigentes. Y los intelectuales de nombre, los “referentes”. La única posibilidad que tiene el militante es esta hermosa posibilidad que está de nuevo entre nosotros y a la que le damos una bienvenida esperanzada: la territorial. Se gana la calle. Hay que ganar la calle. La política se hace ahora saliendo de casa. Basta de estar eternamente mirando la tele o boludizándose con Internet. El número fue poderoso durante estas jornadas. Pero hay una consigna de John William Cooke que hay que recordar ahora más que nunca: la transformación del número en fuerza. Y ya lo ven: lo nombré a Cooke. ¿Setentismo? No creo: Cooke fue desde jovencito diputado peronista. Además, ¿a quién quieren que cite: a Ivanisevich, a Mendé? (No los conocen. ¡Mejor! Ni los busquen en Internet. Basta de buscar en Internet, por favor. Busquensé un poco a sí mismos. Van a encontrar mayores tesoros. Verdades y no informaciones. Verdades, además, acerca de ustedes. ¿Cuántos encontraron súbitamente su verdad saliendo a la calle el miércoles?) El número ya cumplió su tarea. Los que lloraron a Kirchner y fueron a dar apoyo a su viuda fueron innumerables. Tantos como los que pidieron la renuncia de Cobos. Que no se lo pueda echar porque se aferra a una ley que lo sostiene es una vergüenza moral e institucional. Moral, porque es un mentiroso y un hipócrita. ¡Declaró que Kirchner había sido un gran presidente! Institucional, porque todos saben que ese hombre no está ahí para cumplir con el cargo que ocupa: ser un orgánico de la Presidenta. Un Presidente y un Vice forman una entidad institucional orgánica, que funciona complementándose. ¿Cómo puede ser que este señor sea el jefe de la oposición, que funcione como el cuchillo que pende sobre la cabeza de la Presidenta, que a Kirchner hayan tenido que velarlo en la Casa Rosada y no en el Senado como se veló a la mayoría de los presidentes porque este Senado lo preside un enemigo?

5
La transformación del número en fuerza es la consigna de la hora. ¿Cómo se consigue? Tiene que penetrar en el sujeto libre la necesidad de expresar esa libertad a través de la praxis política. Tiene que surgir la pasión de compartir una causa. De participar de la historia. De sacar el culo de la silla que tenés frente a Internet o frente al televisor. De salir de la soledad a la que el universo mediático te condena. Si te gusta el twitter, seguí. Pero no es lo mismo twittear que mirarle la cara a un compañero. Que verle los ojos. Olerlo. Tocarlo. Abrazarlo, ya en la desdicha o el triunfo. No es lo mismo querer hacer la historia que mirar cómo otros la hacen. No es lo mismo ser protagonista que ser pasivo, inerte, poco o nada.

Addenda: Ya no leo los diarios de la derecha. Si hay algo que vale la pena, alguien siempre me lo dice. Esta vez me dijeron: “Leé la nota que Beatriz Sarlo publicó el jueves 28 en La Nación”. La leí. Dice: “Pensé también en los que formaron el lado intelectual del conglomerado que armó Kirchner. Con ellos he discutido mucho en estos años. Sin embargo, me resulta sencillo ponerme en su lugar. Muchos vienen de una larga militancia en el peronismo de izquierda; vivieron la humillación del menemismo, que fue para ellos una derrota y una gigantesca anomalía, una enfermedad del movimiento popular. Cuando los mayores de este contingente representativo ya pensaban que en sus vidas no habría un renacimiento de la política, Kirchner les abrió el escenario donde creyeron encontrar, nuevamente, los viejos ideales. Pensé que se engañaban, pero eso no borronea la imaginación de su dolor”. Hace muchos años que conozco a Beatriz. Sinceramente creí que el odio había extraviado su inteligencia durante los últimos tiempos. Y lo lamenté, sinceramente también. Esta nota que ha publicado, no sólo por estar al lado de la de un obsesivo y un tipo que me importa lo que pueda importarme un plumero, es de una nobleza excepcional. Si tu mano es una mano tendida, Beatriz, contá con la mía para estrecharla.


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El país|Domingo, 31 de octubre de 2010
Un flaco como cualquier otro
La nota que se publica a continuación fue escrita a los diez días de la llegada de Néstor Kirchner al poder. A él lo emocionó mucho. Cristina Fernández, siempre que me ve, me la recuerda. Era la simple expresión de un tipo (de un ex militante intelectual de la “generación diezmada”) que expresaba su agrado por el modo en que el nuevo presidente había asumido. Yo no sabía nada de Néstor Kirchner. Con Cristina habíamos presentado el libro de Bonasso Diario de un clandestino. Me senté a su lado y sentí (lo juro) esa tensa pero agradable sensación que se posesiona de uno cuando está cerca de una mujer bonita. Para qué macanear. El miércoles cuando, pálida, con anteojos negros, erguida y digna en su dolor, se plantó ante el féretro de Kirchner la vi todavía más hermosa: parecía una troyana trágica, una figura extraída de Esquilo o de Sófocles.
Por José Pablo Feinmann
El Flaco se llama Néstor, como el Presidente. También podría decirse –sin faltar a la verdad– que el Flaco es el Presidente, porque el Flaco, desde el domingo 25 de mayo de 2003, es el Presidente de este país en que todos estamos y también él; nosotros como ciudadanos, él como Presidente. Pero cuando amaneció el 25 el Flaco todavía no era el Presidente. Le tenían que poner la banda, tenía que jurar, saludar a los granaderos, advertirles a los ministros que Dios y la Patria les iban a demandar algo que jamás le demandaron a nadie, así estamos. Entonces, volvemos: empieza el 25 y el Flaco todavía no es Presidente. Para colmo, le hicieron una trampa muy fea, tan fea como podía hacerla el Gran Tramposo, que se bajó del ballottage y lo bajó al Flaco del 70 por ciento al que, cómodo, llegaba. Porque el Flaco, además de Flaco, es alto, de modo que puede llegar al 70 por ciento y hubiera llegado si no fuera porque el Gran Tramposo, que, entre otras calamidades, es muy petiso, no se hubiera bajado, pero se bajó y no hay quién no sepa por qué, el Gran Tramposo se bajó porque cuando sus Amos le dicen “Suba”, él sube, y cuando le dicen “Baje”, él baja, y esta vez le tocó bajar. Tanto, que ya ni petiso es. Tanto, que lo enterraron. Porque de un petiso podrá decirse cualquier maldad menos una: que no ocupa algún espacio en la realidad, que un cacho del ser no le pertenece, por menguado que sea. Al Gran Tramposo, en cambio, nada, tanto lo bajaron que ya no se lo ve. Y creo que somos muchos los que queremos que siga así: ausente de la realidad durante algún tiempo. De aquí a la eternidad, digamos.

Volvemos al Flaco. Que, la sinceridad ante todo, no se había lucido durante la campaña electoral. Le decían mucho lo de Chirolita. Que Duhalde lo chiroleaba. Que era el Chirolita de Duhalde. Cosas así. Y el Flaco hablaba aquí, hablaba allá, hablaba donde podía, pero no lo escuchaban mucho. Para qué lo voy a escuchar al Flaco –pensaban todos–, si abre la boca y habla Duhalde, para eso lo escucho a Duhalde, que, por suerte, habla poco, ya que la juega de Prócer Prescindente o de Presidente en Tránsito. Y uno no escuchaba a nadie, ni a Duhalde ni al Flaco. Sin embargo, el Flaco lo necesitaba a Duhalde (y seguramente lo sigue necesitando, pero ésta es otra cuestión) porque el Gran Jefe Bonaerense tenía lo único que restaba de un país que se llamaba Argentina, tan hecho polvo, tan amainado que sólo le restaba un aparato, el duhaldista. Y ahí se montó el Flaco, ahí puso el pie, encontró un pedazo de la realidad. Lo menos que se le puede pedir a la realidad –se dijo– es que exista, y aquí ya no existe nada. Están los piqueteros y los asambleístas, de acuerdo. Pero los asambleístas existen porque les dejaron de existir los ahorros, no bien vuelvan los ahorros se van los asambleístas. Y los piqueteros existen pero como pura negación, existen como expulsión, marginación, desechos de un podrido sistema que no puede integrarlos. Hacen lo que pueden y lo hacen bien, pero yo, piensa el Flaco, quiero ser Presidente y ver si desde ahí puedo hacer algo por traerlos de nuevo a ese viejo y venerable circuito que ya no existe, el de la producción. De modo que el Flaco se pregunta qué tiene y tiene dos cosas: el frío patagónico y el aparato de Duhalde. Llega con esas dos cosas. Se banca lo de Chirolita y empuja. Por fin, gana. Pero por descarte. Gana porque el Otro, el Gran Embaucador, se va. O sea, el Flaco, que llegó como Chirolita, que llegó por medio de Otro, del Gran Caudillo Bonaerense, gana por defección de Otro, del Gran Embaucador. No soy yo, se dice. Soy un resultado. Llegué por Otro y gané por Otro. Llegué porque Otro me hizo llegar y gané porque Otro decidió perder. Entonces, en esta feroz encrucijada, el Flaco toma la decisión de su vida. Decide inventarse. Sabe, como el hombre sartreano, que es nada. Pero sabe que esa nada le abre el infinito, la tarea vertiginosa de ser sus posibilidades, de elegirse, de darse el ser. El Flaco, entonces, inventa al Flaco. (Que nadie crea, en este punto, que la referencia a la ontología de Sartre es casual, que surgió porque sí. No, el Flaco es sartreano. Lo es, ante todo, porque tiene que inventarse, elegir, y, eligiéndose, darse el ser. Y también es, el Flaco, sartreano, porque como el Gran Virola francés, el Flaco es el Gran Virola argentino. Se le pianta un ojo. El mismo que al autor de la Crítica de la razón dialéctica, el derecho. Suele creerse que esto es un defecto, una carencia. Pero no, el Virola ve más que el pobre tipo que tiene los dos ojos para el mismo lado. El Virola, con un ojo, ve el Todo. Y con el Otro ve lo que el Todo tiene al Costado. O sea, ve el Todo y su Costado. Que alguien diga si puede ver tanto. Privilegio de pocos ver todo eso, ver el Todo y el Costado. Privilegio de grandes. Como Sartre. Como el Flaco.)

¿En qué momento empieza a inventarse, a crearse, a darse el ser el Flaco? Cuando el Gran Embaucador renuncia. Ahí se pone frente a un micrófono y dice: “Sólo este rostro nos faltaba conocerle: el de la cobardía”. Caramba, qué frase. Algo así no sale del aparato duhaldista. Los aparatos dan muchas cosas. Poder, por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder, ya que es su creación y no su mera acumulación burocrática. Después el Flaco va al programa de la Señora que Almuerza. Y la Señora que Almuerza le dice eso tan feo, lo del zurdaje que se viene. Y el Flaco le dice “Señora, por esa frase, murieron treinta mil personas en este país”. Y todos empiezan a decir El Flaco es Zurdo, qué Zurdo es el Flaco, qué Zurdaje se viene, cuánta razón tiene la Señora. Pero el Flaco sigue. Es posible conjeturar, aquí, que el Flaco está acostumbrado a que le digan zurdo.

Ahora es el 25. Y el Flaco hizo venir a cada gente, vea. Gente que, pongamos por caso, si ganaba López Murphy, no venía. Pero ganó el Flaco y vinieron. Fidel, Chávez, Lula, un horror. Una verdadera acumulación de zurdaje. Pero el Flaco los quería tener porque es afecto a los buenos recuerdos y dijo, después, en el discurso, que tenía algunos, algunos buenos recuerdos, el de la plaza del 25 de mayo de 1973, por ejemplo, la de Cámpora, Allende y Dorticós. Y dijo pertenezco a una generación diezmada. Y ahí –los que todavía no se habían dado cuenta, se dieron cuenta para siempre– ¡el Flaco es un Flaco de la Jotapé! El Flaco es un Flaco del setenta. Un Flaco de la izquierda peronista. Y si no, vean esa foto que aparece en los diarios: el Flaco, más flaco que ahora, como declinando en una silla, los brazos cruzados, escucha a dos o tres barbudos, circa 1972, en Río Gallegos, y los dos o tres barbudos son la imagen de la “subversión”, son perucas de izquierda de los más bravos, y por ahí el único que queda de esa foto es el Flaco, que los mira y aprende, y cree que del peronismo puede salir algo así como el socialismo, mirá vos las cosas en que creía el Flaco, si habrá sido joven, si habrá sido gil, creer eso, creer eso en lo que creyó la generación más revolucionaria de la historia de este país, la más castigada, la diezmada, como dijo el Flaco. Creer eso, creer que de un movimiento político con un general nazi a su frente podía salir la lucha de clases y la liberación nacional. Pero hay que comprender: el Flaco, en esos años, no leía a Uki Goñi sino a Fanon, a Cooke, a Jauretche, a Hernández Arregui. Y hasta, me juego, el Flaco leía la revista Envido, la única revista teórica que hizo la izquierda peronista, escrita, desde adentro, por flacos de la misma edad que el flaco, que eran, en ese entonces, tan flacos como él, y tan jóvenes y tan apasionados. Que eran, sin más, la izquierda peronista. Reducida después –por el canallismo ideológico de tantos canallas– a la mera historia de los Montoneros, y luego a la mera historia de Firmenich y Galimberti. Y luego al desprestigio y a la despolitización. Porque todos lloran por los desaparecidos pero olvidan en qué creyeron y por qué.

Y por fin, el domingo, el Flaco gana por goleada. Se come la cancha. Se mete a la gente en el bolsillo. Se hace querer. Se crea sí mismo. Es un flaco como cualquier otro. Cruza hacia el Congreso. Un periodista lo hiere. El Flaco llega al Congreso medio ensangrentado. Jura. Juega con el bastón. Tiene el saco desabrochado. Y ahí está Lula. Y Castro. Y Chávez. Y el Flaco está feliz. Y con un ojo los mira a todos. Y con el otro, con el sartreano, de costadito la mira a Cristina.


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