26 de febrero de 2011
La sorpresa de una revolución que no fue islamista
El terremoto del mundo árabe.
Serán todos musulmanes, pero no llevan la bandera del Islam, sino la de la democracia, del voto y los derechos humanos y civiles. El peligro es la “tutela” militar y el enorme poder de los sauditas, enemigos de todo esto.
Por Robert Fisk *
El terremoto en Medio Oriente de las últimas cinco semanas ha sido la experiencia más tumultuosa, terrible y aturdidora en la historia de la región desde la caída del Imperio Otomano. Por una vez, “shock y turbación” eran la descripción correcta. Los dóciles, supinos, impenitentemente serviles árabes dibujados por el orientalismo se transformaron en los luchadores por la libertad y la dignidad que nosotros, los occidentales, siempre presumimos que era nuestro único rol en el mundo. Uno después de otro, nuestros sátrapas están cayendo y la gente a la que le pagamos para que los controlara está haciendo su propia historia; nuestro derecho a meternos en sus vidas (que por supuesto continuaremos ejerciendo) disminuyó para siempre.
Las placas tectónicas siguen moviéndose, con resultados trágicos y hasta de humor negro. Son incontables los potentados árabes que siempre afirmaron que querían la democracia en Medio Oriente. El rey Bashar de Siria va a mejorar los salarios de los empleados públicos. El rey Bouteflika de Algeria de pronto abandonó el estado de emergencia del país. El rey Hamad de Bahrein abrió las puertas de sus prisiones. El rey Bashir de Sudán no se presentará como candidato a presidente otra vez. El rey Abdulla de Jordania está estudiando la idea de una monarquía constitucional. Y los Al Qaida están, bueno, más bien silenciosos.Quién hubiera creído que el viejo en la cueva de pronto saldría, encandilado y enceguecido por la luz del sol de la libertad en lugar de la oscuridad maniquea a la que se han acostumbrado sus ojos. Hubo muchos mártires en el mundo musulmán, pero no hay una bandera islamista a la vista. Los hombres y mujeres jóvenes que están llevando a su fin este tormento de dictadores eran en su mayoría musulmanes, pero el espíritu humano era más grande que el deseo de morir. Son creyentes, sí, pero llegaron aquí primero, derrocando a Mubarak mientras los secuaces de Bin Laden todavía piden su derrocamiento en videos anticuados.
Pero ahora una advertencia. No se terminó. Estamos experimentando hoy esa sensación cálida, apenas húmeda, de antes de que comiencen los truenos y los relámpagos. La última película de terror de Khadafi todavía tiene que terminar, aun con esta terrible mezcla de farsa y sangre a la que estamos acostumbrados en Medio Oriente. Y su inminente caída pone la vil adulación de nuestros propios potentados en una perspectiva aún más afilada. Berlusconi –quien en muchos aspectos ya es una burla fantasmagórica de Khadafi mismo– y Sarkozy y Lord Blair de Isfahan están tomando un aspecto aún más venido a menos que lo que creíamos. Escribí en un momento que Blair y Straw habían olvidado el factor “sorpresa”, la realidad de que esta extraña luminaria libia está absolutamente loco y sin duda haría otro acto terrible para avergonzar a nuestros amos.
Todos le están diciendo a Egipto que siga el “modelo turco”, que parece involucrar un agradable cóctel de democracia e Islam cuidadosamente controlado. Pero si esto es verdad, el ejército de Egipto mantendrá un ojo no deseado y no democrático sobre su pueblo en las décadas por venir. Como abogado, Ali Ezzatyar señaló: “Los líderes militares de Egipto han hablado de amenazas a la ‘forma de vida egipcia’... en una no tan sutil referencia a las amenazas de la Hermandad Musulmana. Esto se puede ver como una página sacada de un libro de estrategia turco”. El ejército turco resultó un hacedor de reyes cuatro veces en la historia turca moderna. ¿Y quién si no el ejército egipcio, hacedor de Nasser, constructor de Sadat, se libró del general Mubarak cuando el juego terminó?
Y la democracia, la real sin restricciones, imperfecta pero brillante versión que nosotros en Occidente hemos cultivado tan tierna y correctamente, no va a crecer feliz en el mundo árabe con el pernicioso trato de Israel a los palestinos ni con su robo de tierras en Cisjordania. Ya no es más “la única democracia en Medio Oriente”, como Israel sostenía desesperadamente –en compañía de Arabia Saudita, por Dios–, y decía que era necesario mantener la tiranía de Mubarak. Presionó el botón de los Hermanos Musulmanes en Wa- shington y fortificó el habitual temor al lobby israelí para hacer descarrilar a Obama y a la Clinton nuevamente. Enfrentados con manifestantes pro democracia en las tierras de la opresión, volvieron a apoyar a los opresores hasta que fue demasiado tarde.
Sin embargo, en Bahrein tuve una experiencia deprimente. El rey Hamad y el príncipe heredero Salman anduvieron haciendo reverencias a su población, setenta por ciento chiíta, abriendo las puertas de las prisiones, prometiendo reformas constitucionales. De manera que le pregunté a un funcionario del gobierno en Manama si esto era realmente posible. ¿Por qué no tener un primer ministro elegido en lugar de un miembro de la familia real, los Khalifa? Chasqueó su lengua. “Imposible”, dijo. “El CCG nunca podría permitir esto.” Donde dice CCG –el Consejo de Cooperación del Golfo– léase Arabia Saudita. Y aquí, me temo, nuestra historia se oscurece.
Le prestamos muy poca atención a esa banda autocrática de príncipes ladrones; creemos que son arcaicos, iletrados en política moderna, ricos (sí, “más allá de los sueños de Creso”, etc.) y nos reímos cuando el rey Abdulá ofreció hacerse cargo de las deudas del régimen de Mubarak con Washington y nos reímos cuando el viejo rey les promete 36 mil millones a sus ciudadanos para que mantengan la boca cerrada. Pero éste no es un asunto de risa. La revuelta árabe que finalmente sacó a los otomanos del mundo árabe comenzó en los desiertos de Arabia, con los jefes tribales confiando en Lawrence, McMahon y el resto de nuestra banda. Y de Arabia vino el wahabismo, una poción profunda –con espuma blanca encima de lo negro– cuya espantosa simplicidad atraía a cada posible islamista y a suicidas en el mundo sunnita musulmán.
Los sauditas acogieron a Osama bin Laden y a Al Qaida y al talibán. No mencionemos que ellos proveyeron la mayoría de los atacantes suicidas del 11 de septiembre. Y los sauditas ahora creerán que son los únicos musulmanes todavía en armas contra un mundo que se ilumina. Tengo la infeliz sospecha de que el destino de esta festividad en la historia de Medio Oriente que se está desarrollando antes nosotros será decidida en el reino del petróleo, los lugares sagrados y la corrupción. Estén alertas.
Pero una nota más alegre. Estoy buscando las citas más memorables de la revolución árabe. Tuvimos “Vuelva señor presidente, estábamos haciendo un chiste” de un manifestante anti Mubarak. Y hemos tenido el discurso estilo Goebbels de Saif el Islam el Khadafi: “Olvídense del petróleo. Olvídense del gas, habrá una guerra civil”. Mi propia cita favorita, egoísta y personal llegó cuando mi viejo amigo Tom Friedman de The New York Times se reunió conmigo para un de- sayuno en El Cairo con su habitual sonrisa. “Fisky –dijo–, un egipcio se me acercó ayer en la plaza Tahrir y me preguntó ¡si yo era Robert Fisk!” Eso es lo que yo llamo revolución.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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