DISCURSO DE HERMAN SCHILLER EN EL HOMENAJE A “NUEVA PRESENCIA” (9-XII-08, esquina de Castelli y Valentín Gómez
En la Argentina se sigue criminalizando la pobreza, porque sigue siendo delito ser joven, pobre y morocho.
En la Argentina , en nuestro país, desde el 10 de diciembre de 1983, es decir desde que se fue la dictadura y se instaló ésto que algunos llaman “democracia”, otros “democracia de baja intensidad” y otros “mero republicanismo formal”; en ese lapso, que va del 10 de diciembre de 1983 hasta hoy, o sea en 25 años, la policía de gatillo fácil asesinó a 2557 personas inermes --inermes quiere decir desarmadas-- , producto de la tortura en comisarías o de fusilamientos lisos y llanos. Eso por supuesto no incluye ni los enfrentamientos ni los presuntos enfrentamientos.
Las cifras han sido rigurosamente documentadas por ese importante organismo surgido después de la dictadura que es la Correpí , la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional. La cifra, quizás sea mayor, pero esto es lo que está documentado.
2557 asesinatos; de los cuales 1062 fueron cometidos por el aparato represivo del Estado desde el 25 de mayo del 2003, o sea durante la era K. Un verdadero genocidio. Un verdadero terrorismo de Estado en plena “democracia”. Que también tiene desaparecidos como Julio Jorge López, cuya aparición con vida seguimos reclamando, así como el juicio y castigo a los culpables de su secuestro.
¿Qué tiene que ver esto con el homenaje a “Nueva Presencia”? Y, mucho, porque éste sería hoy uno de los temas básicos de este semanario si pudiera salir de nuevo, y no los sambenitos reaccionarios de la inseguridad con que nos satura hasta el hartazgo la derecha mediática y sus epígonos.
En la Argentina , las fuerzas represivas del Estado matan hoy a un pibe cada día y medio como promedio. Y repito, por si alguno se distrajo: como consecuencia de torturas y fusilamientos. Eso sucede esencialmente en los barrios más pobres, en los barrios donde hace décadas que cerraron las fábricas y la educación y la salud son absolutamente precarias.
“Nueva Presencia” fue una publicación que, en medio de terribles hostilidades externas e internas, trató, desde la identidad judía, de identificarse directamente con los sectores más oprimidos, con los sectores más explotados y con los sectores, como se denomina hoy, más excluídos.
Entonces era una lucha contra el régimen militar fascista que hacía desaparecer a quienes se le oponían. Para eso puso el cuerpo y el alma para denunciar a los masacradores y a sus cómplices cercanos y lejanos.
Hoy “Nueva Presencia” no sale porque a quienes nos interesa una publicación así no tenemos plata y los que sí tienen plata, aunque presuman de progresistas, no les interesa para nada que “Nueva Presencia” renazca de sus cenizas.
Hoy, efectivamente, “Nueva Presencia” ya no está en la calle, pero como ustedes podrán más o menos apreciar, todavía seguimos enteros peleando en otros terrenos.
En estos momentos junto a los trabajadores de General Motors y otras automotrices, que salieron a combatir las suspensiones, los despidos y el fantasma de la desocupación; y a gritar que la crisis del capitalismo no debe recaer sobre las espaldas de los que menos tienen. Y, también, junto a los docentes, los médicos y demás trabajadores de la salud. Y junto a los obreros de los frigoríficos y curtiembres que están sufriendo despidos masivos. Y junto a los vecinos ambientalistas de Esquel, Catamarca y tantos otros lugares que se movilizan todos los días, sin que los medios digan una sola palabra, contra los monopolios mineros que contaminan el medio ambiente y saquean el subsuelo del país.
Todo esto es parte de nuestra lucha cotidiana actual. Que por supuesto no quedará reflejada en las página de “Nueva Presencia”, porque ya hace veinte años que dejó de existir.
Últimamente estoy recibiendo homenajes por “Nueva Presencia. Y, como soy quizás esquizofrénico, los acepto y al ratito me arrepiento, pero creo que lo hago porque estoy harto de que los burgueses judíos me traten como marginal y bicho raro, cuando son ellos en realidad los que están navegando en contra de las corrientes de la historia.
Y estos homenajes, que vienen de afuera de la comunidad judía,a ellos los irrita. Y yo siento enorme placer cuando ellos están irritados por mi causa. Es como en una vieja y hermosa canción en ídish titulada “Avreiml der marvijer”, que es la historia de un raterito de barrio, en este caso de un raterito de un barrio judío pobre de la Europa Orienta de la década del treinta, pero bien podría ocurrir en Berazategui, en Ciudad Oculta o en González Catán. Y “Avreiml der marjiver”, el pequeño raterito, canta con la voz entrecortada del enorme placer que siente cuando “un sucio magnate” cae entre sus manos.
Y bien, agradezco los homenajes, pero respetuosamente, con toda la cautela que puedo, les digo que sigo siendo un hombre antisistema que confronta con el poder. O para decirlo con otros vocablos: sigo siendo revolucionario y apuesto a la revolución socialista que lleve al poder a los más desposeídos.
Por eso trato de hablar del pasado despacito y sin exagerar, a pesar de todo el orgullo que siento por lo que hicimos en el pasado. Prefiero en cambio hablar de las luchas contemporáneas, las que se libran en estos mismos momentos.
Un libro judío de la antigüedad, el “Pirkei Avot”, escrito en idioma arameo, contiene un aforismo, un consejo, que me ha guiado siempre: “Al titvadá larashut”, no te acerques al poder.
No sólo he tratado de estar lo más lejos posible del poder del Estado opresor, sino que lo he enfrentado todas las veces que he podido. Ayer en “Nueva Presencia”, hoy en las durísimas peleas de todos los días. Por eso me he diferenciado tanto del judaísmo oficial, que ayer fue condescendiente con los asesinos de uniforme y hoy cada día se mimetiza más con los explotadores.
A propósito del judaísmo oficial, que se autodefine a sí mismo como “genuino”, a esta misma hora, o quizás dentro de algunos minutos, realizarán un acto por el Día de los Derechos Humanos. Vaya hipocresía. Sabemos muy bien dónde estuvieron y dónde están.
De todos modos quiero decir que la expresión “derechos humanos” la utilizo lo menos posible. Es una expresión cada día más deslucida y manoseada. Hoy cualquier burgués, cualquier tilingo, habla delos derechos humanos. Y, desde la DAIA hasta el Citibank, tienen una comisión de derechos humanos.
“Nueva Presencia” fue un periódico judío. Y un periódico judío que decidió asumir papeles de vanguardia en la lucha contra el fascismo era, a fines de los setenta y principios de los ochenta, un fenómeno que algunos sorprendidos consideraron esotérico.
Los dirigentes judíos, es bastante conocido, combatieron a “Nueva Presencia” sin piedad. Y, del otro lado, hubo quienes no ocultaron su aprensión prejuiciosa. Pero a medida que iba creciendo quedó claro que no venía a blanquear a nadie, sino que simplemente se dedicó a recoger la tradición revolucionaria de los trabajadores judíos. Esta tradición revolucionaria que hizo que miles de judíos participaran de la Revolución de Octubre. Esa misma tradición revolucionaria que originó que miles de jóvenes judíos argentinos formaran parte del ERP, de Montoneros y demás organizaciones combatientes.
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Hace algunos años llegó a Buenos Aires un representante del Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), o sea la guerrilla salvadoreña que peleaba contra la feroz dictadura de ese país. Se llamaba Rutilo Sánchez y yo lo fui a entrevistar.
El reportaje transcurría sobre carriles más o menos previstos, pero en un momento determinado apareció el tema judío. Y el dirigente guerrillero me dijo: “Ah, tú eres judío. Qué bien, porque en Nueva York tenemos un rabino que es una maravilla. Cada combatiente de nuestras organizaciones, cada exiliado de Centroamérica que llega allí, él los refugia en su sinagoga y les da techo y comida.
Y yo le pregunté entonces no sin cierto asombro: ¿Y quién es ese rabino? Y él me respondió: se llama Marshal Meyer.
Efectivamente, Marshal Meyer, en su sinagoga de “Bet Yeshurún” de Nueva York, solía decir que una sinagoga que sólo sirve para rezar, en realidad no sirve para nada. Y agregó: si alguien quiere hacer del judaísmo un club privado a mí no me interesa.
Y por qué traigo esta anécdota tan significativa. Para subrayar las diferencias.
En Villa Crespo, barrio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, había una escuela judía abandonada llamada Jaim Najman Bialik, en la calle Aguirre. Los indigentes del barrio fueron a la escuela y la ocuparon como ocupan legítimamente tantos edificios abandonados. Y qué hicieron los burgueses judíos de Buenos Aires: llamaron a la policía para desalojar el edificio.
Y todos sabemos muy bien que si hubiera estado Marshal Meyer en la calle Aguirre, en vez de llamar a la policía hubiera organizado enseguida la comida para los ocupantes.
Marshal nunca quiso blanquear a nadie. Solía ser muy duro al denunciar las lacras internas.
De todos modos quiero subrayar que Marshal y yo no éramos lo mismo. Había matices y diferencias bastante profundas. El se había criado en Manhattan y yo cerca de la cancha de Atlanta. El era creyente y rabino y yo ateo y socialista. El no era antiimperialista porque decía que eso era una boludés de los intelectuales de izquierda y yo soy profundamente antiimperialista. El era muy elegante y vestía como Robert Redford y yo me cagaba en la elegancia.
Había no pocas diferencias. Y, sin embargo, tuvimos tantos acuerdos y tanta amistad. El no tenía aliados en la comunidad judía para enfrentar a la dictadura, salvo algunas excepciones de su entorno. Y yo no tenía ninguna posibilidad de hacer alianza con la izquierda judía, que estaba congelada y paralizada en el mejor de los casos o apoyando a la dictadura, en el peor de los casos.
Con Marshal Meyer nos unió al principio el espanto, pero después una profunda convicción sobre la necesidad de pelear juntos.
Durante toda la etapa aciaga del ’76 al ’83, el genocidio pareció importarle muy poco al judaismo oficial, que priorizaba que la comunidad judía pudíera expresar su identidad sin inconvenientes.
“La izquierda y los terroristas están junto a quienes anhelan destruir al Estado judío”, solían expresar los dirigentes judíos una y otra vez. Y, al través de sus declaraciones, discursos, comunicados, notas en la prensa adicta y demás, surgía claramente que sus posiciones a favor del régimen autoritario no era un tema táctico, sino de íntima convicción. Por eso decían: “Los militares se encuentran de nuestro lado; en cambio, los subversivos alientan a nuestros enemigos”.
En 1980, cuando casi toda América latina estaba sometida a feroces dictaduras militares al servicio de los intereses de Washington, el general Sharón, que era ministro de Defensa de Israel, visitó al general Policarpo Paz, jefe de la dictadura hondureña, que en esos días era denunciada en todo el mundo por su política criminal. Y Sharón, luego de la visita, dijo sin ruborizarse: “Israel no sólo le vende armas a Honduras por negocios, sino porque está con nosotros en la lucha común contra el comunismo internacional”.
En ese momento llegó a Buenos Aires Menajem Hacohen, un raro caso de rabino ortodoxo que se consideraba a sí mismo como socialista y que integraba en la Knéset el bloque opositor laborista. Al preguntarle en una entrevista acerca de esas declaraciones de Sharón, Menajem Hacohen me respondió: “Merecen todo mi repudio. Hemos creado el Estado Judío para que sea distinto, justo y socialista, y no para convertirlo en proveeduría de armamentos para las dictaduras militares de América latina”.
Después que testimonié ante el juez Baltasar Garzón, en abril del ’99, fui invitado por el Partido Socialista de Israel (“Meretz”) a visitar ese país. Estaba pronunciando una conferencia en “Tzavta” de Tel Aviv sobre la caracterología fascista y antisemita de la represión dictatorial en Argentina, cuando sorpresivamente se presentaron dos ex ministros del gobierno de Itzjak Rabín: Iosi Sarid y Amnón Rubinstein. Ambos señalaron que habían concurrido para “rendirle homenaje a un luchador por los derechos humanos que dignifica al pueblo judío”, lo que para mi resultó una abrumadora gratificación en contraste con los palos que habitualmente recibo por parte de la reaccionaria dirección comunitaria judía local. En esa ocasión, tanto Iosi Sarid como Amnón Rubinstein enfatizaron que habían concurrido a ese acto también para denunciar “el papel nefasto de sus gobiernos como cómplices de las peores dictaduras latinoamericanas y del apartheid sudafricano”.
Y Iosi Sarid, que en aquellos días todavía era considerado como el líder del ala izquierda de su partido, agregó: “Israel debería pedir perdón a todos los familiares de las víctimas de esos regímenes sangrientos”.
Esto lo dijo Iosi Sarid y quiero puntualizar algo antes de seguir adelante: no estoy tratando de levantar mi persona y de disminuir todo lo que esté enfrente. No es que en esa época yo era bueno y ellos eran malos --a lo mejor, y seguramente, debe haber sido al revés, porque no puedo ni debo omitir que cometí muchísimos y gruesos errores--, sino que se trataba de los criterios filosóficos e ideológicos, absolutante antagónicos, con que se tomó el asunto desde el principio: para mí los desaparecidos eran mis compañeros de lucha, muchos de ellos combatientes de las organizaciones armadas populares, mientras que para el judaísmo oficial eran terroristas que estaban en la vereda de enfrente. Esto lo subrayo con la voz más alta que tengo para destacar el oportunismo de los que hoy se pretenden autoblanquear en el edificio de la calle Pasteur.
Para mí judíos genuinos fueron, por ejemplo, Simón Radowitzky, que hizo justicia popular y se tragó 21 años de cárcel en Ushuaia o Marcos Osatinsky, que perteneció a la Juventud Judía de Tucumán, luego fue uno de los fundadores de las FAR, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y terminó asesinado por los militares genocidas. Judíos genuinos fueron ellos y no los estafadores del Banco Mayo o del Banco Patricios, cuyos continuadores se aprestan en estos momentos a realizar el acto de autoblanqueo.
Todos los judíos detenidos-desaparecidos (hasta ahora se llevan contabilizados alrededor de 2000), que entregaron su vida generosamente, y aunque no lo supieran o dijeran lo contrario, estaban para mí infinitamente más cerca de las utopías de justicia social de los antiguos profetas de Israel que de los corruptos burgueses que desde añares vienen conduciendo las instituciones judías locales.
Admito, sin embargo, que el tema no es sencillo.
En el año 2000, cuando estuve en Cuba por última vez, fui invitado por la comunidad judía. Fue en un Shabat. Entonces hice en la tierra de Fidel lo que no hago en Buenos Aires: participé del ritual sabático. Fue en el hermoso templo judío de La Habana , cerca del Malecón.
Y bien, después de las oraciones, me hicieron hablar. Y dije exactamente lo que pienso: hay muchos judíos que no entienden a los revolucionarios y, lamentablemente, muchos revolucionarios que no entienden a los judíos. Y yo trato de bailar en los dos casamientos al mismo tiempo y no siempre lo hago bien.
Este acto de hoy también trata de bailar en los dos casamientos. Y todavía es muy prematuro saber si lo estamos logrando. Al menos lo intentamos con la mayor honradez posible.
Si fuera redactor de “Ambito Financiero”, mañana titularía la crónica de este acto así: “Extraño acto judeopiquetero”. Y si “Nueva Presencia” estuviera saliendo, lo titularía de este modo: “Es para la DAIA que lo mira por TV”.
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Y bien, compañeras y compañeros: he sido muy crítico con el judaísmo oficial y muy crítico con los gobiernos israelíes.
Pero que quede claro: si algún compañero de izquierda, si algún compañero revolucionario, ha venido a este acto a escuchar que yo diga que estoy en contra de la existencia de Israel, se equivocó de acto.
Chile tuvo una de las tiranías más sangrientas y represoras del planeta. A nadie, salvo que estuviera loco, se le hubiera ocurrido decir que hay que disolver Chile por causa de Pinochet.
Todo nuestro apoyo a los luchadores israelíes que, en condiciones muy difíciles, están peleando por cosas parecidas a las nuestras. Todo nuestro apoyo a los 1500 israelíes que hace algunas semanas, en una movilización que asombró al mundo, rompieron el bloqueo del ejército israelí a Gaza y llevaron toneladas de alimentos a los palestinos. Todo nuestro apoyo a los muchos israelíes que hace muy pocos días manifestaron en Tel Aviv para repudiar el vergonzoso voto israelí contra la Revolución Cubana en las Naciones Unidas. La manifestación reclamó también que Israel deje de ser felpudo del genocida Bush. Todo nuestro apoyo a Fuerza Latina, también conocido en hebreo como “Coaj Ovdim” (Fuerza Obrera), una agrupación clasista surgida recientemente en Israel para alejarse de la burocracia sindical, y que obtuvo, en poco tiempo, valiosas victorias a través de huelgas como las que tuvieron lugar en el puerto de Tel Aviv y en la Universidad de Beer Sheva. Todo nuestro apoyo a “Betzelem”, la principal organización de derechos humanos de Israel, candidata a Premio Nobel de la Paz y que ha denunciado claramente el terrorismo de Estado de sus gobiernos y ha hecho varios actos en contra del Muro de la vergüenza.
A todos esos compañeros israelíes, luchadores y socialistas, no puedo ir a decirles: muchachos, suicídense, porque en Buenos Aires hay algunos boludos de izquierda que así lo piden.
La historia dela humanidad es la historia de la lucha de clases. Lo dijo el Manifiesto de 1848 de Marx y Engels. Eso también vale para Israel, donde hay explotadores y explotados como en cualquier otra parte del mundo. Todo nuestro repudio a los explotadores y toda nuestra solidaridad con los explotados y luchadores. El que pida la desaparición de todo un pueblo, sin hacer la diferencia entre explotadores y explotados, no es mi compañero, sino un fascista.
La única salida para el drama de esos pueblos que se desangran es paz, amistad y reconocimiento recíproco entre Palestina e Israel. No la paz del imperialismo, sino paz con justicia acordada entre ambos contendientes en igualdad de condiciones.
Cuando surja el Estado palestino soberano seremos los primeros en ir a saludarlo, aquí, en Buenos Aires. Un Estado palestino al lado de Israel, no en lugar de Israel.
Nos place enormemente que la placa colocada en el 2002 por el Movimiento Judío por los Derechos Humanos y la embajada palestina en la esquina de la Avenida Estado de Israel y la calle Palestina, todavía esté allí. Y ya van para seis años.
En otras partes del mundo sin duda es distinto, pero entre palestinos e israelíes sólo la paz es revolucionaria.
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“Nueva Presencia” de ayer. “Nueva Presencia” de hoy. Treinta años después son casi las mismas luchas.
Y termino con dos invocaciones. Una es una antigua oración judía por la supervivencia: “Sheejeianu vekimanu veiguianu lazmán hazé”. La otra es más reciente y se hizo carne entre los revolucionarios de todo el mundo. La pronunció un grande, el comandante Ernesto Che Guevara: “Hasta la victoria siempre”.
viernes, 26 de diciembre de 2008
HERMAN SCHILLER : LA BUENA MEMORIA.
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