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martes, 7 de septiembre de 2010

PAPEL PRENSA y la VERDAD OBJETIVA

Papel Prensa
Los medios críticos y la verdad objetiva
Publicado el 5 de Septiembre de 2010
Por Rafael Bielsa
Ex canciller.

Fuera cual fuese el propósito de fumigar Papel Prensa con el tema del dinero montonero, durante el período en el cual el “Grupo Graiver” fue dueño de la empresa, se trata de un esfuerzo digno de mejor causa por falaz.
Sólo para hacerme cargo de lo que publiqué en Buenos Aires Económico (“Papel Prensa no vale una farsa”, 23 de marzo de 2010), vuelvo sobre el tema varios meses después. Por entonces, la prensa crítica del gobierno todavía no había traspasado los límites que, luego de que Cristina Fernández presentara el 24 de agosto el informe Papel Prensa – La verdad, fueron convertidos en astillas y aserrín por las voces más chirriantes.
Una de las líneas argumentales para descalificar la posición del gobierno nacional y el contenido del informe es vincular la compra de Papel Prensa por David Graiver con dinero originado en secuestros extorsivos que la organización Montoneros le habría dado al banquero desaparecido el día 7 de agosto de 1976. Aun cuando esta afirmación pudiera probarse fehacientemente, su constatación resulta irrelevante: que Graiver comprase la empresa con dinero proveniente de actividades ilícitas no equivale a afirmar que cualquier medio igualmente ilícito fuese apto para obtener que sus herederos la transfirieran. Dicho esto, con el simple propósito de colaborar modestamente con la reconstrucción de la verdad, vale la pena repasar algunas fechas y episodios.
Los cobros de los rescates por los secuestros de los hermanos Juan y Jorge Born (Bunge & Born, primera multinacional argentina, tercera cerealera del mundo por entonces) y Heinrich Metz (Mercedes Benz, industria automotriz) por parte de Montoneros tuvieron lugar aproximadamente entre los meses de junio y noviembre de 1975, según las más diversas fuentes directas e investigaciones al respecto. Desde junio de 1975 hasta agosto de 1976 (cuando el avión de Graiver se estrelló indescifrablemente en México), se verifica una sola modificación de capital social (28 de mayo de 1976), por lo demás no significativa respecto del inicial y del posterior y –por añadidura– sin especificación acerca de qué accionista lo integró (p. 22 del informe). En consecuencia, la documentación obrante en Papel Prensa - La verdad muestra que la empresa está “limpia” de fondos provenientes de la guerrilla peronista. Fuera cual fuese el propósito de fumigar Papel Prensa con el tema del dinero montonero, durante el período en el cual el “Grupo Graiver” fue dueño de la empresa, se trata de un esfuerzo digno de mejor causa por falaz.
Luego existe un acto societario de trascendencia, que tiene lugar el día 18 de enero de 1977, después de la transferencia del paquete accionario de la sociedad (firmada por Lidia Papaleo viuda de Graiver el 2 de noviembre de 1976). Consiste en la asamblea de accionistas, donde se hace efectiva la toma de posesión por parte de los adquirentes. En otras palabras: nada menos que el evento societario único e inmediato posterior a la primera manifestación de voluntad de transferir el bien. Del informe se concluye que, según los flamantes y orgullosos propietarios, el “Grupo Graiver” (o alguno de sus miembros) habría otorgado poder a alguno de los abogados de los diarios (el Doctor Bernardo Sofovich) para que lo representara. Ahora bien, según puede leerse en Papel Prensa - La verdad, el depositario de la acciones del desaparecido David Graiver, contador Rafael Ianover, manifiesta no haber otorgado ningún poder (p. 211). En otras palabras, el vicepresidente de Papel Prensa SA, tenedor del 48% del total de las acciones Clase “A” de la firma y suscriptor del compromiso de venta del 2 de noviembre no asistió ni por sí ni por apoderado a la primera asamblea de accionistas que iba a aprobar la operación.
Por último, pero no por ello menos importante: a la muerte de David Graiver –como sucede con cualquier otro fallecido– se abrió un proceso judicial sucesorio. Entre los herederos figuraba, naturalmente, su hija María Sol Graiver, quien por entonces tenía dos años de edad. Por ello, intervino una figura destinada a tutelar en el ámbito del proceso sus intereses, denominada “asesor de menores” (o “defensor público de menores e incapaces”). El asesor que intervino en la “sucesión Graiver” no autorizó la venta porque estimó, y así lo informó al juez del sucesorio, que el precio era vil. El juez ordenó al Banco Nacional de Desarrollo una tasación, la que confirmó lo opinado por el asesor de menores. Las actuaciones del juez de la sucesión y las de su auxiliar no le quitaron el sueño a los adquirentes y no hay constancia de que la brigada de abogados que los asistían hicieran algún señalamiento acerca del quebrantamiento de la ley. Tampoco hay constancia –que yo conozca– de la promoción de los lógicos incidentes impugnatorios por parte de los sucesores a título universal.
Los crímenes contra la humanidad (o de “lesa humanidad”), que injurian a la especie humana en su conjunto, son el resultado de la conciencia en la que los hombres han transformado las experiencias más horrorosas de su historia. En su definición intervinieron altas instancias internacionales, quienes tuvieron a la vista el inconcebible dolor que un ser humano puede causar en sus congéneres. Por lo tanto, es necesario tratarlos con tanta consideración y respeto como lo que son: delicados instrumentos jurídicos para que la especie pueda alcanzar la moderada dosis de justicia que le ha sido concedida. Que alguien haya vestido uniforme durante la época del proceso militar 1976-1983 no lo hace por ello culpable de haber cometido delitos de lesa humanidad. Que alguien haya sido civil por esos años tampoco lo hace necesariamente inocente. Muchos fueron más allá de enfervorizarse con aquello de que los argentinos éramos “derechos y humanos”.
Ignoro los motivos por los que Isidoro, hermano de David Graiver, luego de declarar al diario Tiempo Argentino que Clarín y La Nación “los habían humillado”, firmó una solicitada en la que decía que sus bienes habían sido vendidos “sin amenazas ni extorsiones y en libertad”. Sí estoy seguro de que, si yo hiciera algo por el estilo, sería calificado por quienes hoy prefieren creerle como un mentiroso redomado. También ignoro el final del camino “dosdesmonista” que en las últimas jornadas han emprendido como esforzados alpinistas los periodistas críticos.
Sin embargo, sé bien la razón por la cual los argumentos expuestos más arriba no son ni refutados ni siquiera mencionados: tal vez sean ciertos. <

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