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Córdoba, Argentina



19 y 20 de diciembre de 2001.-



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lunes, 27 de septiembre de 2010

CONTRA LA NUEVA TEORIA de los DOS DEMONIOS

Pero no pudieron fusilar la política
El ritual jurídico suele empañar la dimensión ideológica de los acontecimientos que juzga. Pero en el juicio de la UP1 esto resulta imposible, porque la política brota vital en cada paso hacia la verdad. Y ni siquiera puede frenarla la teoría de los dos demonios, inventada para distorsionar la lección histórica de los años 70. Un plato demasiado indigesto para ciertas estructuras de poder.

2010-09-20 ::

Por Alexis Oliva

Este juicio es demasiado pesado, por momentos casi indigerible para Córdoba. Su dimensión política es tan fuerte que, a pesar del tiempo transcurrido desde los crímenes de lesa humanidad que se juzgan, con cada paso hacia la verdad del pasado se siente el crujir de estructuras de poder del presente.

No hay forma de soslayar la esencia política de los 31 victimarios, ni de las 31 víctimas y los sobrevivientes -imposibles de despolitizar con el eufemismo de “presos especiales”-, porque su compromiso ideológico está bien a la vista en sus expedientes judiciales y en la reivindicación de su militancia por un país más justo, que muchos continuaron al recuperar su libertad.

Tampoco puede escamotearse la complicidad judicial y eclesiástica, que se revela en cada audiencia y genera movimientos sísmicos en la torre de Tribunales –con réplicas en otros ámbitos judiciales y políticos- y silencios culposos en el santo palacio de Hipólito Irigoyen y Obispo Trejo (1).

Por estos días, a esa energía política que brota y brota se la está queriendo obturar con el más eficaz telón inventado para ocultar la lección histórica de los ‘70: la teoría de los dos demonios.

El engendro conceptual data de los albores del retorno democrático y sostiene que en la violenta década del ‘70 fueron tan malos unos como otros, tan criminal la izquierda revolucionaria como la derecha encarnada en el partido militar que -con el pretexto de salvar la civilización occidental y cristiana- asaltó el Estado para aniquilar a su enemigo: la “subversión” (2).

Semejante falacia es insostenible, porque el exterminio clandestino desde el aparato del Estado, en una casi industrial sucesión de secuestro, tortura y muerte, no puede compararse -ni política ni jurídicamente- con la violencia ejercida desde las organizaciones guerrilleras desde la sociedad civil.

Ni siquiera debería resistir la infantil discusión sobre “quién tiró la primera piedra”, que aunque se empeñen en atribuir a Montoneros con la ejecución del general Pedro Aramburu, el 1º de junio de 1970, debería rastrearse por lo menos en el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, debut bélico de la aviación naval, durante un gobierno constitucional y contra compatriotas civiles. Fue la primera (tremenda) piedra arrojada por la derecha, a la que siguió el golpe de septiembre del 55 contra Juan Perón y los fusilamientos del 56 a militares y civiles peronistas, durante el gobierno de facto de Aramburu (3).

A pesar de haber sido “derogada” por Néstor Kirchner el 24 de marzo de 2004 en la ESMA (“Como presidente de la Nación Argentina, vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante veinte años de democracia ante tantas atrocidades”), la teoría de los dos demonios goza aún de hospitalaria acogida en los medios de comunicación hegemónicos, que se dejan poseer ante el menor pretexto: por caso, un acto de ex militantes montoneros en memoria de sus compañeros.

Son los diablos que intentaron llevarse a un juez que cometió los pecados de asistir a un acto del 24 de marzo y rendir homenaje a un gobernador derrocado por la derecha; y los que inspiran el presunto miedo del acusado Jorge Rafael Videla a quienes se resisten a “enterrar las armas” (4). (Curiosa evolución la del dictador que negaba los desaparecidos y hoy teme a los reaparecidos).

Para medir la influencia de los demonios, se podría colgar en la página web de algún medio masivo el discurso con que Videla se despachó el jueves, y someterlo a una encuesta a favor o en contra. Mejor no poner las manos en el fuego por el resultado negativo del experimento.

Por eso es tan necesario este juicio. Por eso fue tan valioso que la testigo Soledad García, ex presa política y dirigente sindical, le pudiera enrostrar al susodicho: “Dijo este señor que los desaparecidos son una entelequia, porque lo dijo el señor Presidente, ahora acusado. Bueno, no son una entelequia: tenían vida, tenían proyectos, tenían una historia y se las quitaron”.

Es una de las perlas que nos dejó la fase testimonial. Y también un “exabrupto”, porque el discurso jurídico suele empañar la dimensión política de los acontecimientos que juzga. Sus procedimientos y rituales, al enfocar el “caso”, soslayan el contexto social de los sujetos judiciables (por ejemplo, la pertenencia a clases sociales con desigual acceso a la Justicia). En este juicio eso es imposible. Por más que los códigos, en aras del rigor probatorio y el sagrado derecho a defensa, obliguen a desplazar a un segundo plano el fondo ideológico.

Paradójicamente, el imputado que recusó por supuesta “parcialidad” al juez José María Pérez Villalobo, es quien se muestra jurídicamente más complicado y políticamente más verborrágico. En una de sus arengas, el mayor Gustavo Alsina llegó a decir: “Por la ciudad patrullaban camioncitos verdes, de lo que me siento orgulloso. Porque mientras yo patrullaba, los ciudadanos podían caminar por las calles de Córdoba. No como ahora, que el Gobierno nacional ni siquiera les garantiza el derecho a la vida”.

Lo dice quien estaqueó y atormentó hasta matarlo al preso político René Moukarzel. Vale como réplica este pasaje del testimonio de Gloria Di Rienzo: “El teniente Alsina quería que él grite ‘Viva el Ejército, muera Cuba, muera el ERP’. (…) Y el Turco no lo hizo, no gritó, pese a que sabíamos que cuando quedamos a disposición de los militares nuestras vidas pendían de un hilo, y teníamos que sobrevivir y hacer lo que nos dijeran. Pero él no lo hizo, porque estábamos nosotras. ¿Cómo iba a gritar esas cosas desmoralizantes para nosotras? Así es que no grita, no hace lo que le piden y pasan horas y horas. Se hace de noche y ya sólo escuchábamos quejidos, hasta que lo llevan. (…) Así muere él. Así lo matan. Qué triste es la victoria para un verdugo cuando la víctima no se rinde. En medio del terror, nos fortaleció ese ejemplo”.

Antes de los hechos que se juzgan, en tiempos en que las víctimas de esta causa recién se zambullían en el turbulento mar de la política, un tal Michel Foucault inauguraba su cátedra del Collège de France, el 2 de diciembre de 1970, con esta hipótesis: “Supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad”. Y describía una batería de recursos, desde la censura explícita sobre política y sexualidad, hasta formas sumamente sutiles de concentración y exclusión discursiva. Entre las instituciones con más poderoso arsenal, figuraba el Poder Judicial (5).

Seguramente, Foucault se hubiera maravillado ante este contrapunto, donde la teoría de los dos demonios dio un primer anuncio de su presencia. Al iniciar su testimonio, Marcelo Iturbe, ex preso político del PRT-ERP, deslizó un comentario sobre “el enemigo”, mientras narraba su paso por el D2, que continuó con lo vivido en la UP1 y otras cárceles. Pero el detalle no pasó inadvertido para el defensor de Alsina, Humberto Viola, quien a su turno inquirió:
-Cuando habló del enemigo, ¿a quién se refería?
-A estos señores –respondió Iturbe sin dudar y señalando a los acusados.
-Que conste en acta –solicitó el abogado.
Las preguntas continuaron hasta que el juez Pérez Villalobo retomó el asunto.
-Cuando dijo que los acusados eran el enemigo, ¿se refería al enemigo entonces o el enemigo ahora?
-El enemigo entonces, porque ahora estamos en una democracia, que les reconoce a estos señores el derecho a defensa que ellos no le reconocieron a sus víctimas.
-Bueno, que conste en acta que eran el enemigo antes pero no ahora –indicó el juez.
-Está bien, pero yo pediría que conste la frase completa: que ahora no, porque hay una democracia que les reconoce el derecho a defensa… -terció el fiscal Carlos Gonella, para terminar de prevenir un intento de anular el testimonio por “enemistad manifiesta” contra los acusados.
Pero el abogado Alejandro Cuesta Garzón, defensor de Luciano Benjamín Menéndez, tuvo la última palabra:
-Y yo pido que conste que cuando Viola preguntó sólo dijo que ellos eran el enemigo, y recién cuando el juez pidió que aclare, entonces dijo que ahora no y antes sí.

Sí, que conste en actas la “pesada y temible materialidad” de esta causa. Y más aún, conste que no pudieron fusilar la política.



Notas:

(1) “El estruendoso silencio del Obispo Ñañez”, Guillermo Posada, revista El Sur, agosto 2010.
(2) Paradójicamente, su formulación más explícita está en el prólogo de “Nunca Más” – Infome de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep): “Durante la década del ‘70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”. Editorial Eudeba. 1984.
(3) “Operación Masacre” (1957), el libro en que Rodolfo Walsh narra estos fusilamientos, y sobre todo su “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar” (1977) son los mejores antídotos contra la teoría de los dos demonios, doblemente poderosos por haber sido escritos antes.
(4) “Montoneros afirman que no enterraron las armas”, Carlos Paillet, La Voz del Interior, 12 de septiembre de 2010.
(5) “El Orden del Discurso”, Michel Foucault, Tusquets Editores, Barcelona, 1999 (primera edición: 1970).

(Artículo publicado en “Será Justicia – El diario del juicio Videla en Córdoba”, número 13, 20 de septiembre de 2010).

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