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19 y 20 de diciembre de 2001.-



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martes, 7 de septiembre de 2010

LOS HERMANOS de los DESAPARECIDOS

El libro memorias fraternas indaga en la vida de las víctimas menos reconocidas de la dictadura
La represión, bajo la mirada de los hermanos de los desaparecidos
Publicado el 7 de Septiembre de 2010
Por Rodolfo González Arzac
Un grupo de investigadoras trabajó durante cinco años sobre los aspectos singulares de quienes sufrieron la pérdida de un par y a la vez padecieron la falta de reconocimiento familiar. “Tenían necesidad de ser escuchados”, advierten.
La historia conocida dice que primero fueron las madres. Después, las abuelas. Después, los hijos. Y, al final, mucho más tarde, recién 27 años después del inicio de la dictadura militar, los hermanos de los desaparecidos reconocieron en su mirada una marca particular y, algunos de ellos, unos pocos, pero algunos al fin, se organizaron en la asociación Hermanos por la Verdad y la Justicia.
La historia que no se conoce, la que vamos a contar hoy, es que casi al mismo tiempo, seis mujeres de dos generaciones distintas formaron un equipo interdisciplinario de trabajadoras sociales, comunicadoras y sociólogas, que se decidió a dedicar enormes esfuerzos, durante cinco años, para tratar de entender qué era lo singular de esos hermanos en los que nadie se había detenido demasiado, durante tanto tiempo.
Ese trabajo, sostenido por la Universidad de Buenos Aires, basado en una experiencia de las Abuelas de Plaza de Mayo, se convirtió en un libro que se llama Memorias Fraternas, que editó Eudeba. Y que quiere dejar su huella.
En el prólogo, Estela Barnes de Carlotto destaca: “En los relatos que tejen amorosamente este libro surgen similitudes y diferencias pero un deseo común: el reencuentro.” Habla de los hermanos que sufrieron por sus hermanos y por el dolor de sus padres. Hermanos que vieron todo. Hermanos militantes y no militantes. Hermanos, a veces, de una doble orfandad, hijos de padres que emocionalmente ya no estaban disponibles. Hermanos que crecieron de golpe. Hermanos que son tíos de sobrinos que aún no conocen. Hermanos, mayores y menores, que postergaron sus vidas. Hermanos que idealizan a los que fueron asesinados. Hermanos que aparentaron no tener dolor, que no se permitieron llorar. Hermanos que tuvieron que cambiar su identidad. Hermanos que, en ocasiones, fueron secuestrados, que sobrevivieron y sintieron culpa. Y que, a menudo, todavía hoy, no pudieron hacer el duelo.
Ruth Teubal, que desde 1987 lidera proyectos de investigación de UBACyT, experta en violencia familiar, dirigió en este caso a Cristina Bettanin, Clarisa Veiga, María Villalba, Amalia Palacios y María Rodríguez. Pero privilegiaron la mirada horizontal. Todas escucharon y preguntaron. Viajaron para escuchar y preguntar. Discutieron los jueves por la tarde, con “las mejores medialunas de Buenos Aires” sobre la mesa. Y aprendieron: de ellas mismas, de los otros, de lo que fueron capaces de ir enhebrando.
“Casi todas estuvimos trabajando antes en el archivo biográfico familiar de las Abuelas de Plaza de Mayo”, anticipa Ruth Teubal. El archivo es un regalo preparado para los nietos que algún día recuperarán su identidad. Para que puedan, si quieren, conocer su origen y su historia. Un archivo que no es público y que es, por cierto, sobre todas las cosas, fruto de una esperanza. “Nosotras lo que veíamos es que cuando entrevistábamos a los hermanos de desaparecidos les costaba muchísimo centrarse en la historia del hermano. Y remitían a la historia propia. Porque era la primera vez que hablaban sobre el tema. La primera vez que alguien les preguntaba ‘qué pasó’. Tenían necesidad de ser escuchados”, explica, ahora, Cristina Bettanin, en representación de las cinco estudiantes (ahora ya graduadas) que se sumaron a la experiencia.
“No me gustó no llorar delante de mis viejos. No me gustó. Tener que empezar a mirar novelas para justificar mi llanto. O inventarme dolores…qué se yo…Porque me habían impuesto que yo tenía que ser la fortaleza de mis viejos. Yo tenía 13 años”, confiesa una hermana menor que, tras el desmembramiento de su familia, se convirtió en hija única. “Entonces creo que la ausencia que sintió mi mamá fue terrible. Mi hermana era su sostén, su apoyo. Y de pronto ya no estaba”, relata otra. “Me acuerdo que ella me dijo: ‘yo no tengo nada que perder, o sea, si me pasa algo, en realidad no tengo nada que perder’, y yo siempre... me quedó esa frase ¿no? Porque yo, en ese momento, no le di mucha importancia, pero no la entendí. Le dije ‘¿cómo que no tenés nada que perder?, tenés veintidós años. Tenés toda una vida por delante; me tenés…, me tenés a mí’…”, relata otra hermana.
Los hermanos que hablan son tíos de niños desaparecidos, de jóvenes que todavía no saben de dónde vienen. Son tíos con sueños, vivos, de encontrar a sus sobrinos. “¿Qué expectativa tengo? Es azaroso. Es un camino largo. Hay que tener suerte. Realmente hay que tener suerte. Yo creo que en algún momento lo vamos a encontrar. Creo que lo vamos a encontrar. Espero que tengamos suerte”, se esperanza otro de los 30 entrevistados en el libro.
Los testimonios que las investigadoras ponen bajo la lupa avisan. Y les hace pensar a las autoras del libro: que ellos han sufrido la pérdida de su par fraterno y que un factor adicional de sufrimiento es que les ha faltado reconocimiento familiar y social en su dolor. Porque –como advierten María Villalba y Ruth– la psicología habitual se basa en la relación de “competitividad y rivalidad entre hermanos y la psicología que usamos –basada en una hipótesis de Juana Droeven– apunta a la fraternidad, a la solidaridad y a la complicidad.”
Y el tiempo, todo este tiempo que emplearon estas seis mujeres, después de trabajar y de estudiar, con la única financiación de los insumos, les sirvió para algo más: una yapa. Que ahora, antes de despedirse, cuentan Cristina y María: “Que el proyecto haya tardado tanto nos permitió también acompañar los contextos del país. Empezamos en el 2003. Y la violencia del 2001 estaba muy presente en las entrevistas. Después, con las políticas del kirchnerismo, la recuperación de la ESMA, empezó a presentarse una perspectiva positiva que atravesaba los relatos. En el 2006, también fue muy fuerte el aniversario de los 30 años. Y también la desaparición de Julio López: ahí hubo un repliegue. Eso nos hizo ver qué susceptibles que son las cosas. Pudimos vivir eso que en términos de memoria colectiva se estudia un montón: cómo un acontecimiento reconfigura toda una visión del pasado.” <


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