sábado, 3 de enero de 2009
¿HASTA DONDE LLEGA EL CAMBIO?
03-01-2009
La izquierdas sudamericanas: un mapa para armar
Bruno Fornillo y Pablo Stefanoni
Latinoamérica vive, sin duda, un cambio de época. En los "pospolíticos" años noventa no estaba en el horizonte un grado de integración regional como el actual, acompañada de una visible erosión de las "relaciones carnales" con Washington y una variedad de nuevos socios como Rusia, China o Irán. Ni que la movilización social acumulara fuerza suficiente para destituir gobiernos y modificar el "clima ideológico" imperante, o que el voto se erigiera en el canal privilegiado para la llegada al gobierno de un conjunto de izquierdas post Muro de Berlín.
Un militar nacionalista en Venezuela, un indígena aymara en Bolivia, un ex obrero metalúrgico en Brasil, mujeres presidentas en Chile y Argentina, un ex obispo que asume en sandalias en Paraguay, un economista keynesiano en Ecuador… las izquierdas sudamericanas constituyen un mapa para armar. La relación entre los discursos y las prácticas de los nuevos gobiernos, el complejo balance entre continuidades y rupturas, y la diversidad de actores y herencias culturales e institucionales del variopinto mosaico de las izquierdas sudamericanas introduce no pocas dificultades a la hora del análisis, a prueba de conclusiones impulsivas o de clichés que –como maleable término "populismo"– agotan la discusión antes de abrirla. ¿Qué bases empíricas y teóricas tiene el actual giro "post neoliberal"? ¿Hasta qué punto la renovada retórica socialista se sustenta en un nuevo modelo de desarrollo? ¿De la experiencia latinoamericana están surgiendo elementos novedosos para imaginar un socialismo renovado, diferente al del siglo XX?
Tras años de gobiernos de talante progresista en la mayor parte de América del Sur, una serie de libros aparecidos recientemente, como El sueño de Bolívar, de Marc Saint-Upéry, y La nueva izquierda, de José Natanson, –desde un "periodismo de impregnación" que mezcla crónica periodística con interpretaciones sobre la realidad actual–, o Las disyuntivas de la izquierda, de Claudio Katz, desde el activismo político-intelectual, abordan esta temática de forma comparativa y constituyen un importante plafón para problematizar las experiencias en curso. Los tres trabajos coinciden en que los conceptos de izquierda y derecha siguen teniendo sentido como brújula para escrutar la por momentos enigmática realidad política y social latinoamericana. Y tienen, además, un mismo trasfondo: la información empírica corroe la idea de un giro poscapitalista en Sudamérica, al tiempo que destacan un renovado empoderamiento y politización de los sectores más marginados junto con un esfuerzo de (re)construcción de los Estados nacionales después de casi dos décadas de neoliberalismo desregulador.
¿Nuevo modelo de desarrollo?
"¿A alguien se le ocurriría comparar a Hugo Chávez o Evo Morales con la gobernadora de Alaska Sarah Palin? Dirán que la ex candidata vicepresidencial republicana es ultraconservadora y odia al comunismo. Es cierto. Pero si nos limitamos a llamar socialismo a un reparto más equitativo de la renta proveniente de los recursos naturales, este estado subártico sería el primer Estado socialista del siglo XXI. Palin se peleó con las principales trasnacionales petroleras y aumentó a 3.200 dólares el cheque que cada año los habitantes de Alaska pasan a retirar por el correo; es su parte de la renta petrolera". La exposición –en un diálogo con Ñ– es del autor de El sueño de Bolívar. Saint-Upéry no duda: "Detrás de la retórica socialista se está pintando de rojo-rojito –como dicen los venezolanos– una reprimarización dependentista de las economías sudamericanas".
El caso venezolano es aleccionador: Natanson destaca que, si bien la economía no petrolera creció, lo hizo al estilo saudita: la construcción o las finanzas se expandieron ostensiblemente, pero como resultado del propio boom petrolero (el 70% de las exportaciones es oro negro y se dirige en un 80% a Estados Unidos), más que como producto de de una renovada diversificación económica. Además, la revolución bolivariana tiene como sustrato una cultura de consumismo desenfrenado de la que no está excluida la nueva "boliburguesía", con discotecas que rifan operaciones de senos a chicas de 15 años y consumos récord mundial de whisky importado, lo que llevó al propio Chávez a preguntarse: "¿qué revolución es esta pues, la del whisky y las Hummer?". "Son banqueros que lucran con la intermediación de títulos públicos, contratistas que obtuvieron jugosas licitaciones, importadores que aprovechan la fiebre de consumo dispendioso y empresarios que no invierten pero remarcan precios, generando un círculo vicioso de baja oferta y alta inflación", explica Katz. Y las propias bases bolivarianas hablan de una "derecha endógena" que busca frenar el avance hacia la radicalización de la revolución y crear una nueva casta burocrática-empresarial.
No casualmente las fronteras de los gobiernos más "antiimperialistas" coinciden con la de los países ricos en hidrocarburos: Venezuela, Bolivia y Ecuador, donde las izquierdas gubernamentales tienen poco que festejar ante la crisis del capitalismo global, al principio tomada con cierta sorna. Los ejes de las políticas públicas de unas y otras izquierdas parecen resumirse en el fortalecimiento del rol del Estado en la economía, la ciudadanización de los excluidos y una ampliación de las políticas sociales, lo que no es poco después de la "larga noche neoliberal", como la define Correa; presidente de un país que –como pocos- busca aplicar un sistema tributario progresivo y un sector ambientalista disputa dentro del gobierno una propuesta alternativa de desarrollo.
En el caso de Brasil, la discusión –reflejada en los textos de los tres autores- se centra en gran medida acerca de si el de Lula es un "gobiernos en disputa", entre tendencias keynesianas-desarrollistas y tendencias neoliberales o –como sostiene una parte de la izquierda decepcionada– es una administración abiertamente neoliberal, sostenida en la ortodoxia financiera y los agronegocios, con políticas asistenciales de contención. Pero hay dos temas que hacen cortocircuito a la hora de defenestrar al ex obrero metalúrgico del panteón de los nuevos izquierdistas: la autonomía relativa de Brasilia frente a EE.UU. (hay coincidencia en que fue Brasil que dio el mazazo final al ALCA) y el hecho que los propios movimientos sociales brasileños –como el radical Movimiento Sin Tierra– no terminen de dar el portazo. Más complejo es el caso argentino, donde el peronismo desafía cualquier fórmula fácil: lo cierto es que el matrimonio Kirchner parece actuar pragmáticamente en función de la coyuntura más imaginar proyectos "ideológicos" de cambio social. Incluso, recientemente, los máximos defensores de la idea del "gobierno en disputa" –Libres del Sur– abandonaron el gobierno por considerar que el proyecto K volvió a recostarse en el pejotismo en detrimento de un proyecto renovador de centroizquierda.
Ser de izquierda
En una geometría por lo demás variable, los gobiernos progresistas del continente, hoy embebidos de un halo carismático, han sido en buena parte fruto de la movilización popular con consignas "antineoliberales". El kirchnerismo es incomprensible sin las jornadas de 2001, el ciclo de rebeliones populares boliviano catapultó al primer presidente indígena, la presión popular evitó un golpe contra Chávez en 2002, la acumulación sindical-electoral del PT en Brasil fue la base de los triunfos de Lula, las sucesivas rebeliones urbano-rurales proyectaron a Correa al Palacio Carondelet y el agotamiento ciudadano con el Partido Colorado -60 años en el poder- movilizó al electorado paraguayo a favor de Lugo… sólo Chile y Uruguay se mantuvieron fieles a una institucionalidad a prueba de fisuras a la hora de "girar a la izquierda".
Katz enfrenta esta heterogeneidad proponiendo una tipología general que distingue entre gobiernos "centroizquierdistas" (con Lula como ejemplo paradigmático) y "nacionalistas radicales" (con Chávez en el lugar de caso testigo). Y aunque reconoce que la frontera es difusa –con casos como Evo Morales o Rafael Correa "navegando entre dos aguas"- sostiene que el primer proyecto difiere del segundo por la confrontación con el imperialismo, los conflictos con los capitalistas locales y el aliento a la movilización popular. Por su parte, Saint-Upéry rechaza de plano la existencia de dos izquierdas, y sostiene que se debe reemplazar los enfoques "sobreideologizados" por "análisis concretos de trayectorias institucionales y políticas, y márgenes de acción diferenciados" que enfrenta cada administración. Con todo, la idea de revolución –"cultural", "ciudadana", "bolivariana"- ha vuelto a la escena en unos procesos que serpentean entre un fuerte presidencialismo y la apuesta por formas de participación popular más o menos institucionalizadas.
Sin embargo, pese a que la actual crisis del "capitalismo global" y la cantidad de gobiernos de izquierda en Sudamérica alimenta las voces más optimistas, a la izquierda "socialista del siglo XXI" –dentro o fuera del gobierno– no le resulta fácil reconstruir su identidad sin tirar el agua de la bañera (el stalinismo) y el niño adentro (el anticapitalismo) como ocurrió con la vía eurocomunista. Todo lo cual plantea una revisión del debate sobre el clivaje reforma-revolución que Katz cree vigente –aunque reformula esta tensión en términos "no dogmáticos"– y Natanson y Saint-Upéry condenan a una mejor vida, a la vista de la presencia de unas nuevas izquierdas pragmáticas y post revolucionarias que habrían reemplazado los discursos epopéyicos de largo plazo por objetivos de corto plazo.
Déficit de identidad
Los actuales países formalmente socialistas no ayudan mucho: el referente más próximo, Cuba, parece mirar con más entusiasmo el Doi Moi (renovación) vietnamita –que considera a la economía mercantil "una conquista de la humanidad y no un mero atributo exclusivo del capitalismo"– que a la incierta reinvención del socialismo. Y son los propios cubanos –concientes del agotamiento del modelo de "economía de comando" de tipo soviético– quienes les dicen a Evo y Chávez: "no hagan lo que nosotros hicimos".
Tampoco los elogios de Chávez a un Vladimir Putin que está contribuyendo a reposicionar a la Rusia Potencia sobre la base de la revalorización de una larga cultura autoritaria e imperial que sobrevivió a los zares, los bolcheviques y los "liberales", o el tratamiento de Evo Morales al iraní Mahmud Ahmadinejad de "compañero revolucionario" parecen contribuir a pisar en firme sobre el pantanoso terreno de las nuevas izquierdas ni a pensar las bases de un socialismo que, en palabras del ex presidente de la Asamblea Constituyente ecuatoriana Alberto Acosta, debería ser "una democracia sin fin". En ese sentido, parte del esfuerzo de Katz es revisar críticamente la tradición de los diferentes socialismos del siglo XX para ensayar una salida que incorpore el anticapitalismo sin planificación burocrática y con pluralismo político. Y, desde esta perspectiva, propone separar –y dedica parte del libro a ello- las tendencias "socialistas" (anticapitalistas) de las neodesarrollistas, que conviven sin demasiada distinción en el aún etéreo "socialismo del siglo XXI".
Por otro lado, los gobiernos "socialistas" se enfrentan a menudo con las características sociológicas de sus seguidores políticos y electorales. Al mencionado consumismo incontinente de los venezolanos, se suman otros elementos. Pese a que Evo Morales llama a "exterminar el capitalismo" en los foros internacionales, su propia base de sustento se asocia a lo que Álvaro García Linera llamó "la rebelión de las economías familiares": un conglomerado heterogéneo a nivel de riqueza e ingresos de pequeños o medianos propietarios campesinos (como los cocaleros), microempresarios de El Alto o comerciantes informales de La Paz. Por eso el vicepresidente boliviano habla de "capitalismo andino" o de "modelo nacional productivo" y no de socialismo.
Aunque los estilos personales juegan un papel no despreciable, como es visible en los impulsos de Chávez (basta ver la emisión de Aló Presidente en la que, desde un helicóptero, propone "en vivo y en directo" construir una "ciudad socialista" en un desierto), las intuiciones de Evo Morales –producto de sus viajes diarios a los confines de la Bolivia profunda–, o las preferencias de Correa por las "demostraciones racionales" combinadas con una fuerte atracción por el marketing político, vale subrayar algunos aspectos que trascienden la mirada estatal de gobiernos progresistas.
La densidad de la sociedad civil, o la implantación de los movimientos sociales en el continente no deja de augurar una secuencia política de largo plazo, particularmente en el área andina y, en paralelo, nuevos paradigmas comprensivos y esquemas de pensamiento producidos por la multifacética izquierda continental: la luchas por la dignidad (que puede desplegarse desde el derecho al trabajo hasta la defensa de los recursos naturales, pasando por una fuerte erosión de los diversos "colonialismos internos") y, en definitiva, una puesta en cuestión de la democracia formal, descreyendo de su representatividad y apostando por la participación efectiva. En este marco, un efecto de primer orden es la superación práctica del letargo posmodernista y la reinserción de la política como una apelación a la lucha por un destino común. En la coyuntura continental, que combina sorpresas con resonantes déjà vu, resta aún calibrar si en el juego de las afinidades y diferencias con el pasado predominan las rupturas o las continuidades, tratando, al mismo tiempo, de salir de la imagen garciamarquiana de América Latina que reactiva todo tipos de mitos del buen salvaje y donde todo parece posible.
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