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Córdoba, Argentina



19 y 20 de diciembre de 2001.-



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lunes, 5 de enero de 2009

CLAUDIO KATZ : FUTURO del CAPITALISMO.

TÍTULO: CODICIA, REGULACIÓN O CAPITALISMO
AUTOR. Claudio Katz
RESUMEN: La intensidad de la crisis contrasta con la parquedad de las explicaciones
neoliberales que objetan la codicia, ocultando su conexión con la competencia
capitalista. El colapso bancario no obedece a desaciertos de política monetaria o a
vaivenes de la confianza empresaria y los delitos financieros ilustran la permisiva
frontera que separa a las actividades toleradas de las ilegales.
Las regulaciones no han sido escasas, pero favorecieron a los banqueros. Los
keynesianos idealizan esas supervisiones, diluyen su función protectora del capital y
reivindican una modalidad de intervencionismo que socorre a los financistas.
La crisis no se disipará con iniciativas de coordinación global, puesto que
reformar el sistema monetario requiere un desenlace de las relaciones de fuerza entre las
potencias. Los keynesianos han abandonado las fantasías de un rol más benevolente del
FMI y aprueban su relanzamiento como administrador de los fondos que fluyen hacia
las economías desarrolladas.
La visión marxista atribuye la crisis a desequilibrios intrínsecos del capitalismo.
Un proceso de sobre-acumulación de fondos excedentes potenció el riesgo, mundializó
la vulnerabilidad y socavó las finanzas familiares. Pero la hegemonía lograda por los
banqueros ha quedado cuestionada por la furibunda depuración de capitales en curso.
La sobreproducción subyacente se ha trasladado de las viviendas a la industria
automotriz. El socorro oficial está condicionado a la implementación de una agresión
contra los trabajadores, que se extendería a toda la industria norteamericana. El sobrante
de mercancías se ha globalizado con la fabricación asiática y ya presenta efectos
deflacionarios.
La crisis fue detonada también por un encarecimiento de las materias primas,
amplificado por la especulación y la depredación del medio ambiente. El neoliberalismo
acentuó la fractura entre los elevados consumos de las metrópolis y las reducidas
compras de la periferia. La oleada de inversiones en Oriente confirmó que los beneficios
se nutren de la explotación directa de los asalariados y favoreció una recomposición de
la tasa de ganancia, que ahora se ha desplomado. Estas contradicciones complementan
el desequilibrio rector de la sobreproducción.
El desplome bancario es un resultado específico de las transformaciones
regresivas recientes. No obedece al arrastre de crisis precedentes. Han aflorado límites
del capitalismo, que no se clarifican contraponiendo el florecimiento con la declinación
de ese sistema. Lo esencial son las conquistas populares y la acción política por
erradicar un régimen social opresor.
La hipótesis de una recesión corta contrasta con los síntomas de una deflación
prolongada. A pesar de las grandes diferencias, el fantasma del 30 revolotea. La
recreación del New Deal choca con la internacionalización de la economía y el escaso
impacto del gasto militar sobre la creación de empleo.
Es erróneo asegurar que el capitalismo remontará la crisis. Acontecimientos
imprevistos pueden quebrar esa recomposición. Luego del aturdimiento provocado por
el colapso financiero comienzan a emerger los primeros síntomas de la resistencia
popular. Un proyecto socialista puede madurar en esa turbulencia.
2
CODICIA, REGULACIÓN O CAPITALISMO
Claudio Katz1
El agravamiento de la crisis ya forma parte del paisaje cotidiano. Los
informativos invariablemente incluyen el desmoronamiento de algún banco, el
desplome de las Bolsas y anuncios de masivos despidos. La intensidad del temblor está
a la vista, pero sus causas permanecen en la oscuridad. Las explicaciones neoliberales y
keynesianas que ocupan la primera plana, no aportan respuestas significativas.
DESENFRENO
Cuándo los bancos comenzaron a desmoronarse los neoliberales se quedaron
afónicos y sólo atinaron exigir la protección del estado. Archivaron sus doctrinas de
libre competencia y reclamaron el socorro del sistema financiero. Argumentaron que las
entidades privadas bombean el dinero requerido por toda la sociedad y deben ser
preservadas con los fondos públicos2.
Pero si el corazón del capitalismo requiere ese sostén carecen de sentido todas
las alabanzas al riesgo y a la competencia, como pilares de una nueva era de ese
sistema. La consistencia de esos cimientos se verifica en los momentos críticos y en las
áreas estratégicas. Es incongruente postular que las privatizaciones y las
desregulaciones son sólo aptas para la prosperidad. Lo importante es registrar su
viabilidad en los momentos revulsivos y es evidente que no lograron pasar la prueba.
Los neoliberales desconocieron todas las advertencias del estallido. Ignoraron el
descontrol del endeudamiento, los apalancamientos y los colapsos bancarios registrados
en numerosos países. Cuando era evidente que estas eclosiones conducían a un vendaval
en el centro del sistema reforzaron las supersticiones mercantiles. Asignaron un impacto
pasajero a esas conmociones y atribuyeron su irrupción a las rémoras de una “cultura
populista”. Esta ceguera expresó los intereses de una elite que ha rivalizado por acaparar
los lucros del negocio financiero.
Los neoliberales descubren ahora el costado adverso de esa exacerbada
competencia y explican el desmoronamiento de las entidades por la codicia de los
banqueros. Pero olvidan cuán absurdo es reclamar moderación en una actividad tan
competitiva. La rivalidad que rige al capitalismo exige mayor fiereza en las finanzas.
Todos los sermones en boga para restaurar la “ética de los negocios” omiten esa
compulsión3
Los economistas ortodoxos han detectado repentinamente las adversas
consecuencias de la predisposición al riesgo. Se olvidan de los elogios que propinaron a
esa postura, en desmedro del conservadurismo empresario. En el auge enaltecieron las
virtudes del aventurero y en la crisis resaltan las ventajas de la cautela. Pero siempre
ignoran que los grandes estallidos financieros no obedecen a una u otra conducta
individual.
1Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es:
www.lahaine.org/katz
2 Wolf Martin, “E hora de um resgate abrangente no mercado”, Financial Times-Folha de Sao Paulo,
octubre 2008.
3“Estamos asistiendo al olvido peligroso de los cimientos morales (del capitalismo). El respeto de la
palabra empeñada, la santidad de los contratos, el valor del ahorro y… la renuncia a la ganancia
instantánea”, Grondona Mariano “El capitalismo, la democracia y la integridad”, La Nación, 21-12-08.
3
Lo que determina la marcha ascendente o descendente de la acumulación son las
propias contradicciones del sistema y no las inclinaciones psicológicas de cada
capitalista. Todos los protagonistas de este régimen están forzados a valorizar su
inversión con medidas que afectan a sus competidores y no pueden impedir los
desequilibrios sistémicos que genera esa actitud.
Algunos economistas galardonados atribuyen la crisis actual a los sofisticados
mecanismos de intermediación que alumbraron las finanzas. Destacan que “el mercado
no valúa adecuadamente a esos títulos complejos”4. ¿Pero dónde ha quedado la infinita
sabiduría de la oferta y la demanda, en comparación al estrecho horizonte humano de los
funcionarios? Si ahora descubren la inoperancia de ese principio en la órbita financiera:
¿Por qué razón esa misma norma debería gobernar al resto de la economía?
La crisis en curso sepulta el mito que asignó a los banqueros (y a sus
matemáticos) la cualidad de percibir y gestionar en forma rentable, las señales de riesgo
que transmite el mercado. En realidad esos administradores subvaloran las amenazas de
colapsos, puesto que participan en un juego que obliga a subir siempre la apuesta. La
regla del beneficio creciente les impide evaluar los riesgos involucrados en los
préstamos que manejan. Y cuándo esas fallas se corroboran descargan sus traumáticas
consecuencias sobre el resto de la sociedad.
FALTA DE CONFIANZA
Algunos neoliberales atribuyen las causas inmediatas del tsunami a los
desaciertos de la política monetaria. Estiman que la reducción de las tasas de interés
administradas por la Reserva Federal obligó a las entidades a inflar el otorgamiento de
préstamos5. Consideran que la masiva concesión de créditos hipotecarios de baja calidad
(subprime) reprodujo la pauta establecida por el gobierno norteamericano, en el manejo
de las entidades semi-públicas del sector (Fannie y Freddie)6.Con este razonamiento
exculpan a los bancos de la burbuja inmobiliaria.
Pero en realidad, la objetada disminución de las tasas apuntó a reactivar la
economía y a permitir la oleada de préstamos que enriqueció a los financistas. Por eso
no cuestionaron en ese momento una política monetaria que, además, no los obligaba a
implementar créditos de ninguna índole.
Por otra parte, la caprichosa división de responsabilidades entre funcionarios y
banqueros omite la estrecha vinculación que mantienen ambos grupos. Los personajes
que llegan a la conducción de la FED o el Tesoro desarrollan su carrera previa en los
grandes los bancos y suelen retomar esos cargos cuándo se retiran de la actividad
oficial. Lejos de sufrir los rigores de cierta política monetaria, los financistas participan
activamente en la fijación de esas orientaciones, a través de distintos comités
gubernamentales.
Ante la falta de argumentos los neoliberales recurren a las creencias. Han
convertido la confianza en un término mágico, que explica el estallido, la continuidad o
la superación de la crisis. Suponen que el desplome financiero irrumpió por la pérdida
de esa cualidad y se disipará con su reestablecimiento. El estado de ánimo de los
empresarios es visto como la llave maestra del ciclo económico.
4Selten Reinhard. “Crear una regulación que no pueda evitarse”, Clarín, 23-11-08.
5Marx Daniel “La crisis terminó, vendrán más ajustes”, Ámbito Financiero, 19-3-08.
6 Edwars Sebastián, “No temerle al pragmatismo”, Clarín, 26-10-08.
4
Pero en los hechos ambos procesos están conectados por una causalidad inversa.
Los capitalistas invierten cuándo avizoran ganancias y sustraen capital en los períodos
opuestos. Por esta razón mientras la crisis continúe deteriorando los beneficios, ninguna
exhortación transformará la desazón en optimismo. Todas las divagaciones sobre la
confianza solamente retratan los diálogos que mantiene la clase dominante con sí
misma, en la búsqueda de una luz al final del túnel.
Los voceros más experimentados de las finanzas reconocen que “el capitalismo
se encuentra acorralado” por la gravedad del descalabro. Igualmente apuestan a una
crisis corta y manejable, que sería coronada con el reestablecimiento pleno de la
“economía de mercado”7. Pero esta expectativa contradice los sombríos diagnósticos
que enuncian y choca con cierta pérdida de consenso neoliberal entre las clases
dominantes. Hay mucho deseo y poco realismo en la esperanza de un temblor
irrelevante o benigno8.
ESPECULACIÓN Y DESREGULACIÓN
Los keynesianos han desplazado a sus adversarios del escenario mediático. Se
atribuyen el mérito de presagiar la crisis, mediante reiterados cuestionamientos a la
desregulación financiera. Pero en su mayoría acompañaron las prioridades de la elite
bancaria y sólo expusieron objeciones en los últimos años.
Cuándo el establishment aplaudía los atropellos sociales inaugurados por Reagan
y Thatcher, Stiglitz presidía el Banco Mundial, Soros se enriquecía especulando contra
las monedas europeas y Jeffery Sachs instrumentaba el ajuste de las economías
periféricas. Este mismo cambio de bando se registra actualmente en sentido inverso.
Greenspan modera el fervor neoliberal y Feldstein promueve el gasto el gasto público.
Pero esta flexibilidad para olfatear hacia dónde sopla el viento no es sinónimo de lucidez
para caracterizar la crisis.
Una explicación que comparten las dos vertientes de la economía convencional
asocia el colapso actual con las “exageradas bonificaciones a los directivos”9. Este
premio a la especulación es condenado, con el mismo vigor que se cuestionan los
fraudes perpetrados por personajes como Bernard Madoff. Esas conductas son
invariablemente presentadas como excepciones y no como expresiones de la actividad
bancaria imperante.
La estafa de Madoff por 50.000 millones de dólares contra poderosas entidades
(Santander, BBVA, HSBC, Paribas), a través de una simple pirámide ha sido un
episodio más del negocio financiero. Prometía altos rendimientos por inversiones
inexistentes, que disfrazaba con la llegada de nuevos clientes. Con esa maniobra
extendió a las fortunas de las elites los engaños que caracterizan a la intermediación. Su
malversación cayó en desgracia, porque franqueó la permisiva frontera que separa las
actividades toleradas de los desbordes ilegales.
En el ambiente de impunidad neoliberal de los últimos años se han consumado
todo tipo de fraudes. Sus principales artífices fueron los bancos y las empresas
constructoras que montaron la burbuja inmobiliaria. Estos desfalcos se coronaron con
7 The Economist- La Nación, “El capitalismo está acorralado, pero aún sirve”, 18-10-08.
8 Los teóricos de la derecha transmiten este mensaje tranquilizador, afirmando que “un capítulo se
cierra…pero son tonterías las tesis del otro es mundo posible y del fin del imperialismo o el capitalismo”,
Jorge Castañeda, La Nación, 24-12-08.
9Phelps Edmund, “Los bancos deberán buscar un nuevo rol”, Clarín, 23-11-08.
5
los 140.000 millones de dólares que concedió Bush a sus banqueros predilectos,
mediante una oscura maniobra de exención impositiva.
Este generalizado reinado de la estafa no debería ocultar que el propio
capitalismo genera periódicamente oleadas de especulación para extender el crédito.
Esta expansión requiere financistas con habilidades para inventar sofisticados
instrumentos de endeudamiento. Cómo estos individuos obtienen ganancias
proporcionales a las calesitas que logran montar, siempre tienden a violar las reglas
vigentes.
Algunos keynesianos –como Krugman y Samuelson- explican el exceso de
especulación por la ausencia de regulaciones y esperan enmendar esta carencia con
normas más estrictas10. Pero estas reglas abundan, en la selva legislativa que manejan
los distintos lobbys de banqueros en la trastienda del poder. Esa estructura -y no la
abstracta ausencia de reglamentaciones- ha precipitado la crisis. Algunas normas han
tendido a delegar en los propios banqueros el manejo consensuado de la operatoria
(acuerdos de Basilea) y otras han incentivado una gestión más estrecha con las
autoridades (a través de la independencia de los bancos centrales). Pero las entidades
nunca han operado en el vacío.
La fantasía de evitar la repetición del crujido financiero con nuevas
disposiciones legales ha recobrado fuerza. Pero estas conmociones son inherentes al
capitalismo y no existe ninguna forma de impedir su reiteración. El propio sistema
genera periódicamente presiones para valorizar el capital y crea anticuerpos para
esterilizar las regulaciones precedentes. Esta reacción se verificó, por ejemplo, en el
debut del neoliberalismo y volverá a registrarse cuando el capitalismo necesite
recomponer la tasa de beneficio.
Si todo el desmadre en curso obedeciera a una falta de supervisión, no habría
tanto temor por la evolución futura de las finanzas. Ya existe un amplio consenso para
modificar el funcionamiento de los bancos, verificar las operaciones bursátiles y acotar
el alcance de las actividades más riesgosas. Pero es obvio que estas iniciativas sólo
introducirían correctivos menores.
Los keynesianos idealizan las regulaciones que establecen los estados capitalistas
para ordenar el funcionamiento de los mercados financieros. Suponen que estas normas
definen la dinámica del negocio bancario, omitiendo que lo esencial es la garantía que
aporta el poder público a los distintos papeles en circulación. Lo que permite
comercializar estos títulos es la percepción de solidez en el aval estatal. Con este
respaldo fluyen las monedas, se colocan los bonos públicos y se intercambian los
documentos privados. Cuándo esas garantías fallan las reglamentación pierden
relevancia y las crisis asumen la gravedad que se observa en la coyuntura actual.
Los economistas heterodoxos desconocen por completo este problema. Como son
cultores del capitalismo y del estado suponen que basta con establecer regulaciones
óptimas para favorecer el bien común. El salvataje de los bancos ha refutado
categóricamente esa presunción. Pero, además, se abrió una crisis que ha puesto en duda
la capacidad del estado para proteger todos los títulos en circulación. Esta
10 “Hubo un sistema financiero paralelo, sin las regulaciones tradicionales”, Krugman Paul “El gobierno
argentino está haciendo un poco mejor las cosas”, Clarín, 16-12-2008. Krugman Paul, “No llores por mi,
Estados Unidos”, New York Times- La República, 18-10.08. Krugman Paul, “Bancos: iliquidez o
insolvencia”, New York Times-Clarín, 29-12-07. Krugman Paul, Planes de estímulo débiles y con serios
errores”, New York Times-Clarín, 31-1-08. Krguman Paul, “La economía real también necesita un gran
rescate”, New York Times-La Nación, 18-10-08. Samuelson Paul, “Mercado no es igual a capitalismo sin
regulación”, Clarín, 23-11-08.
6
vulnerabilidad no depende de una u otra regulación, sino de la propia gravedad y
evolución del crack financiero.
Pero lo más llamativo de los últimos meses ha sido el reverencial temor que
exhiben todos los keynesianos frente a los financistas. Krugman y Stiglitz han
propiciado el salvataje de los bancos sin reparar en costos, ni demandar penalidades.
Constatan la “trampa de liquidez” que propagan los bancos -al recibir auxilios estatales
que atesoran sin reactivar el crédito-pero no demandan ningún correctivo.
Las estrellas del pensamiento económico actual también notan el escaso impacto
que tienen las decrecientes tasas de interés sobre la mejora de la inversión o el consumo.
Saben que los bancos aprovechan la baratura de los fondos disponibles para compensar
quebrantos, reconvertir su operatoria o adquirir otras entidades. Este bloqueo se podría
revertir con medidas de expropiación, pero los nuevos mimados del establishment han
archivado cualquier estrategia de eutanasia del rentista.
Los keynesianos pretenden disuadir la especulación sin obstruir la rivalidad por
la ganancia. En las crisis enfatizan el primer objetivo y en la prosperidad apuntalan el
segundo propósito. Pero siempre ignoran que ambas metas son periódicamente
socavadas por la propia reproducción capitalista.
COORDINACIÓN Y REACTIVACIÓN
Muchos keynesianos atribuyen la propagación global de la crisis a la “escasa
coordinación que mantienen los gobiernos”. Especialmente Krugman y Stiglitz resaltan
esta carencia11. Advierten contra la expansión no consensuada del gasto público, las
devaluaciones inconsultas y el proteccionismo comercial.
Su reclamo de sincronización refleja el carácter internacionalizado de la crisis.
Cómo el temblor sacude a la principal economía del planeta, el contagio hacia Europa y
Japón ha sido tan acelerado, como el fracasado desacople de la semiperiferia emergente.
Ni siquiera Suiza o el Golfo Pérsico han podido sustraerse de un tsunami financiero, que
ya frenó a la locomotora china y amenaza reproducir las conmociones padecidas por
América Latina y el Sudeste Asiático.
Este alcance planetario induce a los heterodoxos a buscar remedios en la
coordinación. Por eso objetan el salvataje a costa del vecino que predominó al comienzo
de la crisis. Especialmente en Europa la brutal disputa entre países por preservar los
depósitos bancarios conducía al hundimiento colectivo. El mismo efecto tendía a
generar la simultánea política de aumentar (Banco Central Europeo) y reducir (Reserva
Federal) las tasas de interés.
Todos los keynesianos aplauden ahora la generalizada adopción del modelo
inglés de capitalización bancaria como correctivo de la crisis. Las diferencias de
aplicación que separan a los franceses (ingerencia estatal en los directorios) de los
norteamericanos (no interferencia en esa gestión) y la presión británico-estadounidense
para mantener el libre movimiento de capitales en Nueva York y Londres, no alteran
esta búsqueda de una respuesta común al descalabro financiero.
En las propuestas en debate los economistas heterodoxos reivindican las
iniciativas tendientes a disminuir la gravitación de los paraísos fiscales, reducir el
protagonismo de las calificadoras de riesgo e introducir mecanismos de alerta bancaria.
También avalan el recorte de retribuciones a los ejecutivos y la modificación de las
11Krugman Paul “La riesgosa negativa de Alemania”, New York Times-La Nación 17-12-08. Stiglitz
Joseph, “Ahora todos somos keynesianos, incluso la derecha”, 10-12-08.
7
normas de funcionamiento bancario global (Basilea II). Pero ninguno de estos cambios
es sustancial y su aplicación exige un piso (todavía incierto) del desplome financiero.
El diseño de un “nuevo Bretton Woods” que pregona Stiglitz es más ambicioso,
pero flota en el aire12. Definir un nuevo prestamista internacional de última instancia y
establecer los criterios de otra moneda (canasta, multilateral, Bancor) requieren cierta
estabilización de la tormenta financiera. Y este compromiso, a su vez, presupone un
desenlace de las relaciones de fuerza entre las potencias, que aparecería sobre el final y
no en el debut de la crisis.
La indefinición que impera en torno al dólar y el euro es un nítido síntoma de
este carácter inicial del temblor. El billete estadounidense se transformó en el refugio
espontáneo de todas las clases dominantes del planeta. Pero el descomunal déficit fiscal
y comercial norteamericano pone en duda la continuidad de esa tendencia.
El euro también ha brindado protección a los capitales que abandonan las divisas
de los países europeos más amenazados (Polonia, Dinamarca, Suecia, Islandia). Pero no
se sabe cómo responderá este signo al descalabro de los convenios presupuestarios de
Maastrich. Más peligroso aún es el desbordante endeudamiento que registran varios
países del Viejo Continente (Italia, Grecia, España).
Todas las convocatorias angelicales a la “coordinación internacional” disfrazan
las duras reglas de realpolitik, que imperan en los encuentros oficiales. En la cumbre de
noviembre pasado que reunió a 20 presidentes, Estados Unidos exigió un compromiso
general con su rescate financiero. Pretende garantizar especialmente la continuada
afluencia hacia el Norte de los fondos acumulados por Asia y los países exportadores de
petróleo.
Con esta finalidad el “Grupo de 7” fue ampliado a China, Rusia, Brasil, India y
Arabia Saudita. La presencia de otros países es un formalismo diplomático, ya que
Argentina, Indonesia, México o Turquía figuran en lista de lisiados y no de proveedores
de dinero. En las próximas cumbres, Obama intentará continuar esta política de
atracción de capitales hacia Estados Unidos.
Todos los mensajes keynesianos para “reformar al FMI” con una “nueva
arquitectura financiera” han quedado supeditados a esta prioridad de reconstrucción de
los bancos maltrechos. Con la finalidad de relanzar al Fondo como administrador de ese
socorro, ya se discute la concesión de atribuciones a los nuevos contribuyentes de
capital. Esas iniciativas podrían empalmar también, con el traspaso de acciones de los
bancos más quebrados a sus mecenas de Asia o el Mundo Árabe. Pero en cualquier caso
el FMI continuará actuando como representante de los acreedores contra los pueblos de
la periferia.
Este rol –que no perturba a Stiglitz, ni a Krugman- desmiente las fantasías que
exhiben algunos presidentes latinoamericanos en un giro benevolente del FMI. Las
expectativas en “préstamos sin condiciones para los más necesitados” han quedado
desactivadas por los recientes créditos otorgados a Ucrania o Hungría (y negociados con
Islandia y Pakistán). Estos acuerdos incluyen todas las exigencias de ajuste neoliberal.
Los keynesianos viven como un triunfo la aplicación actual de sus orientaciones.
Suponen que esta implementación confirma la superioridad de su programa. Pero este
giro solo ilustra la afinidad que mantienen con sus adversarios. El FMI y todos los
gobiernos conservadores han abrazado las propuestas de reactivación, porque en la
crisis las clases dominantes recurren al gasto público para frenar la recesión.
Obama se apresta a lanzar el mayor plan de infraestructura de los últimos 50 años
(136.000 millones de dólares). Este mismo tipo de erogaciones instrumentarán los
12 Stiglitz Joseph, “El dólar ya no sirve como reserva”, Clarín, 23-11-08.
8
presidentes neoliberales de Europa (170.000 millones de euros) y el mandatario
derechista de Japón (255.000 millones de dólares). El propósito común de estas
iniciativas es auxiliar a los banqueros e industriales afectados por la debacle financiera.
Los keynesianos aplauden este socorro pero advierten contra su eventual fracaso,
si las decisiones se aplican en forma tardía, con instrumentos inadecuados o con dosis
reducidas. La obviedad de estos razonamientos salta a la vista. Si las medidas dan
resultado confirmarán su conveniencia y si fallan demostrarán su insuficiencia.
Pero la severidad de la crisis induce a los popes de la heterodoxia a reclamar
también mayores impuestos a ricos y menores gastos militares (Stiglitz) o el bombeo
directo de más dinero oficial, traspasando la intermediación bancaria (Krugman). En
comparación a las iniciativas que debaten otros economistas del mismo círculo, estas
propuestas sobresalen por su cautela13.
Todos los keynesianos esperan el resurgimiento del capitalismo con políticas
anticíclicas. Desconocen las limitaciones de estas orientaciones y su escaso impacto
fuera de ciertas condiciones. Para comprender lo que está sucediendo hay que recurrir a
otras teorías.
“FINANCIARIZACIÓN”
La gravedad de la crisis ha recreado el interés por la interpretación marxista, que
postula el carácter intrínseco de los desequilibrios capitalistas. Este enfoque rechaza las
interpretaciones psicológicas o naturalistas y subraya la gravitación que tiene la
rivalidad por el beneficio en el estallido de esas conmociones. Partiendo de este
principio hemos resaltado dos causas específicas del temblor en curso (sobreacumulación
y sobreproducción) y un detonante (encarecimiento de las materias
primas)14.
La crisis de sobre-acumulación se gestó junto a la enorme masa de liquidez
agolpada en la esfera financiera. Estos fondos quedaron desconectados de la
acumulación productiva y se transformaron en capitales ficticios carentes de
contrapartida real. El rendimiento que devengó la actividad financiera potenció, a su
vez, una atrofia que condujo al desmoronamiento de los bancos15.
Este proceso de sobre-acumulación presenta tres singularidades. En primer
lugar, incluye sofisticadas modalidades de securitización y apalancamiento. Al
titularizar la colocación de bonos emitidos sobre otros bonos, los banqueros
empapelaron el planeta con papeles vulnerables. Perpetraron esta transferencia del
riesgo envolviendo los títulos más insolventes en paquetes fragmentados. Estados
Unidos exportó por esta vía la mitad de sus títulos tóxicos, colocando especialmente
CDS y CDO (seguros del sofisticado combo financiero). Las municipalidades,
13Reich planteó aplicarle la ley de quiebras a los bancos para implementar su reorganización bajo
protección judicial (capítulo 11) y Roubini sugirió paralizar las ejecuciones hipotecarias. Reich Robert,
“El rescate equivocado”, New York Times-Clarín, 12-12-08. Roubini Nouriel, “La recesión llegó a EEUU
y podría durara hasta 2009”, Clarín, 25-1-08.
14 Katz Claudio. “Lección acelerada de capitalismo”, www.lahaine.org/katz (4-10-08), Inprecor 541-542,
septiembre-octubre 2008, www.internationalviewpoint.org/spip.
15Las características de estos procesos son descriptas entre otros por: Rude Christopher, “El rol de la
disciplina en la estrategia imperial. El Imperio Recargado, CLACSO, Buenos Aires, 2005. Bryan Dick,
“The inventiveness of capital”, 13 Jul 2008, www.workersliberty.org y Chesnais Francois, “Alcance y
rumbo de la crisis financiera”, 25-1-08, www.vientosur.info/documentos.
9
universidades o fondos de pensión que adquirieron estos documentos -atraídos por su
alto rendimiento- deben responder ahora con sus propios activos por esas operaciones.
La mundialización de los desequilibrios financieros constituye el segundo rasgo
de la crisis de sobre-acumulación. Desde los años 80 los capitales excedentes se
volcaron a innumerables mercados, provocando el colapso de las Sociedades de Ahorro
y Préstamo de Estados Unidos, el sacudón del sistema monetario europeo y el temblor
bancario japonés. Posteriormente precipitaron la tormenta del sudeste asiático (1994-95)
y el terremoto global, que sucedió a la caída del fondo LTCM vinculado a inversiones
en Rusia (1998). Ya aquí el descontrol sobre títulos derivados influyó sobre el alcance
de dos estallidos, que presagiaron el desmoronamiento actual.
La expansión de las finanzas personales constituye la tercera singularidad de la
financiarización reciente. Este esquema generó lucros adicionales con los ingresos de
los trabajadores, mediante el desbordante otorgamiento de créditos para solventar la
vivienda, la educación o el consumo corriente. Por esa vía los asalariados se
transformaron en clientes sofocados por cuotas insostenibles. La crisis justamente
estalló con una variante crítica de estos préstamos, concedida a los perceptores de
ingresos irregulares o muy bajos.
Este tipo de negocios se montó en las condiciones de cierta estabilidad política y
social que generó la ofensiva neoliberal del capital. La crisis actual se forjó durante ese
período, que consagró la hegemonía de los banqueros. Esta supremacía no es un dato de
arrastre, ni proviene de principio del siglo XX. Se consumó con el aval de otros sectores
de las clases dominantes, que renunciaron a tajadas del beneficio para apuntalar la
ofensiva contra las conquistas sociales que impuso el ajuste financiero.
Este esquema recompuso la tasa de explotación, mediante la disciplina que
instauró la gestión de la empresa, orientada por los rendimientos bursátiles de corto
plazo. El agotamiento de este curso amenaza, ahora, los privilegios obtenidos por los
banqueros16.
La crisis de sobre-acumulación ya provocó una descomunal limpieza de los
capitales excedentes que circulan en la Bolsa. Aunque este derrumbe involucra capital
ficticio y no poder de compra real, los 30 billones de dólares esfumados en los últimos
doce meses son indicativos de la depuración en marcha. En este mismo período las
acciones cayeron un 30-40% en Estados Unidos y Europa y entre 44% y 70% en los
restantes mercados. Estos porcentajes se aproximan al traumático 75% que se registró
entre 1929 y 193217.
Al observar respiros en semejante picada bursátil o tenues reducciones en las
altas tasas interbancarias, algunos financistas evalúan que “lo peor ya pasó”. Pero en
realidad, el pánico se ha trasladado a la esfera productiva.
EL TEST AUTOMOTOR
El desborde de capitales financieros no obedece exclusivamente a su autonomía
de la órbita productiva. También expresa un generalizado excedente de mercancías. Esta
sobreproducción es la principal causa de la crisis actual. En última instancia, todos los
títulos privados se comercializan como promesas de las ganancias generadas en la
actividad industrial o los servicios. La desconfianza en la compra-venta de esos papeles
16 Hemos retratado este modelo en Katz Claudio, “Enigmas contemporáneos de las finanzas y la
moneda”, Revista Ciclos, n 23, 1er semestre 2002, Buenos Aires.
17Clarín, 23-11-08.
10
se ha multiplicado, porque ahora trastabillan las ventas que realizan los beneficios
creados con la explotación de los asalariados.
El sobrante de bienes expresa la existencia de aumentos en la producción (y la
productividad) que superan el poder de compra. La sobreproducción irrumpió primero
en el sector de la construcción, con la multiplicación de viviendas inaccesibles a sus
potenciales adquirientes. Este problema se acentúa ahora con masivos desalojos que
dejan las casas sin ocupar. Este proceso fue aceitado con créditos de alto riesgo, pero
obedece a una tendencia subyacente del capitalismo a la sobreproducción18.
La burbuja inmobiliaria ha reproducido la euforia que acompañó a las acciones
tecnológicas, durante el furor de inversiones en chips y computadoras de principio de
los 90. En realidad, desde el crack ferroviario de mitad del siglo XIX todas las oleadas
especulativas de cierta significación se han basado en el lucro creciente que rodea a
cierta actividad.
Pero los capitalistas nunca pagan las consecuencias de estos vaivenes. La
burbuja inmobiliaria norteamericana convertirá a 7,3 millones de propietarios en
deudores morosos y dejará sin vivienda a 4,3 millones de personas. Hasta ahora no se
aprobó ningún plan para frenar esta confiscación. Sólo existen vagas normas para
prorrogar los pagos de los insolventes que demuestren su intención de saldar la
hipoteca. Esta penalización de las victimas en pleno salvataje de los banqueros es un
rasgo escandaloso de la crisis actual.
La saturación de bienes se extiende a todos los sectores, pero golpea
especialmente a la industria automotriz. Cómo el desplome de las ventas ha creado un
stock inmanejable, General Motors, Chrysler y Ford se encuentran al borde de la
bancarrota. Este sector emplea directamente a 2,2 millones de trabajadores y brinda
ocupación indirecta a un número semejante de asalariados.
Este dramático impacto social no alteró la cautela de Bush a la hora de auxiliar a
estas corporaciones. Esta inacción contrasta con el automático socorro que recibieron
los bancos. Esta diferencia obedece a la preeminente influencia de los financistas y a
una demanda de ajuste contra los obreros, que reclama todo el establishment. Los
legisladores han explicitado las reducciones de salarios, los despidos y la flexibilidad
laboral que exigen como contrapartida del auxilio estatal.
La negociación con los sindicatos apunta a equiparar inmediatamente los salarios
en las tres corporaciones con los niveles inferiores vigentes en otras compañías (Nissan,
Toyota). El objetivo es adaptar luego este recorte al promedio internacional, a través de
achicamientos, que comenzaron con reducciones de indemnizaciones y jubilaciones.
Esta agresión ilustra en forma contundente el carácter capitalista de la crisis y la
tendencia a zanjarla desvalorizando la fuerza de trabajo. Por esa vía las empresas
norteamericanas pretenden revertir su pérdida de competitividad y su retraso en la
innovación (autos más pequeños y eléctricos). Esta reconversión no opone en bloque a
la industria estadounidense y foránea. Más bien apunta a inducir nuevas asociaciones
entre ambos sectores.
Si esta arremetida patronal prospera, sus efectos se extenderán a otras
actividades. El test automotor fue anticipado por la reorganización perpetrada en el
sector aeronáutico y será un ensayo de la cirugía general, que se prepara en toda la
industria norteamericana.
18En esta caracterización plantea: Caputo Leiva Orlando, “La economía mundial: la crisis inmobiliaria de
Estados Unidos”. Seminario Taller del Ministerio del Poder Popular para la Planificación y el Desarrollo con
Economistas Internacionales, Caracas, 27 al 31 de marzo de 2008.
11
SOBREPRODUCCIÓN GLOBAL
La misma sobreproducción que afecta a las plantas foráneas de General Motors,
Ford y Chrysler (especialmente en Canadá e Inglaterra) deteriora el balance de Toyota,
Suzuki y Nissan y en breve golpeará a las empresas europeas. Este impacto ilustra el
carácter internacional de la plétora de mercancías. Para modernizar su producción, las
automotrices reorganizaron drásticamente sus métodos de producción durante la década
pasada. Esta adaptación de costos condujo al actual sobrante de vehículos.
También en la rama automotriz se gestó el modelo de competencia global en
torno a salarios descendentes, que potenció la irrupción del polo asiático. Al cabo de
varios de años de inundación de productos baratos, todos los rincones de la economía
global se encuentran abarrotados de mercancías.
Esta sobreproducción es consecuencia directa de la creciente localización de las
empresas trasnacionales en China, que aprovecharon la revolución del transporte y las
comunicaciones para lucrar con la fuerza de trabajo barata, que abunda en el Extremo
Oriente.
El exceso de mercancías ya se observa, además, en otros rubros (textil,
electrodomésticos) y tiende a provocar un significativo desplome de los precios. Esta
caída comenzó a insinuarse en la órbita industrial a partir de la crisis asiática (1997),
pero quedó inicialmente ensombrecida por la escalada inflacionaria que impusieron los
combustibles y los alimentos. Con la maduración de la crisis el viraje deflacionario
tiende a consolidarse19.
Las irrisorias tasas de interés no logran revertir esta espiral descendente, ya que
el reducido costo del dinero muestra poca incidencia sobre el nivel de actividad. De
todos los indicadores que mensuran la intensidad de la recesión (nivel de la tasa
interbancaria, caída de precio de la vivienda, contracción del gasto del consumidor), la
variable más crítica es la deflación. Si la declinación de los precios no es contenida
quedará abierto el camino hacia la depresión.
La sobreproducción en curso presenta significativas diferencias con su
antecedente de fines de los 60. En ese momento el resurgimiento de la economía
japonesa y alemana abarrotó de productos el mercado mundial, precipitando el
agotamiento del esquema fordista de posguerra.
Pero esa crisis fue sucedida por una reorganización neoliberal, que permitió a las
empresas transnacionales fabricar en Asia parte de los productos consumidos en
Occidente. Este proceso desvalorizó los viejos sobrantes de mercancías, reordenó los
mercados, penalizó a ciertos capitalistas y generó los nuevos productos adicionales que
atiborran el mercado mundial
EL PAPEL DE LAS MATERIAS PRIMAS
Otro desencadenante de la crisis actual fue el encarecimiento de los insumos
básicos registrado en los últimos seis años. Este repunte descontroló los costos y generó
una presión inflacionaria que afectó la rentabilidad. Las empresas acostumbradas a
competir bajando precios, no lograron adaptarse al petróleo despistado, los metales
impagables y los alimentos en ascenso.
Pero esta presión inflacionaria no constituye una explicación de la crisis
equiparable al proceso de sobre-acumulación de capitales o sobreproducción de
19Este proceso ilustra: Aglietta Michel, Berrebi Laurent. Desordres dans le capitalisme mondial, Odile
Jacob, Paris, 2007, (Introducción).
12
mercancías. Mientras que estos dos fenómenos expresan contradicciones intrínsecas del
capitalismo, la subproducción de materias primas representa una perturbación
secundaria del sistema. Irrumpe por la escasa adaptación de estos recursos al incremento
de la productividad, en comparación a los bienes industriales.
Los precios de las materias primas treparon en los últimos años por la presión de
los especuladores, que intentaron compensar el desplome bursátil y bancario con la
adquisición de bienes básicos. Esta oleada de compras divorció las cotizaciones de los
insumos de su oferta y demanda genuina. Los fondos de inversión apostaron a una crisis
corta que mantendría la apreciación de estos productos, pero el descalabro financiero
terminó afectando su propia jugada. Los precios de los cereales cayeron a la mitad y la
OPEP no ha logrado impedir que el petróleo vuelva al piso de años anteriores.
Resulta igualmente difícil presagiar la evolución de estos mercados. La
novedosa incidencia que ejerce la depredación del medio ambiente sobre el vaivén
cíclico de estos productos, acrecienta esa indeterminación. La destrucción capitalista de
la naturaleza podría provocar una escasez estructural de recursos no renovables, cuya
sustitución requerirá grandes inversiones, que en la crisis se han tornado inciertas. La
continuada prioridad que asigna el Pentágono a las guerras por el abastecimiento de
estos insumos es un índice de esa indefinición.
En este plano, el principal conflicto gira en torno a la sustitución del crudo por
las energías no contaminantes. El influyente lobby petrolero-militar indujo a Bush a
reforzar la dependencia del combustible importado, en un contexto de escasos
descubrimientos, encarecimiento de la extracción y sangrientas batallas en las regiones
más apetecidas de África, Medio Oriente y Asia Central. Obama ha prometido transitar
el sendero opuesto, pero el nuevo un escenario de estancamiento productivo y
abaratamiento del petróleo conspira contra sus proyectos20.
La coyuntura empuja hacia la depreciación de las materias primas, pero la
evolución ulterior de estos precios es una incógnita. En cualquier caso, estos bienes no
quedarán atados a un patrón de inexorable deterioro de los términos de intercambio.
Numerosos estudios refutan la teoría de ese retroceso secular. Se han verificado
tendencias inversas o ciclos cambiantes en ambas direcciones. Cómo los insumos
básicos tienen mayor dificultad para amoldarse al incremento de la productividad, su
encarecimiento es periódicamente contrarrestado con oleadas de tecnificación, que
afianzan la oscilación de estos precios21.
Este vaivén afecta a los países periféricos que invariablemente padecen la oleada
descendente y nunca aprovechan la fase inversa para reducir su dependencia de las
exportaciones básicas. Esta adversidad se repite en la coyuntura actual, pero acentuando la
subdivisión entre un grupo emergente de economías semiperiféricas y el grueso de los
empobrecidos del Tercer Mundo.
CONSUMO MUNDIAL POLARIZADO
20 Amin describe las tendencias bélicas y Klare la complejidad de los dilemas petroleros. Amin Samir
“Financial collpase, systemic crisis?”, World Forum of Alternatives, Caracas 2008. Klare Michael,
“Mauvaises nouvelles a la pompe”, Inprecor 536-537, mars avril 2008.
21Entre 1876-80 y 1928-29 la mejora de términos de intercambio fue de 20-40% y desde 1956 hasta 1962
predominó un deterioro, que invirtió en 1968. El reciente ascenso (2002-2007) sucedió a la caída de los
años 90. Bairoch, Paul El tercer mundo en la encrucijada: el despegue económico desde el siglo, XVIII al
XX Alianza, Madrid, 1973, (cap 13).
13
La crisis actual podría explicarse también por la contracción de la demanda. Al
expandir la desigualdad social, el neoliberalismo impuso restricciones al poder de
compra en forma directa (contracción de los salarios) e indirecta (inestabilidad del
empleo y aumento de la informalidad). La sobreproducción generada durante este
período puede ser vista como una crisis de realización, que obstruye la concreción del
valor mercancías, cómo resultado de limitaciones vigentes en la esfera del consumo.
Estos obstáculos obedecen a la caída porcentual de los salarios en el ingreso total
de las economías avanzadas. La ampliación del desempleo condujo a reemplazar el
modelo de aumento de sueldos por debajo de la productividad por un esquema de
agobiante congelamiento. También el estallido de los créditos subprime refleja la
fractura social, que separa a los norteamericanos en un 90 % de empobrecidos deudores
y un 10% de opulentos acreedores22.
El exceso de productos y las limitaciones del consumo constituyen dos caras de
una misma moneda, pero la gravitación de ambos procesos es conceptualmente
desigual. Mientras que la sobreproducción constituye la fuerza rectora de las
disrupciones que conmueven al capitalismo, las restricciones de la demanda conforman
un efecto derivado. El sobrante periódico de bienes es la principal contradicción de un
sistema regido por rivalidades entre empresarios, que impiden adaptar la cantidad y el
tipo de los bienes fabricados a las necesidades sociales. Este desequilibrio distingue al
capitalismo de la subproducción crónica que afectaba a los regímenes precedentes.
La competencia por fabricar con mayor productividad y menores costos es más
determinante de las crisis, que los obstáculos interpuestos al consumo de esos bienes.
Mientras que el capitalismo recurre a numerosos instrumentos para contrarrestar este
segundo desequilibrio, tiene escasas herramientas para atenuar la despiadada pugna por
el beneficio. Los desajustes que impone la sobreproducción determinan los
desequilibrios que acompañan a las crisis de realización.
En este terreno lo más significativo no ha sido la contracción general del poder
adquisitivo, sino la fractura global de la demanda. El esquema de altos consumos
norteamericanos de productos asiáticos (financiados por el resto del mundo) incluyó la
expansión del consumo en la metrópoli. Esta ampliación se sustentó en una
desenfrenada dilatación del endeudamiento. Los pasivos de los particulares aumentaron
en Estados Unidos del 47% del ingreso personal (1959) al 117% (2007) y del 25% del
PBI al 98% del PBI23.
En términos generales el consumo norteamericano se ha duplicado en
comparación a los años 70. Es indudable que una porción de ese gasto fue sostenido por
la elite de los enriquecidos, pero otro segmento igualmente relevante ha sido solventado
por los trabajadores, con más horas de trabajo y labores complementarias del núcleo
familiar.
Este modelo de consumo internacional polarizado ha quedado muy vapuleado
por la crisis. La expectativa de corregirlo con mayor demanda asiática y creciente
austeridad occidental ha perdido fuerza con la inviabilidad del desacople. Mientras que
el volumen de compras anual de 1300 millones de chinos moviliza 1,2 billones de
dólares, las adquisiciones de 300 millones de norteamericanos involucran 9,7 billones
de dólares. Es obvio que cualquier cambio de estas proporciones será un largo y
traumático proceso.
22Para conjunto de G 7 la parte salarial en el valor agregado pasó de 66,5% (1982) a 57,2% (2006)
Husson Michel, “La lignes de fracture”, Politis n 990, 21-2-08.
23Clarín, 9-12-08.
14
La fuerte caída del consumo norteamericano o europeo no tiende a mejorar las
compras de la periferia. Al contrario, el incremento de 40 millones de hambrientos
registrado durante el 2008 (que elevó ese total a 963 millones de individuos) es un
anticipo de los sufrimientos que padecerá el Tercer Mundo. Gran parte del consumo
faltante en la periferia inferior del planeta se dilapida en las economías centrales,
agravando la brecha que separa a las regiones desguarnecidas de zonas que concentran la
opulencia.
La estrechez de la demanda es una contradicción importante pero
complementaria de la sobreproducción. Es importante registrar la jerarquía y la
convergencia de ambos desajustes, para analizar los desequilibrios variados que afectan
al capitalismo contemporáneo24.
¿QUÉ TIPO DE CAÍDA DE LA TASA DE GANANCIA?
El desplome de la tasa de ganancia es otro indicador categórico de la magnitud de
la crisis. Esta declinación fue anticipada y retroalimentada por el desmoronamiento de
Wall Street y se verificará en próximos balances de las corporaciones. Con esta caída se
revierte la significativa recuperación de la rentabilidad, que impuso desde mediados de
los años 80 la ofensiva del capital sobre el trabajo. Varios teóricos marxistas han
estimado la magnitud de ese repunte, en sus estudios de la ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia25.
Este principio postula que el nivel del beneficio obtenido por los capitalistas
tiende a declinar junto con los aumentos de la inversión, que reducen la proporción del
trabajo vivo (directamente realizado por los asalariados) en comparación al trabajo
muerto (ya incorporado en la maquinaria o en las materias primas). Como la plusvalía
que nutre a la ganancia se genera en el primer ámbito, el incremento de la capitalización
desemboca en una contracción porcentual del beneficio. ¿En qué medida la crisis actual
confirma ese postulado?
Un terreno de indirecta corroboración es la dependencia que ha demostrado la
acumulación de la explotación inmediata de los asalariados. El giro estratégico de las
grandes corporaciones hacia el continente asiático, puso en contacto al capital con la
mayor dotación de fuerza de trabajo barata del planeta. Este viraje no se hubiera
producido, si las ganancias de las empresas se nutrieran primordialmente de la
robotización o de las actividades calificadas.
Pero la explicación de la crisis actual, como un resultado del deterioro de la tasa
de ganancia que genera la ascendente productividad, es muy controvertida. Requiere
suponer que esa declinación se arrastra desde hace tiempo, en contraste con la evidente
recuperación que tuvo la rentabilidad bajo el neoliberalismo. Desconocer este dato, o
afirmar que ese beneficio se mantuvo por debajo del promedio prevaleciente en la
posguerra, conduce a una interpretación forzada de la ley de Marx26.
24La conmoción en curso debe ser vista como una reproducción ampliada de todas las contradicciones que
corroen al sistema. Este enfoque metodológico fue sugerido por Bujarin y desarrollado por Mandel.
Bujarin Nikolai, El imperialismo y la acumulación de capital. De Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires,
1973. Mandel, Ernest, El capitalismo tardío, ERA, México, 1978, (cap 1).
25 Hemos recogido e interpretado esta indagación en: Katz Claudio “Una interpretación contemporánea de
la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”. Herramienta n 13, invierno 2000, Buenos Aires.
26Es el inconveniente que presenta la caracterización de Castillo José. “Crisis económica mundial en el
marco de 40 años de crisis crónica del capitalismo”, www.aporrea.org/temas 07/11/08
15
Este principio no exige postular una caída permanente del porcentaje del lucro
patronal, puesto que una situación de ese tipo imposibilitaría la continuidad del
capitalismo. La ley de la tendencia decreciente no opera en flecha, ni explica todos los
vaivenes de la acumulación. Constituye tan solo un determinante de las crisis, con
variada gravitación en cada convulsión del sistema. Su utilidad para explicar la
depresión del 30 o la contracción de mitad de los 70, no le otorga jerarquía absoluta
para caracterizar el desplome actual.
La tasa de ganancia ascendió durante la posguerra, declinó en los años 70,
recuperó margen en las décadas posteriores y vuelve a desplomarse en la actualidad. En
los períodos de contracción del beneficio opera con plenitud la ley de Marx y en las
etapas de recomposición de esa ganancia prevalen las fuerzas que contrarrestan su
incidencia. Desde mitad de los años 80 hasta la crisis actual predominó este segundo
contexto, como consecuencia del reforzamiento de la explotación, la reducción de los
salarios y el abaratamiento de ciertos insumos.
Si se otorga primacía interpretativa a la ley para analizar el período en curso hay
que asignar una relevancia equivalente a los procesos de inversión, que determinan la
contracción porcentual del beneficio. Esta caracterización supondría postular que el
neoliberalismo estuvo precedido o signado por altos gastos en maquinaria y gran
modernización industrial. Sostener este diagnóstico es muy difícil.
Quizás el mayor inconveniente para aplicar la ley de la tendencia decreciente al
contexto actual proviene de la novedosa segmentación de rentabilidades, que se observa
entre los sectores domésticos y mundializados del capital. Estas brechas son muy
significativas en el caso norteamericano. Mientras que las empresas globalizadas
tuvieron lucros elevados, las compañías exclusivamente nacionales lograron parcos
beneficios.
La reducción porcentual del trabajo vivo -que aporta la fuente directa del
beneficio- socava la tasa de beneficio. Pero esta contradicción se desenvuelve en torno a
la gestación, maduración y estallido de la sobreproducción. El estudio de esta conexión
es una asignatura pendiente de la economía marxista.
CRONOLOGÍA Y SIGNIFICACIÓN
¿Cuál es la cronología de la conmoción en curso? ¿Cuándo comenzó el proceso
que desembocó en el tsunami actual? Es obvio que antecedió al desmoronamiento
bursátil y a la insolvencia de los deudores sub-prime. Sólo la estrechez de la ortodoxia
puede imaginar un determinante tan coyuntural de un desplome financiero, que fue
gestado durante un período más significativo.
Algunos teóricos acertadamente ubican ese origen en la consolidación del
neoliberalismo. Al imponer un reflujo de los trabajadores en los países avanzados, las
clases dominantes cerraron la crisis de los 70 y forjaron el esquema de acumulación que
ahora naufraga. El temblor en curso es un resultado de las transformaciones sociales y
las contradicciones económicas que generó ese modelo27.
Otro enfoque observa al descalabro actual como un nuevo peldaño de la
prolongada crisis iniciada a fines de los 60. Considera que esta larga recaída ha sido
27 Panitch Leo, Gindin Sam. “Capitalismo global e imperio norteamericano”, El nuevo desafío imperial,
Socialist Register 2004, CLACSO, Buenos Aires 2005. Gindin Sam, Panitch Leo, "Superintending Global
Capital," New Left Review, 35, Sept/Oct 2005.
16
prorrogada con artificios de emisión y endeudamiento, que no lograron interrumpir la
continuidad de una regresión crónica28.
El problema de este segundo enfoque radica en la imprecisa conexión que
establece entre la crisis actual y los cambios capitalistas de las últimas dos décadas. No
explica como la liberalización financiera, la internacionalización productiva y la
expansión de las empresas transnacionales determinaron los desequilibrios que han
precipitado el tsunami global. Tampoco esclarece de qué forma la competencia por
fabricar más productos con salarios decrecientes desencadenó la sobreproducción y
cómo la titularización de los créditos provocó la sobre-acumulación de capital.
Si se remonta el origen de la crisis a cuatro décadas, las transformaciones del
neoliberalismo pierden relevancia en la explicación de la conmoción actual. Un letargo
tan prolongado es, por otra parte, poco compatible con el funcionamiento convulsivo
del capitalismo. Este sistema es siempre corroído por su frenético dinamismo.
El neoliberalismo no es sinónimo de estancamiento. Si hay sobreproducción es
por la intensidad de la fabricación industrial. Dos décadas de fuerte competencia entre
las corporaciones trasnacionales refutan la equivocada imagen de los monopolios, como
instituciones que frenan la innovación o acuerdan el reparto organizado de los
mercados. Pero si pudieran concertar la manipulación de los precios, la crisis estaría
signada por la inflación y no por la tendencia al desplome de los precios.
Otra controversia entre los marxistas apunta a clarificar la significación histórica
de la conmoción en curso. Algunos autores resaltan la ubicación de este estallido en una
etapa declinante del capitalismo, que contraponen con otro estadio pujante del pasado.
Se apoyan en la teoría del ciclo vital, para postular una rigurosa delimitación entre
períodos de ascenso y decadencia de los regímenes sociales29.
Pero la utilidad de este razonamiento es muy dudosa. El capitalismo surgió
saqueando a la periferia, se forjó empobreciendo a los campesinos y se consolidó
explotando a los trabajadores. Posteriormente perpetró guerras interimperialistas que
aniquilaron a millones de personas y en la actualidad se desenvuelve devastando el
medio ambiente. La propia evolución del sistema genera este tipo de catástrofes y es
ocioso evaluar cuál de ellas lidera el ranking de los cataclismos. Lo relevante es la
naturaleza social destructiva del capitalismo y no las perversidades de este régimen en
cada etapa.
Ciertamente los límites del capitalismo se acrecientan con su expansión. Pero
estas barreras son cualitativas o sociales y no geográficas o numéricas. El agotamiento
de una frontera (como pensaba Rosa Luxemburg) o del volumen de extracción de la
plusvalía (como creía Henryk Grossman) no representan obstáculos absolutos a la
acumulación. El capitalismo contrapesa este tipo de asfixias abriendo nuevas áreas para
la explotación (restauración en el ex “bloque socialista”) y nuevos sectores para la
inversión (privatizaciones).
Las barbaridades que genera este sistema son más que suficientes para
reprobarlo. El capitalismo a secas es un tormento cotidiano que no requiere adjetivos
adicionales. Es falso suponer que este régimen fue más contemplativo con los
explotados en el pasado. Basta recordar la esclavitud, el pillaje o la masacre
demográfica (durante su nacimiento) o el trabajo infantil y las jornadas de 16 horas de la
revolución industrial (durante su despegue). Para los trabajadores nunca existió una
edad de oro bajo el yugo del capital.
28Brenner Robert, Una crisis devastadora, Against the Current n 132, enero-febrero 2008.
29 Es la concepción que desarrollan Mercadante Esteban, Noda Marín. “Gradualismo y catastrofismo”,
Lucha de Clases, n 7, octubre 2007.
17
Por estas razones la única distinción relevante es la que permite diferenciar los
períodos de conquistas populares de las fases de atropello social. Estas etapas han sido
muy variables y siempre dependieron más de la intensidad de las luchas (o la amenaza
de revoluciones), que del estancamiento o expansión de las fuerzas productivas. En la
posguerra del siglo XX (es decir en la madurez del sistema), se obtuvieron más logros
sociales que en toda la historia previa de este régimen.
Los contrapuntos entre el auge y la declinación del capitalismo frecuentemente
presentan un cariz fatalista y sugieren la existencia de un curso predeterminado de la
historia. Los augurios de la decadencia tienen, además, una connotación religiosa de
castigo a las sociedades que han pecado.
En cualquier caso se desvía la acción política socialista del propósito de obtener
conquistas para remover al capitalismo. La experiencia ha indicado que ambos objetivos
pueden lograrse en un espectro muy variado de coyunturas. El capitalismo no se autoextinguirá
por su propia corrosión. Será erradicarlo por una acción política, si los
explotados encuentran el camino para forjar la alternativa socialista.
TRES ESCENARIOS
Las distintas caracterizaciones teóricas serán puestas a prueba en los próximos
meses por el agravamiento de la crisis. La tasa de crecimiento del 2009 será ínfima a
escala global (1,9%) y nula o negativa en las economías centrales. En Estados Unidos
cae la inversión, se multiplican las pérdidas de los ahorristas particulares (que aportan la
mitad del movimiento bursátil), se desploma el consumo y se disipa la expectativa en
las exportaciones como salvavidas. Desde el momento que este mismo panorama se
verifica en Europa, un drástico reflujo afecta a la mitad de la economía mundial.
Los bancos continúan recibiendo multimillonarios socorros oficiales. Al
Citibank , por ejemplo,le otorgaron una suma que supera lo gastado con AIE, Fannie
Mae, Freddie Mac y Washington Mutual. Pero las entidades utilizan el dinero público
para compensar pérdidas o adquirir otras entidades. No movilizan el crédito y ni
siquiera informan el destino de los fondos que el estado les transfiere. Esta impunidad le
ha permitido al coloso mayorista Morgan Stanley absorber a sus competidores
regionales y financiar en solo dos meses su reconversión en banco comercial.
El auxilio a los banqueros ya consumió 350.000 millones de los 700.000
millones de dólares aprobados por el congreso norteamericano para nacionalizar las
hipotecas tóxicas. Pero, además, este proyecto quedó cajoneado ante la imposibilidad de
valuar los títulos inservibles.
A diferencia de muchas nacionalizaciones de posguerra el rescate actual excluye
controles sobre el dinero otorgado. La expectativa de modificar este derroche con la
llegada de Obama tiende a diluirse con los nombramientos que ha difundido. Seleccionó
a la crema de las altas finanzas (Volcker, Rubin, Geithner, Summers) para enviar un
mensaje de continuidad a los banqueros. Esta decisión ensombrece todos sus proyectos
reformistas de aumentar los impuestos a los ricos, crear un seguro de salud o abaratar la
educación.
Frente al vertiginoso desplome del nivel de actividad, Obama decidió ampliar su
mega-plan de obras públicas. Pretende crear los cuatro millones de empleos que se
perderían en los próximos meses. Pero nadie sabe cómo se compatibilizará ese gasto
con el continuado auxilio de los bancos. Aunque el establishment convalida el gasto
público en gran escala, tarde o temprano saldrá a flote la limitada disponibilidad de
fondos.
18
También la debatida recreación de un New Deal afronta varios obstáculos. La
economía estadounidense ha perdido el carácter auto-centrado que permitía
implementar políticas de reactivación con cierta celeridad. El avance de la
internacionalización obliga a concertar estas orientaciones a nivel global. Especialmente
la dependencia del financiamiento externo impide solventar exclusivamente el gasto con
impuestos internos.
Tampoco se percibe un renacimiento de la economía de guerra que puso fin a la
depresión del 30. La ausencia de colisiones interimperialistas y la tecnificación militar
limitan la creación de empleos surgidos de la actividad bélica.
En este contexto se vislumbran tres escenarios posibles. La hipótesis más
optimista estima que los planes keynesianos tendrán un impacto óptimo y acotarán la
duración de la recesión a tan solo un año. Este pronóstico de recuperación en el 2010 es
la apuesta del FMI. Si, por el contrario, las medidas contra-cíclicas tienen poco efecto (o
generan reactivaciones efímeras seguida de nuevas caídas) se globalizaría la parálisis
deflacionaria, que afectó a Japón en los 90. La tercera opción es una reiteración de la
depresión del 30.
Esta última posibilidad implicaría un drástico agravamiento del marco actual. La
recesión norteamericana ya acumula 12 meses, que superan los 8 meses de la caída de
1990 y 2001 y se aproximan a los 16 meses de las bajas de 1981 y 1973. El dramático
salto hacia los 43 meses que duró el colapso de 1929 es todavía solo una amenaza.
Lo mismo ocurre con el PBI. La caída de 0,8-1,2% (2008) y 0,5 % (2009) que se
estima para Estados Unidos difiere del furibundo bajón del 33%, que se registró en
1929-33 (55% en la producción industrial y 88% en la inversión). En el plano social la
repetición de la gran depresión significaría una traslación a los países centrales del nivel
pobreza (50%) y desempleo (30%) que, por ejemplo, padeció Argentina en el 2001-02.
Resulta imposible predecir si la recesión desembocará en semejante
desmoronamiento, pero por primera vez en décadas ese fantasma revolotea sobre la
economía mundial.
EL COMIENZO DE LA RESISTENCIA
El desempleo en gran escala es la mayor amenaza que se cierne sobre los
trabajadores. La OIT pronostica 20 millones de nuevos de parados en el mundo, lo que
elevaría este flagelo al peor nivel desde los 80. Lo más aterrador es la velocidad que
adquiere la destrucción de empleos.
Desde hace décadas no se observaba en Estados Unidos la eliminación de 533 mil
puestos de trabajo en un solo mes (noviembre pasado). Para los 30 países más
desarrollados, la OCDE anticipa tasas de desempleo de 5,6% (2008), 6,9% (2009) y
7,2% (2010). En Estados Unidos ya se registra un 6,7% y en la Euro-zona 7,7%. Otros
economistas consideran factible la irrupción próxima de una desocupación de dos
dígitos.
Este sombrío panorama no impide a muchos analistas estimar que el
“capitalismo tendrá capacidad para sobrevivir a la crisis”30. Estas caracterizaciones -
formuladas desde ópticas progresistas- padecen una esquizofrénica disociación entre
diagnósticos y pronósticos. Despotrican contra el sistema, denuncian los auxilios a los
banqueros y repudian las agresiones contra los trabajadores. Pero descartan la
30Vilas Carlos “Confusiones y auto-engaños”, Página 12, 3-11-08. En la misma línea de reflexión otros
autores estiman que el “sistema mundial seguirá siendo capitalista y no estará en juego la posibilidad de
derrocarlo”, Tumini Humberto, “Capitalismo mundial: derrumbe o nueva etapa”,
libresdelsur.org.ar/spip.php, 9-2-08.
19
posibilidad de una resistencia popular que termine confrontando abiertamente con el
capitalismo. Siempre resaltan la “inexistencia de condiciones” para que “alguien desafíe
al sistema”.
¿Pero cuál es el fundamento de semejante fatalismo? No es suficiente afirmar
que en el pasado el capitalismo logró capear temporales semejantes. Esa rutina de la
historia ha sido reiteradamente quebrantada por acontecimientos imprevistos.
Suponer que “otro modelo” del mismo sistema inevitablemente sobrevendrá,
para enmendar los excesos del neoliberalismo es la tranquilizadora creencia que
propaga la ideología predominante. Al reproducir sin crítica este mismo supuesto se da
por sentado el triunfo de los dominadores. En realidad, ninguna batalla está perdida de
antemano. Solo hay garantía de padecimientos si se abandona la lucha.
Las condiciones para confrontar con el capitalismo nunca han preexistido a la
crisis. Se forjan y maduran en el desarrollo de esas turbulencias. En la coyuntura actual
este proceso recién comienza, será largo y nadie sabe como concluirá. Todo depende de
la reacción, organización y programa que adopten las masas.
Hasta ahora prevalece el aturdimiento. El colapso financiero ha sacudido a la
población de las economías avanzadas, que suele identificar esas debacles con los
desajustes del Tercer Mundo. La llegada del tsunami al centro del capitalismo ha creado
un desconcierto que comienza a traducirse en protestas sociales.
La primera rebelión de importancia se ha verificado en Grecia y presenta cierto
parentesco con el 68 francés. Esta revuelta podría marcar la pauta del próximo período.
La reacción estudiantil contra la represión policial de un gobierno derechista
desencadenó huelgas y marchas masivas de gran impacto continental. También en
España e Italia hay movilizaciones educativas que tienden a empalmar con la lucha
obrera.
La combatividad de la juventud -que padece en mayor grado el desempleo y la
precariedad laboral- puede ser el termómetro de la batalla en ciernes. A un nivel mucho
más embrionario se ha registrado en Estados Unidos, el simbólico triunfo de los
trabajadores que ocuparon una fábrica (Republic Windows) en defensa de sus ingresos.
¿Estos indicios anuncian un cambio de etapa en la acción popular?
Por primera vez en décadas, la crisis del capitalismo se procesa en el centro del
sistema y pondrá a prueba a una nueva generación de trabajadores. Su reacción es la
principal incógnita de un período signado por la turbulencia, los virajes y los
imprevistos.
30-12-08

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El coordinador.
Cordoba
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