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19 y 20 de diciembre de 2001.-



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martes, 17 de agosto de 2010

ECONOMIA : JAMES K GALBRAITH

07-06-2010



En defensa del déficit público


James K. Galbraith
The Nation


Traducido para Rebelión por Juan Agulló




La Comisión Simpson-Bowles1, amparada en las farisaicas enaguas de la reducción del déficit público, acaba de declarar –por boca de su Presidente- que propondrá recortes a la Seguridad Social. (Quizás, para rememorar su ecológico pasado, el ex Senador Alan Simpson se da a la prometeica tarea de podar la Seguridad Social). La congelación del gasto público por parte de Obama constituye otro sacrificio simbólico a los dioses del déficit. La mayoría de los observadores cree que la referida decisión no tiene vuelta atrás pero, ¿qué ocurriría si la tuviera? La respuesta es que una reducción demasiado grande del déficit público puede destruir la economía (o lo que queda de ella) y conducirnos, en un par de años, a una Gran Depresión.

Precisamente por eso la fobia al déficit que predomina en Wall Street, en la prensa, entre algunos economistas y prácticamente, entre todos los políticos es, en realidad, uno de los mayores peligros al que nos enfrentamos actualmente. No se trata, tan sólo, de los pensionistas: ¡todos estamos amenazados! De hecho recortar el déficit público sin reconstruir, previamente, el engranaje del crédito privado es un camino, casi seguro, a la estagnación, a la recesión e incluso a una posible Gran Depresión. Asimismo, obsesionarse demasiado en garantizar recortes del déficit público a largo plazo, también puede contribuir a obstruir aquello que es necesario hacer para reestablecer un crecimiento fuerte y una recuperación del empleo.

Dicho crudamente: sólo hay dos maneras posibles de lograr crecimiento económico a largo, generando déficit público o concediendo préstamos bancarios. Los Gobiernos y los bancos son, de hecho, las dos únicas instituciones con poder para crear algo de la nada. Si de lo que se trata es de aumentar la capacidad de inversión, necesariamente, uno de esos dos grandes motores financieros tiene que ponerse en marcha.

Para el ciudadano de a pie el déficit público es, pese a su mala reputación, mucha mejor idea que los préstamos privados. De hecho es una forma de que el dinero llegue –limpio de polvo y paja- a sus bolsillos, listo para empezar a gastar cuando quiera y en lo que quiera… incluso, para saldar sus deudas. Eso es lo que, técnicamente hablando, se llama un “aumento del patrimonio financiero líquido”. Para la gente de la calle eso es bueno pero para los bancos no, porque no ganan nada...

Y eso es, precisamente, lo que explica las fobias clásicas de las bolsas, de las grandes empresas y de los economistas de derechas. A los banqueros no les gusta nada el déficit fiscal porque compite con los préstamos bancarios como fuente de crecimiento. Cuando un banco presta, sus ganancias también lo hacen porque hay intereses que alguien tiene que pagar e incluso, si la deuda no puede ser saldada, puede terminar habiendo un activo financiero –en forma de inmueble, fábrica o empresa- del que se terminará apropiando el banco. Aparentemente sencillo ¿verdad?

Pues no tanto, porque aunque todo esto debería resultar evidente, suele permanecer opaco. Y suele permanecer opaco porque legiones de esbirros de Wall Street –coordinados, sobre todo, por la Fundación Peter Peterson pero también por el ex Contralor General David Walker; el ala derecha del Partido Demócrata, con Robert Rubin a la cabeza y numerosas iniciativas “bipartidistas”, como la Coalición Concordia o el Comité para un Presupuesto Federal Responsable- trabajan arduamente para generar la mayor confusión pública posible en estos asuntos. De hecho, todos esos irresponsables no expresan, jamás, la más mínima autocrítica por la crisis financiera que se originó en Wall Street y les estalló en sus narices. Al contrario, ellos siempre advierten -con un cinismo impresionante- que los Gobiernos podrían ser generadores de “subprimes” y de “Pirámides Ponzi” [NDT: timos], cosas que no son ciertas.

Ésas son, también, las persona a las que les encanta la vieja cantinela de que la Seguridad Social está en “bancarrota” o aquella otra de que la “pesada carga” del déficit público “la terminarán pagando nuestros nietos” o decir que “estamos endeudados hasta las orejas”. Todas esas idioteces no son más que parte de una de las mayores campañas de desinformación de todos los tiempos.

Dicha campaña se fundamenta en lo que muchos llaman “sentido común”. De hecho es fácil vender como “sabiduría casera” que los Gobiernos no pueden, como las familias, “vivir por encima de sus posibilidades”. El problema es que los Gobiernos no son como las familias: éstas últimas dependen de las rentas para saldar sus deudas, y los Gobiernos no.

Además, en el peor de los casos, los deudores privados pueden quebrar: la bancarrota es una protección que brindan las sociedades civilizadas como alternativa al sistema penitenciario. La otra es que, si se trata de hipotecas, los deudores pueden hacer entrega de los bienes que no han podido pagar y punto.

En el caso de los Gobiernos no hay riesgo de impago. Por eso gastan dinero (y pagan intereses) sin importarles demasiado. Lo curioso es que, a diferencia de los deudores privados, no necesitan liquidez. Como le gusta subrayar al agudo economista Warren Mosler, el funcionario de Hacienda que firma los cheques de la Seguridad Social no sabe quién es y mucho menos conoce el teléfono del colega que recaudó esos impuestos. De hecho si usted, de repente, desea pagar sus propios impuestos en dinero contante y sonante, el Gobierno de turno le dará un recibo y ya le cobrará. Como es la fuente de dinero, siempre está ahí.

Quizás por eso los Gobiernos gastan impunemente. Se trata, además, de gastos sin costo ya que la inflación se puede eliminar, por ejemplo, vía depreciación de la moneda nacional. El gasto suntuario –por ejemplo, en aventuras militares innecesarias- seca las fuentes reales de recursos pero lo bueno es que ningún Gobierno puede quebrar jamás en la moneda que él mismo controla. Las moratorias de deuda ocurren, solamente, cuando los Gobiernos que las decretan no controlan la moneda en la que se endeudan –como Argentina, que tenía deuda en dólares o ahora Grecia que, aunque todavía no ha decretado una moratoria de pagos, debe en euros. Sea como fuere, cuando la soberanía es un hecho real, la bancarrota es un hecho irrelevante. Cuando Obama afirma, inopinadamente, que Estados Unidos “no tiene dinero”, dice algo sin sentido y por ende peligroso: me pregunto si él mismo se lo cree.

Tampoco es cierto que el déficit público sea una herencia envenenada para las generaciones venideras. De hecho, más bien, nunca termina de pagarse ni se terminará de hacerlo. Las deudas personales se son contraídas durante la vida del deudor o incluso a su muerte pero son difícilmente heredadas. El déficit público, por el contrario, siempre está ahí porque los Gobiernos nunca mueren y aún en el improbable caso de que lo hicieran (como consecuencia de una guerra o de una revolución) nadie heredaría ese fardo.

El déficit público siempre aumenta. Estados Unidos siempre ha tenido –salvo en seis cortas ocasiones seguidas, todas ellas, de recesión- presupuestos deficitarios. Ello, lejos de suponer una pesada carga, ha constituido la espoleta del crecimiento económico. Los títulos de deuda pública, a diferencia del endeudamiento privado –que únicamente transfiere rentas de una parte del sector privado a otra- alimentan la liquidez de las empresas.

Los que son una amenaza para la solvencia son los intereses. Una reciente proyección del Centro de Presupuesto y Prioridades Políticas –basada en simples declaraciones de la Oficina Presupuestaria del Congreso (que es un gabinete encargado de realizar análisis presupuestarios para el Congreso de Estados Unidos)- afirma que el pago de intereses de la deuda pública frisará el 15% del PIB en 2050, lo que supondría un déficit total de, aproximadamente, un 300%. El problema es que eso es, sencillamente, imposible. Si los intereses se pagasen a personas que lo más lógico es que gastasen en bienes y servicios generadores de empleo, entonces estaríamos hablando de una forma de gasto público como otra cualquiera. Pagos de intereses de esa categoría afectarían a la economía tanto como la movilización para la Segunda Guerra Mundial. Lo más irónico del asunto es que, mucho antes de llegar a esos extremos, alcanzaríamos pleno empleo con una inflación creciente que dispararía el crecimiento económico y estabilizaría la deuda. Lo que en ese improbable caso probablemente haría la Reserva Federal sería garantizar el pago de intereses manteniendo los tipos de interés a corto a precios muy bajos.

¿Y qué decir de los extranjeros? ¿Acaso es cierto que nos hacen un favor comprándonos títulos de deuda? Para hacer eso China, por ejemplo, tiene que vendernos bienes sin que nosotros [NDT: Estados Unidos] podamos venderles nada a cambio. Eso supone un esfuerzo para China; un esfuerzo que Pekín está dispuesto a realizar porque tiene razones para ello: exportar productos industrializados promueve la formación de la fuerza de trabajo, las transferencias de tecnología y mejora de la calidad de los productos manufacturados. Todo esto activa, además, la generación de empleo. Pero esas son cosas de los chinos.

Para China los títulos de deuda son una especie de tesoro sin valor. Pekín no puede hacer gran cosa con ellos. China ya importa todas las materias primas, maquinaria y aeronaves que puede utilizar y si quisiera más, compraría más. Entonces, a menos que Pekín decida cambiar su política de exportación, su stock de títulos de deuda estadounidense seguirá creciendo… y nosotros [NDT: Estados Unidos] vamos a seguir pagando los intereses que esos títulos generan, pero no con un esfuerzo real, sino digitando números en ordenadores… y eso no cuesta nada: ni ahora ni nunca. (Si los chinos acumulasen los intereses, podrían ayudarnos a crear empleo. Así que el hecho de comprar muchos bienes a los chinos implica que tendremos que ser muy imaginativos y audaces si lo que realmente deseamos es crear todo el empleo que necesitamos). Una última cuestión ¿China podría vender sus dólares? En principio podría hacerlo comprando, por ejemplo, deuda griega (lo que revalorizaría el euro frente al dólar). Lo que ocurre es que, si se reflexiona bien, no da la impresión de que a ningún burócrata chino eso le parezca una buena idea.

Lo que es cierto para el Gobierno como un todo, también lo es para sus partes. Lo es, por ejemplo, para la Seguridad Social, que ni puede declararse en quiebra ni dejar de pagar por las buenas, salvo que el Congreso decida –o digamos mejor, que el Congreso, siguiendo las recomendaciones de la Comisión Simpson-Bowles- decida cerrar el grifo. El argumento que vincula la viabilidad de la Seguridad Social a una supuesta curva descendente de las cotizaciones sociales es definitivamente falaz y tiene motivaciones políticas de fondo. Ese planteamiento es una farsa. El primero en emplearlo fue Franklin Delano Roosevelt quien, así, pretendía proteger a la Seguridad Social de los intentos de recorte. Paradójicamente, su argumento terminó sirviendo para todo lo contrario: ahora se ha convertido en una recurrente forma de generar ansiedad y en el mejor argumento para evitar la expansión universal del sistema de Seguridad Social.

La Seguridad Social es un programa público que se financia a partir de las cotizaciones. Promueve, por consiguiente, la circulación de recursos en un lapso determinado de tiempo. La principal circulación no va, como suele creerse, del joven hacia el mayor puesto que incluso si la Seguridad Social no existiera alguien se ocuparía de los ancianos. Lo que suele argumentarse, de hecho ocurría, más bien, antiguamente: los más jóvenes se ocupaban de sus mayores. Desde que la Seguridad Social existe eso ya no es igual: la transferencia real, efectiva, se da de los padres que tienen hijos hacia los que no los tienen y de los jóvenes cuyos progenitores han fallecido hacia los padres que no tienen descendencia. En ambos casos se trata de una distribución equitativa, progresiva y sobre todo sostenible. Es cierto que hay un problema con el coste de la asistencia médica pero, también, que ese no es un problema de la Seguridad Social. No es algo que, por consiguiente, deba resolverse a través de recortes en la asistencia sanitaria, precisamente porque, si por algo se caracteriza la asistencia sanitaria pública es por su bajo coste. Ése es precisamente el problema que explica que la Seguridad Social sea odiada, desde hace décadas, por los peores depredadores de Wall Street.

El déficit público y el endeudamiento están interconectados. El endeudamiento contribuye, de hecho, a la reducción del déficit. Eso es lo que ocurrió durante toda la década de los 90. Un colapso en el crédito genera, sin embargo, mayores gastos e impagos: eso es lo que está ocurriendo ahora. Como los bancos no pueden prestar el déficit aumenta. El único problema es hacia dónde se orienta ese déficit: ¿hacia inversiones productivas que reconstruyen el país -como durante el New Deal- o hacia acumulaciones improductivas de capital, en un clima de inseguridad y de desempleo, que más bien podrían estar siendo invertidas en la generación de empleo?

Si se pudieran revivir los endeudamientos, ¿sería bueno volver a endeudarse? Siempre que haya buenas razones, por qué no. Los Gobiernos suelen estar, por definición, burocratizados y tener pesadas conducciones políticas. Operan, fundamentalmente, en los ámbitos del derecho y de la regulación. Los bancos privados, por el contrario, al estar descentralizados y ser competitivos, suelen tener mucha mayor flexibilidad. Un buen sistema bancario conducido por gente competente, con buen criterio para los negocios y que conozca a su clientela, es bueno para cualquier economía. El hecho de que usted tenga que pagar los intereses que genera una deuda también puede constituir un elemento de motivación para seguir invirtiendo.

El problema es que actualmente no existe ese tipo de banco. Lo que hay es un cártel dirigido por una plutocracia incompetente cuyos tentáculos llegan hasta las faltriqueras de los Estados. Para que un crédito tenga retorn hay que descontar las deudas impagables, que ahora se han convertido en exorbitantes; restaurar la renta privada (creando empleo) y el sistema de garantía (o sea, el valor de los bienes inmuebles) pero, sobre todo, hay que reestructurar el sistema financiero. Hay que intervenir los bancos, combatir el fraude, generar incentivos para préstamos orientados al ahorro energético, a la construcción de infraestructuras y a otros sectores [productivos estratégicos]. Una posibilidad alternativa es promover la creación de un sistema bancario nuevo y paralelo, que es lo que se hizo durante el New Deal [NDT: en Estados Unidos] con la banca pública e incluso, con las promociones sociales de vivienda protegida (Fannie Mae y Freddie Mac [NDT: los dos bancos de inversión en los que se originó la crisis financiera actual] salieron de ahí)…

De todos modos, hasta que no se emprenda una reforma financiera seria, el déficit presupuestario es la única manera de recuperar la senda del crecimiento económico. No es necesario que éste sea de su agrado; simplemente usted tiene que ser consciente de que hace falta para recuperar el crecimiento y el empleo y de que, además, va a hacer falta durante mucho tiempo: por lo menos, hasta que se diseñe un plan estratégico de inversiones en energía y en medio ambiente parcialmente financiado por un sector financiero reformado, restaurado y disciplinado.

Pero más allá de mis impresiones y deseos personales es muy posible que la actual histeria imperante -en relación con el déficit público- no sea más que una cortina de humo orientada a desviar la atención de las disfunciones estructurales que caracterizan al actual sistema bancario: sería la única forma de detener una reforma financiera. Si ese fuera el caso, lo que yo me preguntaría es si eso es intrínsecamente bueno. Porque puede serlo pero también puede no serlo…



James K. Galbraith (autor de The Predator State: How Conservatives Abandoned the Free Market e Why Liberals Should Too, Free Press, 2008) es profesor en la Escuela de Administración Pública de la Universidad de Texas y Consejero Académico del Instituto de Economía Levy.

Fuente: http://www.thenation.com/article/defense-deficits

rCR




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Portada :: Economía
07-06-2010



Los halcones del déficit han tomado el control del G20


Paul Krugman
krugman.blogs.nytimes.com




“Los países enfrentados a serios desafíos fiscales necesitan acelerar el ritmo de consolidación”; y se añade: “Saludamos los recientes anuncios de algunos países en el sentido de reducir sus déficits en 2010 y robustecer su marco y sus instituciones fiscales”

Esas palabras contrastan vivamente con el anterior comunicado del G20 de fines de abril, que llamaba a mantener el apoyo fiscal “hasta que la recuperación esté firmemente impulsada por el sector privado y se haya llegado a echar más raíces”.

Es de todo punto increíble que eso ocurra con un desempleo todavía al alza en la eurozona, y con sólo unos débiles indicios de progresos en el mercado de trabajo estadounidense.

¿No necesitamos preocuparnos por la deuda pública? Sí; pero abandonar el gasto público cuando la economía está todavía profundamente deprimida es, además de extremadamente costoso, una forma bastante ineficaz de reducir la deuda futura. Costoso, porque deprime más a la economía; ineficaz, porque, deprimiendo a la economía, la contracción fiscal resultante reducirá la recaudación impositiva. Una estimación aproximada ahora mismo es que recortar el gasto en un 1% del PIB incrementa la tasa de desempleo en un 0,75% (en comparación con lo que ocurriría de otro modo) y, sin embargo, reduce la deuda futura en menos de un 0,5% del PIB.

Lo manifiestamente correcto es hacer cosas que reduzcan el gasto y/o incrementen el ingreso luego de que la economía se haya recuperado, y en particular, esperar a que la economía sea lo bastante fuerte como para que la política monetaria pueda compensar los efectos contractivos de la austeridad fiscal. Pero no: los halcones del déficit quieren sus recortes mientras las tasas de desempleo se hallan todavía a niveles récord y la política monetaria aún se halla en apuros frente a aumentos de precios rayanos en el cero.

Pero ¿qué hay de Grecia y todo eso? Fíjense, los problemas de deuda soberana los padecen países que se enfrentan a un problema muy específico: forman parte de la zona euro, Y están sobrevalorados gracias a los enormes flujos de entrada de capitales que experimentaron en los buenos tiempos; resultado de lo cual es que ahora experimentan años de terrible deflación. Los países que no se hallan en esa situación no se enfrentan a ninguna presión de los mercados para proceder a recortes inmediatos; esta misma mañana, los bonos a 10 años rendían un 3,51 en Gran Bretaña, un 3,21 en los EEUU y un 1,27 en Japón.

Sin embargo, la sabiduría ahora convencional dice que esos países deben, a pesar de todo, proceder a recortes: no porque los mercados lo estén exigiendo, no porque eso vaya a tener algún impacto apreciable en las perspectivas fiscales a largo plazo, sino porque piensan que, aun si no deberían hacerlo, los mercados podrían llegar a exigirlo en el futuro.

Una locura manifiesta que adopta la pose de la sabiduría. Increíble.

Paul Krugman es profesor de economía en Princeton. Fue Premio Nobel de en 2008.

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3384




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Portada :: Mundo
07-06-2010



Algunos intentan cerrar en falso la crisis en Tailandia


Txente Rekondo
Rebelión




Las imágenes y las noticias que durante el mes de mayo hemos recibido desde Tailandia han echado por tierra buena parte de la propaganda oficial sobre aquel país asiático y sobre toda una serie de tópicos que buena parte de la población en Occidente se ha venido forjando sobre el mismo.

Si en ocasiones la realidad tailandesa ha estado ligada a determinados escándalos de turismo sexual y abusos de menores, la mayor parte de las noticias se centraban en difundir la imagen del "país de la sonrisa", sustentada en la importante presencia del budismo y donde "la armonía se impone gracias al la benevolencia del palacio real y a la generosidad de los grandes empresarios". La docilidad y la predisposición de las clases sociales más desfavorecidas completan ese cuadro idílico que se nos vende de Tailandia.

Sin embargo las cosas parecen que están cambiando y se está rompiendo ese supuesto pacto social que ha permitido que la mayoría de la población tailandesa haya sido apartada durante décadas de todos los centros de poder. La exclusión social, la marginación económica y la privación de derechos políticos han sido los verdaderos soportes de ese falso paraíso asiático.

Cada vez es más evidente el vacío que separa al mundo rural y a los más pobres de las ciudades de las élites del statu quo que durante tanto tiempo han manejado las riendas políticas y económicas del país, y directamente relacionado con esa realidad objetiva, no debe extrañarnos que al mismo tiempo cada día que pasa aumenten también las voces y el número de tailandeses que rechazan las injusticias sobre las que se asienta el sistema.

Cuando a mediados de marzo se pusieron en marcha los primeros movimientos de esta última crisis eran muchos los que mostraban en Tailandia su rechazo a toda una serie de acontecimientos que han venido condicionando la vida del país durante estos años. La toma claramente partidista del Tribunal Constitucional en 2001, el golpe de Estado del 2006, la persecución posterior durante 2008 de los partidos políticos ligados al depuesto Thaksin y de los gobiernos de éstos han venido acumulando la frustración y la ira de esos amplios sectores tailandeses que claman por el final de un sistema que claramente no les representa.

Y si desde algunos medios occidentales se han querido presentar los enfrentamientos como el posicionamiento de unos y otros en torno a la figura de Thaksin, lo cierto es que en las semanas que ha durado la ocupación de los distritos comerciales de Bangkok por parte de los denominados "Camisas Rojas", las demandas habían superado claramente esas informaciones, y los eslóganes y pancartas apenas hacían ya referencia al exiliado político tailandés, y mostraban una apuesta decidida por superar el statu quo de Tailandia.

El pacto social a la tailandesa estaba sustentado en cuatro sectores. El palacio real, donde una de las monarquías más ricas del mundo sigue amasando su fortuna a costa de la mayor parte de la población, y sobre todo gracias a su participación en la mayoría de los sectores económicos tailandeses y en las principales empresa de éstos; la clase empresarial, dispuesta a permitir en enriquecimiento real y de paso aumentar sus beneficios; el ejército, que asegura y respalda los privilegios reales y que si por ley deberían estar subordinados al poder civil, su sumisión al palacio es absoluta; y finalmente las clases más desfavorecidas, que hasta hace poco se han mostrado dóciles y han permitido que los otros tres sectores sean los verdaderos beneficiarios de ese acuerdo no escrito.

En este diseño tailandés también han tenido su importancia los actores extranjeros. Los aliados occidentales de Tailandia han permitido esa realidad en pago a los servicios y apoyos que los dirigentes tailandeses les han venido prestando durante muchos decenios. El apoyo a EEUU durante los conflictos en Vietnam, Laos o Camboya; la brutal represión contra los movimientos progresistas del país, los desplazamientos de miles de personas para servir a las tropas extranjeras caracterizaron la política tailandesa durante la Guerra Fría.

Los sucesivos golpes de Estado no fueron impedimento para que Bangkok acogiera cada vez más "personal de organizaciones internacionales, ONG y agencias de prensa", todos ellos manteniendo una misma política de respeto y tolerancia con los abusos del sistema y de la monarquía tailandesa. Los abusos a los derechos humanos de las minorías y a las fuerzas de izquierda, los golpes, la marginación social han sido parte de este sistema antidemocrático que ha contado con el aval occidental.

Esa conjunción de intereses de las élites locales y sus aliados extranjeros han convertido Tailandia en un lugar donde los intereses coloniales en la región han salido reforzados, combinado además con un régimen cuasi feudal que ha mantenido postrada y dominada a la mayor parte de la población. Y como señala un analista local, todo ello para beneficio "de las élites dominantes, para confort de los extranjeros, de los representantes de empresas extranjeras, para el turismo sexual y para una prensa servil, y sobre todo, a costa de la degradación de la mayoría de la sociedad tailandesa".

Tras los acontecimientos de estas semanas las cosas han podido adquirir un rumbo muy diferente. Y a pesar de que para algunos se ha cerrado la crisis tailandesa, lo cierto es que como ya ha ocurrido en el pasado, las revueltas populares han sido aplastadas, pero tras cada derrota, las fuerzas que abogan por la transformación social en el país han surgido con más fuerza, con una mayor articulación organizativa y con mayor apoyo popular.

A día de hoy Tailandia es un país inmerso en importantes divisiones estructurales. La más que evidente división social (entre los que hasta ahora se han apropiado de todas las riquezas y los que han sido marginados de todo centro de poder y decisión), las divisiones entre el ejército (también dentro del mismo) y las fuerzas policiales (no hay que olvidar que Thaksin fue oficial de las mismas y que éstas siempre han sido consideradas por el ejército como de "segunda clase"), las divisiones regionales (la mayoría de las fuerzas políticas se han creado en torno a apoyos locales, con importantes desequilibrios en su representación a nivel estatal), son algunas de las severas grietas que pueden hacer tambalear las estructuras tailandesas.

La polarización del país va en aumento y el futuro se presenta cada vez más incierto. El objetivo de las recientes protestas es el propio sistema, como ha señalado algún observador, nos encontramos "con una dura pugna entre lo viejo y lo nuevo", entre mantener el statu quo o lograr una profunda transformación que ponga fina a decenios de marginación contra la mayoría de tailandeses.

Las divisiones dentro del ejército, la sucesión del actual monarca (que no atraviesa por un buen estado de salud, lo que unido a su edad da pie a conjeturas sobre su relevo y cuyo hijo, candidato al mismo, no contaría con el apoyo que cuenta el actual rey), los movimientos secesionistas del sur, o la reacción de la oposición política "ilegalizada" y de los sectores populares tras la brutal represión gubernamental, son otros aspectos que colocan el futuro de Tailandia en una difícil tesitura y tal vez abran las puertas a la crisis definitiva del actual sistema tailandés.

Txente Rekondo. Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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07-06-2010



Europa
La crisis en su laberinto


Eduardo Lucita
Rebelión




La crisis avanza en Europa sin solución de continuidad. Lo que pareció un respiro, cuando el salvataje de Grecia y el blindaje para la eurozona, fue apenas un suspiro. Ningún país es ya ajeno, crecen las diferencias entre los líderes y el sueño de la integración está cuando menos entre paréntesis.
Como imitando la expansión de la mancha de petróleo en el golfo de México que ya amenaza a sus playas y por ende al negocio turístico, la crisis europea se propaga y profundiza rápidamente. Es difícil pensar que tamaña crisis en la región, que explica el 25 por ciento de la economía mundial, no replique en otras latitudes como EEUU, la China y el sudeste asiático o incluso en América latina.

La maraña de los préstamos

Quince días atrás, desde esta misma columna, señalábamos que la deuda pública europea es hoy un 25 por ciento mayor de lo que era en el 2005 y que los préstamos por miles de millones de euros iban de un país a otro en una verdadera maraña. Los países más débiles son grandes deudores de los más desarrollados de la eurozona.

Merced a un informe del Bank for Internacional Settlements publicado por The New York Times, conocemos ahora mayores detalles de esos flujos de préstamos, que conviene reproducir a pesar de lo tedioso de las cifras, porque permiten entender porqué la bancarrota de un país arrastraría a los otros.

En miles de millones de dólares, España le debe a Alemania unos 238; a Francia 220; a Gran Bretaña 114; a Portugal 28 y a Italia 31. Italia le debe a Francia 500; a Alemania 190, a Gran Bretaña 77 y a España 47. Portugal a España 86; a Gran Bretaña 24; a Francia 45 y a Alemania 47. Irlanda a Gran Bretaña 188; a Alemania 184 y a Francia 60; Grecia a Francia 75; a Alemania 45 y a Gran Bretaña 15.

La deuda pública europea se estima del orden de los 8 billones de euros (algo más de 10 billones de dólares). Los principales acreedores, como muestra el párrafo anterior, son Alemania, Francia y Gran Bretaña. Sin embargo no son los Estados quiénes detentan esas acreencias sino los bancos alemanes, franceses e ingleses que tienen en sus carteras bonos por 500.000, 400.000 y 350.000 millones de euros respectivamente, emitidos por los cinco países de la periferia europea.

Sin embargo los fondos para el salvataje griego y el blindaje europeo los han aportado los Estados (esto es dinero público) para auxiliar a otros Estados para que estos a su vez… les paguen a los bancos (capital privado) de los países prestadores. Esto es como con el derrame petrolero que no pueden frenar pero siguen vigentes las exploraciones marinas, aquí fracasan en frenar la crisis, pero avanzan por el camino que los llevó a ella, endeudándose para salvar a los bancos. Conclusión: se enfrenta la deuda pública con más deuda pública.

La carrera por el ajuste

Frente a esto los gobiernos, presionados por Alemania el BCE y el FMI, no han encontrado mejor alternativa que descargar el enorme esfuerzo que significa hacerse cargo de las deudas sobre los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas. Y de paso llevarse por delante lo que queda de las redes sociales heredadas del Estado del Bienestar.

Así los 16 países que componen la Eurozona han sido empujados a una carrera enloquecida por ajustar sus cuentas públicas. Buscan avanzar en el equilibrio fiscal tendiendo como objetivo retornar al tope de 3% de déficit fiscal impuesto por los Acuerdos de Maastrich.

Algunas estimaciones indican que el monto involucrado en este ajuste ronda los 300.000 millones de euros. Al tope de estos recortes está la Gran Bretaña que con un déficit del 12 por ciento de su PBI deberá reducir su gasto estatal en 106 mil millones. Le sigue Francia, déficit del 8 por ciento, deberá recortar 90 mil millones, luego España, déficit del 12 por ciento, 67 mil millones, Italia, déficit 9 por ciento, 38 mil y Grecia, déficit del 13 por ciento, 14 mil millones.

Como ya se ha comentado desde esta columna la Comisión Europea, está dispuesta a controlar los presupuestos anuales de los países miembros para que esos recortes se cumplan. Los gobiernos deberán contar con la aprobación del grupo de ministros antes de enviar los proyectos presupuestarios al parlamento. Los países que con el euro ya han perdido soberanía monetaria ahora verán limitados sus derechos a elaborar sus presupuestos según las necesidades e intereses de cada uno de ellos. En paralelo la misma CE está impulsando la creación de un Fondo Preventivo de Quiebras Bancarias” financiado por los propios bancos, confirmando así que la crisis de la deuda en Europa no esta conjurada y que esperan nuevos remezones.



Subordinación de la política

Así la crisis no solo se abate sobre los gobiernos que se verán enfrentados a fuertes crisis sociales sino que cuestiona las autonomías nacionales y pone en riesgo de disolución el proyecto político integracionista de mercado más ambicioso de la historia. Cada uno de principales países de la UE hace su propio juego y la política queda subordinada a los intereses del capital financiero. Alemania que ingresó a la UE con una estricta política fiscal y la solidez de su antigua moneda, el marco alemán, solo accedió a financiar a otros países ante la evidencia de que el euro estaba en peligro, pero es claro que prioriza la estabilidad macroeconómica y la fortaleza de la moneda común a cualquier otra medida. Francia el principal impulsor de la integración regional busca preservar la UE y el euro, pero esta presa de una contradicción: no puede prescindir de su alianza con Alemania, pero al mismo tiempo no puede someterse a sus políticas fiscales duras a costa de una crisis social de proporciones. Por su parte Gran Bretaña, un integrante tardío de la UE que esta fuera del euro, necesita sostener su vieja alianza con los EEUU (en ultima instancia este será garante de la esterlina) pero la contrapartida es continuar siendo la cabecera de playa en Europa del imperio americano.

Tormentas en el horizonte

Una vez más queda expuesta la falta de unidad política en la UE, unidad necesaria para aplicar en forma coordinada los recortes fiscales que parecen poco viables por más controles de la CE y evitar que algún país finalmente declare que no puede pagar la deuda.

Según el Secretario General de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) las medidas de austeridad adoptadas “…reducen el crecimiento y minan el consumo, agravan el desempleo, afectan a la capacidad productiva y, en fin, deprimen los ingresos fiscales y sociales que se hundieron". En otras palabras profundizaran la ralentización actual de la economía y llevarán a una recesión de larga duración en un horizonte de crisis social y políticas en la región. En España la CGT a convocado a una huelga general de empleados públicos y a una jornada de lucha para el 8 de este mes, se suman así a las huelgas y manifestaciones que estan ocurriendo en Portugal, Italia y Francia. Mientras tanto la CES, integrada por 82 confederaciones nacionales de sindicatos pertenecientes a un total de 36 países europeos, esta discutiendo esta semana la posibilidad de una huelga general europea.

La reacción social viene con demoras, pero parece estar llegando. De ella depende el futuro de muchos.

* integrante del colectivo EDI- Economistas de Izquierda.





Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.




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