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19 y 20 de diciembre de 2001.-



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martes, 3 de febrero de 2009

Jacques Derrida: EUROPA de la ESPERANZA.

Una Europa de la esperanza
Filósofo y escritor, Jacques Derrida, fallecido el 9 de octubre pasado, siempre ancló su reflexión en las cuestiones contemporáneas, lo cual le valió múltiples críticas. Su compromiso público lo llevó, el 8 de mayo de 2004, al escenario del Palacio de los Deportes de París, donde Le Monde diplomatique celebraba sus 50 años rodeado de intelectuales y militantes de todos los continentes. Reproducimos a continuación el texto que pronunció en esas circunstancias excepcionales, una de sus últimas intervenciones públicas en Francia.

París, en Francia, hablando su idioma, y Francia en Europa. ¿Acaso los lugares que asumen y llevan ese nombre, acaso los lugares donde existen y se asumen una opinión pública y una responsabilidad política relativamente libres, acaso esos lugares pueden convertirse, sin presunciones, sin paradojas ni contradicciones, en fuentes de pensamiento, activas, irradiantes, de una altermundialización digna de ese nombre? A esta pregunta, mi hipótesis, mi esperanza, responderán "sí", ese "sí" que intentaré fundamentar.

Amigo fiel y lector agradecido de Le Monde diplomatique, quisiera rendir homenaje a la que considero la publicación, la aventura y la ambición periodística más notables de este medio siglo, es decir, de toda mi vida de adulto y de ciudadano. Y no sólo en París, Francia y Europa. A lo largo de estos cincuenta años transcurridos, innegable e irreversiblemente transcurridos, Le Monde diplomatique ha representado para mí el honor y el coraje de lo que fue, a través de una información objetiva y rigurosa, a menudo inhallable en otros lados, algo más que un modelo periodístico heredado del mejor pasado; simultáneamente, en el mismo movimiento, ha significado un llamado y una exhortación para el futuro.

Para el futuro del mundo, el de Francia y Europa desde luego, pero mucho más allá. La evocación, el reportaje, el análisis sin concesiones y sin "unilateralidad" de los hechos han sido la regla en Le Monde diplomatique, pero también, al mismo tiempo, el llamado a hacer lo que todavía no se ha hecho, lo que queda entonces por hacer. El llamado a afirmar, reafirmar, evaluar, decidir. No sólo es el pasado de este gran diario lo que quiero honrar, sino también lo que nos demanda, lo que exige de nosotros y del mundo para el futuro. Por eso, estas pocas palabras no sólo serán de reconocimiento y homenaje, sino también de deseos para el mañana.

He releído, en el primer número de mayo de 1954, la "Carta a nuestros lectores", firmada por la redacción del nuevo diario y en realidad, según todo lleva a suponerlo, escrita por el mismo Hubert Beuve-Méry 1.

Ahora bien, al leer este certificado de nacimiento pensaba que si un día debiera escribirse una historia analítica y exigente de este medio siglo de Le Monde diplomatique -tarea inmensa y necesaria para los historiadores del futuro- se percibiría en ella cierta fidelidad a los objetivos fundacionales fijados desde su origen. Y esto sin duda a través de múltiples desplazamientos, de vuelcos a veces audaces, incluso riesgosos, o expuestos a la discusión misma, cosa que afortunadamente puede seguir ocurriendo entre los amigos del diario. Esta fidelidad se ha mantenido a través de todos los equipos y las sucesivas direcciones.

Lo que cambió, quién podría negarlo, es el mundo, no el periódico, sino su gran homónimo, su referente desmesurado, el mundo mismo. El mundo se ha visto sacudido y agrietado y reconstruido por toda clase de sismos. Los conceptos y las formas de lo que aún ayer se denominaba el "mundo de la diplomacia" se alteraron radicalmente, pero Le Monde diplomatique no cambió, al menos en el espíritu, sus principios fundacionales, pero se ha altermundializado.

Releyendo, luego de la "Carta a nuestros lectores" de Beuve-Méry, el editorial "Resistir" que firma Ignacio Ramonet en el número de mayo de 2004, en nombre del diario, me pareció no sólo rico y denso, sino incluso exhaustivo en la brevedad de sus 38 "no" y sus 18 "sí". Y esto es realmente "el llamado a resistir".
Resistencias

Suscribo tanto los 38 "no" como los 18 "sí". Esto representa para mí, ya no un decálogo, sino una suerte de tabla de mandamientos, el credo o el acto de fe por la ética, el derecho y la justicia, por la política de nuestro tiempo y por el futuro de nuestro mundo. De inmediato diré por qué, en este día de aniversario, me veo tentado de privilegiar, en la urgencia política de nuestros días, al menos uno de esos "sí". Me atrevo a decir que yo, que un día declaré mi antiguo amor por la palabra "resistencia", al punto de elegirla -también en plural- como título de un libro 2. Yo, que desde hace décadas, y más explícitamente en Espectros de Marx en 1993, o en Cosmopolitas de todos los países,¡un esfuerzo más! en 1997, y en tantos otros lugares, abogué, no contra el cosmopolitismo de los ciudadanos del mundo, contra el que no tengo nada, por el contrario (pero que aún pertenece a una era de la teología política de la soberanía y el Estado territorializado); yo, que critiqué el uso abusivo e "instrumentalizante", el desvío ideológico y economicista que se hacía del léxico de la mundialización; yo, que abogué por una nueva Internacional, que luego de la denuncia de todos los males a los que hay que resistir, definí a lo largo de muchas páginas como "aquello que no sólo busca un nuevo derecho internacional a través de los crímenes, sino un vínculo de afinidad, sufrimiento y esperanza, un vínculo aún discreto (era 1993), casi secreto, pero cada vez más visible, un vínculo intempestivo y sin estatuto, sin título y sin nombre, apenas público (aunque sin ser clandestino), sin contrato, sin partido, sin patria, sin comunidad nacional, internacional antes, y a través y más allá de toda determinación nacional, sin co-ciudadanía, sin pertenencia común a una clase".

Quien escribía esto, hace más de diez años, no puede sino alegrarse de ver a Le Monde diplomatique convertirse, cada vez más, en un referente decisivo de los jóvenes movimientos altermundialistas. Por más heterogéneas y a veces confusas que puedan parecer aún estas nuevas agrupaciones altermundialistas, representan para mí la única fuerza viable y digna del futuro. Y eso contra el G-8 3, el Consenso de Washington, el mercado totalitario, el librecambio integral, el "póquer del mal": Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional (FMI), Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), Organización Mundial del Comercio (OMC). Contra lo que sucede hoy, y no podía dejar de suceder en Irak, según los planes desastrosos elaborados por Wolfowitz, Cheney y Rumsfeld, muy anteriores al 11 de septiembre. (Dicho sea de paso, un tal "Brussells' tribunal" que sigue la tradición del tribunal Russel, está llevando a cabo, según las mejores normas del derecho, una investigación y posterior juicio, que tendrá lugar en Estambul, sobre ese plan de hegemonía medio-oriental y mundial).

No creo que una revolución pueda derrotar próximamente a todas las superpotencias representadas por estas siniestras iniciales: FMI, OCDE, OMC, etc. Pero la creciente y constante presión de los movimientos populares y de las opiniones públicas altermundialistas las debilitarán y no dejarán de obligarlas -en alguna medida, ya lo hacen- a transformarse. Lo mismo ocurrirá con la ONU y su Consejo de Seguridad, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, sus vencedores y la Guerra Fría.

En su editorial de 1954, Beuve-Méry deslizaba al pasar una observación que podía entonces parecer convencional, e incluso patriótica, si no tradicionalista. Con vistas a la misión común que consiste "en trabajar por el desarrollo pacífico de las relaciones internacionales, París es la más indicada para la sede de este diario, y el francés su idioma". "Si bien, en efecto -agregaba- éste, el francés, perdió su monopolio de antaño en la vida diplomática, no deja de ser el idioma más difundido en estos sectores".

Cincuenta años más tarde, pienso: sin duda Le Monde diplomatique conserva su sede en París, y como primer idioma el francés; porque aun cuando se encuentra tan ampliamente internacionalizado y se lo considera en el mundo entero un diario de referencia fundamental, aun cuando se traduce a varios idiomas, conserva un anclaje parisino y francés evidente, que es en realidad un innegable arraigo europeo.

Lejos de constituir un límite galo-céntrico o euro-céntrico, creo -quisiera creer- que esto impone una interpretación, una toma de conciencia y un deber político que tenemos que analizar rigurosamente. No conozco ningún país en el mundo, ningún continente, no imagino ningún otro lugar donde un diario semejante pueda nacer, vivir, sobrevivir con esta libertad, esta exigencia y estas cualidades.

Esto nos obliga a asumir, en el mundo tal como es y tal como se anuncia, una responsabilidad francesa y europea irreemplazable en el movimiento altermundialista, entre la hegemonía estadounidense, el poder creciente de China y las teocracias árabes o musulmanas.

A mí no se me considera un filósofo eurocentrista. Desde hace cuarenta años, me acusan más bien de lo contrario. Pero creo que, sin ilusión y sin pretensión eurocéntricas, sin el menor nacionalismo europeo, incluso sin demasiada confianza en Europa tal cual es o parece estar construyéndose, debemos luchar por lo que representa ese nombre actualmente; con la memoria de las Luces, desde luego, pero también con la conciencia culpable y asumida de los crímenes totalitarios, genocidas y colonialistas del pasado.

Tenemos que luchar entonces por lo que Europa conserva de irreemplazable en el mundo por venir, para que se convierta en algo más que un mercado o una moneda única, algo más que un conglomerado neo-nacionalista, algo más que un nuevo ejército; aunque, en este punto, me veo tentado de pensar que necesita una potencia militar y una política exterior capaz de apoyar a una ONU transformada, con su sede en Europa, y con los medios para implementar sus resoluciones sin remitirse a los intereses o al oportunismo unilateral de la potencia tecno-económico-militar de Estados Unidos.

Desde este punto de vista, destacaría y privilegiaría en gran medida el decimotercero "sí" de las "Resistencias" propuestas por Ignacio Ramonet. Sí -dice él- a una Europa más social y menos mercantil. Un "sí" que yo desarrollaría en un "sí" a una Europa que sin contentarse con rivalizar con las superpotencias y sin por ello dejarles el campo libre, se convierta, en el espíritu al menos de su constitución y en su práctica política, en un motor de la altermundialización, su laboratorio, incluso, su poder de intervención, por ejemplo, en Irak o en el conflicto palestino-israelí.

Una Europa que muestre el ejemplo de lo que pueden ser una política, una reflexión y una ética herederas de las Luces pasadas y portadoras de las Luces futuras, capaz de discernimientos no binarios.

Una Europa donde pueda criticarse la política israelí, y especialmente la de Sharon y Bush, sin ser acusado de antisemitismo o de judeofobia.

Una Europa donde puedan apoyarse las aspiraciones legítimas del pueblo palestino a recuperar sus derechos, su tierra y un Estado, sin por eso aprobar los atentados suicidas y la propaganda antisemita que tiende muy a menudo -demasiado a menudo- en el mundo árabe, a dar crédito nuevamente a los monstruosos Protocolos de los Sabios de Sion.

Una Europa donde sea posible preocuparse simultáneamente por el crecimiento del antisemitismo y de la islamofobia. Sin dudas, Sharon con su política no es ni el responsable ni el culpable directo de un retorno intolerable del antisemitismo en Europa. Pero hay que reivindicar el derecho de pensar que tiene cierta responsabilidad, y que obtiene algún beneficio instando a los judíos de Europa a regresar a Israel.

Finalmente, una Europa donde puedan criticarse los programas de Bush, Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld, sin ser complaciente con los horrores del régimen de Saddam Hussein. Una Europa donde, sin antisemitismo, sin anti-israelismo, sin islamofobia antipalestina, sea posible aliarse con aquellos que, estadounidenses, israelíes, palestinos, critican con coraje, y a menudo con mayor celo que nosotros, a los gobiernos o a las fuerzas dominantes de sus propios países, y dicen entonces "sí" a todos los "sí" que acabo de recordar.

Éste es mi sueño. Les agradezco que me ayuden no sólo a soñar este sueño, a soñar, tal como dice Ramonet "que otro mundo es posible", sino también a darnos fuerza para hacer todo para que efectivamente sea posible. Miles de millones de hombres y mujeres en el mundo comparten este sueño. Lentamente, con los dolores y los esfuerzos del parto, lo darán a luz un día, algún hermoso día.

1. Fundador y primer director de Le Monde y de Le Monde diplomatique.
2. El editorial de Ignacio Ramonet, traducido como "Resistir" en la edición Cono Sur de mayo de 2004, se llama en su versión original "Résistences" ("Resistencias").
3. El grupo de los siete países más industrializados, y además Rusia.
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Derrida y la literatura argentina

Goloboff, Mario

Es probable que haya otro Derrida que no vieron las notas periodísticas, algunos filósofos y psicoanalistas: un Jacques Derrida más conectado con Argentina, que ejerció una influencia importante en nuestra literatura y, quizás, en buena parte de nuestra vida política. Sus dos visitas pasaron casi desapercibidas para los escritores y, ni qué hablar, para nuestros dirigentes: la primera, en 1985, cuando se cruzó desde Montevideo para conversar con Jorge Luis Borges, y la segunda, en 1995, cuando fue rodeado por psicoanalistas en el teatro Cervantes y en la Facultad de Derecho.
Salvo iniciados, los argentinos habíamos conocido a Derrida en 1971, al aparecer, en una excelente traducción del filósofo y poeta cordobés Oscar del Barco, uno de sus libros fundamentales, De la gramatología. Desde esa publicación, sus conceptos se expandieron e inspiraron a estudiosos y críticos (Josefina Ludmer, Noé Jitrik, Jorge Panesi, entre los más avanzados) y a los que, jóvenes narradores en esa época, encontrábamos llamativos puntos de contacto entre esa nueva concepción de la escritura y las precoces iluminaciones de Macedonio Fernández entonces descubiertas.
Las ideas de lo escrito como traza y como huella, su preeminencia sobre la voz y lo puramente verbal y auditivo, el haber independizado y dado vuelta la relación entre la grafía y el discurso, el haber valorizado la presencia del cuerpo y su inscripción en el texto (y en la Historia: eran años en que la exposición del cuerpo se valoraba como ofrenda), fueron leídas, discutidas y, por el camino de lo consciente y lo inconsciente, asimiladas y reelaboradas en nuestra literatura y, tal vez, en nuestra práctica política.
A ese clima general que vinculaba secretamente adhesiones con gestos, y en el que los descubrimientos de Derrida se recibían como confirmaciones, no son ajenos “el padecimiento de la máscara” revelado por ciertas narraciones de Haroldo Conti, las novelas Respiración artificial y especialmente La ciudad ausente, de Ricardo Piglia y El entenado, de Juan José Saer.
De un modo más expreso aun, hay un largo homenaje a Derrida en la última pieza del último libro de relatos publicado en vida por Julio Cortázar, “Diario para un cuento” (Deshoras, 1983). Y la célebre “lección de escritura” que el dictador Gaspar Rodríguez de Francia imparte a su escribiente Patiño en una de las obras maestras de la narrativa del siglo XX, Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos (escrita en Argentina durante un largo exilio), quedará sin duda como la más alta condensación de las ideas derridianas que flotaban por esos tiempos.
Los análisis más técnicos y filosóficos de este hombre que escribía con sutileza poética y que venía desde lo más refinado y revolucionario de la literatura (“Joyce, que alimentó el sueño adolescente de insertar una huella en todas las voces que me atravesaban”, confesó alguna vez), escapan al marco de lo literario. Como afirma George Steiner, otro espíritu claro que sabe apartar la cuidadosa reflexión filosófica de la enmarañada pero siempre viva obra de arte, “los clásicos de la deconstrucción, en Derrida o Paul de Man, son ‘malas lecturas’ no de la literatura sino de la filosofía; se dirigen a la lingüística filosófica y a la teoría del lenguaje. Las máscaras que intentan quitar son las que llevan Platón, Hegel, Rousseau, Nietzsche o Saussure. La deconstrucción no tiene nada que contarnos de Esquilo o Dante, de Shakespeare o Tolstoi”.
En cambio, el Derrida anterior, aquel del gramma, tenía mucho que decirnos de la escritura, esa diabólica invención de Thot 1.

1. Dios egipcio, inventor de la escritura y de la lira.

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