Después de la crisis financiera
Los países del Este pasan de la crisis comunista a la capitalista
01-Diciembre-09
Se Alquila. Carteles en uno de los locales de una de las principales calles de Riega, Letonia muestran el impacto de la crisis en Europa del E.
Veinte años después del desplome soviético, las economías del Este siguen soñando en una convergencia con Occidente que no llega. Antes dependían de la Unión Soviética, hoy dependen de las finanzas globales. La banca sueca e italiana se aleja ahora de una zona en la que era hegemónica.
Por Andy Robinson - La Vanguardia, España
En Memento Park, en las afueras de Budapest, pasear entre las enormes esculturas del realismo socialista permite constatar el declive de la economía planificada. La gigantesca estatua de un soldado del ejército soviético de liberación esculpido en bronce en 1947 se mantiene en un excelente estado de conservación. Pero en el kitsch Memorial del Movimiento Obrero levantado de 1976 –dos manos de acero tendidas hacia un quimérico futuro socialista– el relleno de espuma amarillenta se desprende de las oxidadas soldaduras. "En los años cincuenta y sesenta la fórmula consistía en importar petróleo y otras materias primas de la Unión Soviética y exportar bienes manufactureros", explica Tamas Baer, historiador de la economía de la Universidad de Budapest. "Luego, a finales de los setenta, los recursos soviéticos empezaron a agotarse y se quedaron sin dinero para comprar nuestras exportaciones".
El socialismo gulash húngaro –la economía mas liberalizada del bloque soviético– entró en una grave crisis de endeudamiento exterior en la década de los ochenta con 25.000 millones de dólares de deuda. Tuvo que acudir al FMI. En la entonces República Democrática Alemana (RDA) o en Checoslovaquia –economías más cerradas– la misma crisis se manifestó en desabastecimiento y colas kilométricas frente a los colmados. "La planificación funcionaba en la economía de guerra y la rápida industrialización; pero no para mucho más", afirma Jan Madke, economista socialdemócrata en Praga.
Pero el turista que sube las escaleras hasta el monumento más visitado de Memento Park –dos botas de acero de dos metros de altura, lo que queda de la estatua de Stalin derribada durante la revolución de 1956– puede vislumbrar un nuevo paisaje de crisis. Montones de ladrillos envueltos en plástico se amontonan en un almacén de Terranova, empresa mayorista de materiales de la construcción en cuyos anuncios de urbanizaciones de chalets incluyen el logotipo de CIB Bank, ahora filial de la italiana Banca Intesa. "Estamos en crisis, un poquito, sí", dice una vendedora, minimizando los problemas de una economía con una caída del PIB del 8%, draconianos recortes del gasto público bajo la receta del FMI y el coste disparatado de unas hipotecas nominadas en euros y francos suizos tras la caída del florín.
Veinte años después de la caída del muro de Berlín, la dependencia de Europa del Este de la Unión Soviética parece haberse reconvertido en una una nueva dependencia, esta vez más precaria e imprevisible, de las inversiones multinacionales y de las finanzas globales. El nuevo ejército de liberación constituido por Unicredito, Erste Bank, Carrefour, Ikea, Mercedes Benz, General Motors, DBP Telekom o General Electric era clave para un crecimiento robusto en los años que precedieron a la actual crisis de los años anteriores a la crisis actual. Pero "tras 15 años de inversión extranjera, las empresas más competitivas son de propiedad extranjera y no nuestras propias pymes", dice Laszlo Matyas, economista de la Universidad de Europa Central en Budapest. Y ahora empiezan a secarse las fuentes de financiación externas. Los bancos italianos, austriacos, suecos o alemanes, dominantes desde el Báltico al Mar Negro, han cerrado el grifo. La huida de capitales ha resultado más suave en Europa del Este que en Rusia o Ucrania. Pero incluso Thomas Mirow, presidente del Banco Europeo de Desarrollo (BERD), reconoce que "las inversiones directas y los flujos de capitales no van a recuperarse en tres o cuatro años al menos, y no merece la pena hablar del futuro más lejano".
Hungría es un caso grave pero la crisis empieza a poner en entredicho la razón de ser de la transición en toda la región: que la financiación externa facilitaría la convergencia hacia los países más ricos del oeste, sueño postergado desde primeros de los setenta cuando la entonces RDA pensó efímeramente que había rebasado el PIB per cápita británico. "Ni la integración financiera ni las inversiones directas (multinacionales) resuelven el problema de financiación para la mayoría de empresas", advierte Slavo Radosevic, especialista en las economías en transición de la Universidad de Londres. Es una cuestión crítica, porque "si tienes enclaves de multinacionales pero no creas una fuente nacional de empleo, te sometes al ciclo exterior y no puedes converger". Los fondos de cohesión de la UE sí deberían ayudar, pero no se han aprovechado, añade.
En los noventa, la promesa de convergencia lo justificaba todo. Privatizaciones que de manera grotesca beneficiaban a una nueva clase capitalista procedente de la vieja nomenklatura. Una apertura relámpago al mercado global que provocó el colapso de las economías poscomunistas con pérdidas de hasta el 40% del PIB y el empobrecimiento de segmentos enteros de la población. Durante cinco o seis años de crecimiento superior a la media europea, el sueño de la convergencia parecía alcanzable. Hoy, en medio de otra crisis que este año restará más de seis puntos de PIB a las economías en transición, un desencanto recorre Budapest, Bucarest y el resto de capitales. Uno de cada dos ciudadanos húngaros cree que no se ha beneficiado de la transición. Incluso en la dinámica República Checa, el 54% de encuestados apoya un mayor papel para el estado en la industria. Sí hay convergencia con Occidente en la desilusión.
Según un sondeo de la BBC, sólo el 11% de los entrevistados en 27 países de cuatro continentes cree que el capitalismo funciona. "Es que el capitalismo puede resultar algo decepcionante si no lo cuidas bien", afirma Daniel Daianu, economista rumano.
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