25-02-2012
Fascismo social y financiero en Europa
Jesus González Pazos
Rebelión
Mientras seguimos pensando que aún vivimos en una Europa
democrática, en realidad asistimos a los primeros pasos de un “golpe de estado”
y la posible instauración de una larga época de fascismo social y financiero.
Entendemos que esta afirmación es dura y, posiblemente, produzca una inmediata
consideración de ser una exageración y, además, alarmismo gratuito. Pero,
analicemos tan solo dos elementos evidentes, públicos y ampliamente conocidos,
que se han dado en los últimos meses sobre, lo que siempre nos dijeron, eran
piedras angulares de los sistemas democráticos: las constituciones y los
procesos electorales.
Las primeras, y de forma evidente en el estado español,
siempre nos recalcaron que eran poco menos que intocables para salvaguardar la
estabilidad social y política del estado-nación. No lo creemos así, pero esto
es lo que siempre ha mantenido la mayoría de la clase política. Y nos decían
que, en último caso, cualquier reforma constitucional exigiría un largo proceso
de discusión y debate político y, con propuestas claras y ampliamente conocidas
por la ciudadanía, debería ser refrendada por ésta. Sin embargo, en los últimos
meses hemos asistido a procesos exprés de reforma constitucional que,
prácticamente, se han llevado acabo sin que esa ciudadanía, donde se dice
reside el poder soberano de una democracia, se entere de qué es lo que se ha
reformado y por qué. En el mejor de los casos, sabemos que es algo relacionado
con el déficit, la ahora obligada estabilidad presupuestaria y la crisis que
domina el escenario político y económico europeo desde hace más de cuatro años
(Una crisis, por cierto, que en todo momento decían que era coyuntural y
pasaría pronto, y con el tiempo ha dado la razón a quienes mantenemos desde el
principio que es estructural del sistema capitalista). Podemos entonces afirmar
que ese poder soberano que residía en el pueblo ha sufrido un evidente y forzado
desplazamiento hacia los poderes económicos. Éstos son ahora quienes deciden
los cambios y reformas constitucionales, para que el conocido como poder
delegado del pueblo, que se supone reside en la llamada clase política,
simplemente apruebe lo que prescribe este nuevo poder soberano usurpador.
El segundo elemento evidente del golpe de estado que se está
produciendo lo encontramos en el proceso electoral y consiguiente elección de
los gobernantes. Así, ese poder soberano usurpador que señalábamos anteriormente,
decide ahora también si el proceso electoral en un país es necesario o se puede
prescindir del mismo, dando los primeros pasos para el expolio, también aquí,
del derecho a elección que tiene la sociedad sobre la clase gobernante. En esta
línea, hemos asistido en los últimos meses a los cambios unilaterales de los
gobiernos de Grecia y de Italia cuando ya no han sido útiles a los poderes
económicos. Así, cuando Yorgos Papandreu y su gobierno en Grecia, ya no tenía
fuerza, ni valor quizá, para aplicar más recortes al castigado pueblo griego,
se provoca su caída y se impone su sustitución por otro conformado por los
llamados tecnócratas. En Italia, donde multitud de escándalos de todo tipo
habían desprestigiado hasta la broma a Silvio Berlusconi, pero ninguno de ellos
había conseguido su salida del gobierno, serán también los poderes económicos
los que en cuestión de horas decidan y realicen su sustitución por otro
tecnócrata. Y estas actuaciones se convierten en evidentes y nítidos mensajes
para aquellos otros que pudieran tener la veleidad de tomar medidas no
ajustadas a los dictados de “los mercados”.
Pero cuidado con los tecnócratas, pues se nos retransmite la
imagen de personas con alta cualificación técnica, al margen de los vicios y el
fracaso de la política, y neutrales a las ideologías; por encima del “bien y
del mal” y, por lo tanto, únicos posibles salvadores de la crítica situación.
Sin embargo, tanto Lukas Papademos, en Grecia, como Mario Monti, en Italia,
provienen directamente de los poderes económicos y han construido sus carreras
en los entramados financieros hasta el punto de haber sido parte de los núcleos
de decisión y actuación de las medidas tomadas en épocas precedentes a la
actual crisis y causantes, en gran medida, de la misma. Lukas Papademos, por
ejemplo, fue economista jefe primero y vicegobernador después del Banco de
Grecia entre los años 1985 y 2002, para pasar a ocupar la vicepresidencia del
Banco Central Europeo. Mario Monti tuvo, entre otras responsabilidades, el
cargo de director europeo de la Trilateral (un lobby de evidente tendencia
neoliberal) y asesor de Goldman Sachs, durante el periodo que esta compañía
ayudó a Grecia a ocultar su enorme déficit, origen en gran parte de la actual
situación griega y de las brutales medidas económicas que ahora la imponen.
Entonces, ¿quién ha decidido que estos personajes, por su aparente, aunque
discutible, cualidad técnica tienen capacidad y derecho para estar al frente de
gobiernos de sistemas teóricamente democráticos? Proviniendo de bancos e
instituciones financieras, ¿cómo podemos suponer que sus medidas no estarán al
servicio de estas entidades y de sus intereses lucrativos, respondiendo a sus
demandas y medidas antes que para la mejora de las condiciones sociales y
económicas de las poblaciones de sus respectivos países?
Estos son algunos de los elementos que nos evidencian que asistimos
a auténticos golpes de estado que, definitivamente, prostituyen el llamado
sistema democrático europeo e imponen un fascismo social y financiero al
servicio de las élites económicas y sus intereses. Al servicio de los llamados
“mercados”, unas entidades sobre las que continuamente nos transmiten la idea
de que son entes anónimos y difusos, casi inidentificables. Esto hace más
difícil reconocerlos como los culpables que son de la situación de crisis y de
los graves ataques que, con la disculpa de ésta, se están tomando contra todo
un núcleo de derechos adquiridos por las luchas sindicales, políticas y
sociales a lo largo de todo el siglo XX. De esta forma, difuminando a los
culpables, consiguiendo que la sociedad no pueda centrar exactamente sus demandas
y protestas hacia responsables directos de la situación, esos culpables se
protegen. Sin embargo, hay que decir que esos “mercados” tienen nombres y
apellidos; se reúnen en Davos y Bildergerg, se encuentran en el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial o la Trilateral, en las famosas agencias de
calificación y en los consejos ejecutivos de los grandes bancos. Ahí están
quienes están tomando las decisiones, quienes hoy definen cuándo y cómo se
modifican las constituciones y quienes deben ocupar los gobiernos en sistemas,
ya solo presuntamente, democráticos.
Son precisamente esos grupos económicos quienes han
reaccionado con las medidas que ahora nos imponen. Hace tan solo dos años, ante
los primeros meses y efectos de la llamada crisis, determinados sectores
políticos se atrevieron tímidamente a identificar culpables en los poderes
financieros. Se empezó a hablar de la necesidad de reformar el capitalismo al
reconocer su profunda crisis, se planteaba la necesidad de controlar el sistema
financiero como causante de la misma por su ambición ilimitada, se hablaba de
tomar medidas serias contra los paraísos fiscales y el fraude y toda otra serie
de medidas se iban extendiendo como necesarias en la sociedad. Aunque esa clase
política no pretendía nunca cambiar el sistema sino solo modificar lo necesario
para su mantenimiento, la reacción de las elites económicas, de “los mercados”,
con el control absoluto y la manipulación de la mayoría de los medios de
comunicación, ha hecho que todo eso se haya olvidado y ya no se consideren ni
esas tímidas medidas ni, mucho menos, pedir responsabilidades a quienes han
sido los causantes directos de la crisis del sistema capitalista. Se cuestionó
con fuerza el fracaso del neoliberalismo impuesto en las últimas décadas y hoy,
solo dos años después, las medidas que se nos aplican hacen gala del
neoliberalismo más ortodoxo y están impuestas por aquellos que se vanaglorian
del mismo. El debate y actuaciones profundas se ha desviado de esos focos hacia
la imposición de medidas de recortes sociales y laborales y para el quebranto
de los derechos de las mayorías y, por lo tanto, hacia la fascistización social
y económica con el consiguiente control de una minoría poderosa sobre la vida
social y política de la sociedad, en aras al aumento incontrolable de sus
beneficios.
Entonces, si admitimos que lo señalado hasta aquí es una
parte importante de los posibles nuevos escenarios en Europa las dudas,
vértigos y vacilaciones que se abren serán muchas, pero hay preguntas dominantes,
como ¿hasta cuándo vamos a esperar para reaccionar, cuando el camino de
recortes y pérdidas de derechos que nos están trazando en estos últimos años es
evidente que no lo dan por finalizado sino que seguirán profundizándolo? En
esta vieja Europa constituida por viejos pueblos, sigue estando en nuestras
manos, aunque quizá por no mucho más tiempo siendo ese es el grave riesgo que
corremos, la capacidad para frenar el golpe de estado, para impedir que el
fascismo social y financiero se nos imponga.
(*) Jesus González Pazos es miembro de Mugarik Gabe
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
publicarlo en otras fuentes.
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