China
12-03-2012
China
Auge, caída y resurgimiento como potencia global
James Petras
Rebelión
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Los estudios sobre la potencia mundial aparecen contaminados
de la visión de los historiadores eurocéntricos, que distorsionaron e ignoraron
el papel dominante que China jugó en la economía mundial entre 1100 y 1800. La
brillante investigación histórica sobre la economía mundial a lo largo de ese
período realizada por John Hobson [1] proporciona una abundancia de datos
empíricos que defienden la superioridad económica y tecnológica de China sobre
la civilización occidental durante buena parte del milenio referido antes de su
conquista y decadencia en el siglo XIX.
La reaparición de China como potencia económica mundial
plantea importantes preguntas sobre qué podemos aprender de su anterior auge y
caída y sobre las amenazas externas e internas a las que puede enfrentarse esta
superpotencia económica emergente en el futuro inmediato.
En primer lugar, vamos a trazar los contornos principales
del auge histórico de China hasta su superioridad económica global sobre
Occidente antes del siglo XIX siguiendo estrechamente el relato de John Hobson
en The Eastern Origins of Western Civilization. Debido a que la mayoría de los
historiadores económicos occidentales (liberales, conservadores y marxistas)
han presentado a la China histórica como una sociedad estancada, atrasada y
provinciana, un “despotismo a la oriental”, es preciso hacer ciertas detalladas
correcciones. Y es especialmente importante subrayar cómo China, la potencia
tecnológica mundial entre 1100 y 1800, hizo posible la aparición de Occidente.
Fue solo tomando prestadas y asimilando las innovaciones chinas que Occidente
pudo llevar a cabo la transición al capitalismo moderno y a las economías
imperialistas.
En segundo lugar, analizaremos y discutiremos los factores y
circunstancias que llevaron a la decadencia china en el siglo XIX y su
consiguiente dominación, explotación y pillaje por parte de los países
imperiales occidentales, primero Inglaterra y después Europa, Japón y los EEUU.
En tercer lugar, señalaremos brevemente los factores que
llevaron a la emancipación china del dominio colonial y neocolonial y
analizaremos su reciente auge hasta convertirse en la segunda mayor potencia
económica global.
Finalmente, consideraremos las amenazas pasadas y presentes
al auge de China como potencia económica global, subrayando los parecidos entre
el colonialismo británico de los siglos XVIII y XIX y las actuales estrategias
imperialistas de EEUU, centrándonos en las debilidades y fortalezas de las
pasadas y presentes respuestas chinas.
China: Auge y consolidación como potencia global (1100-1800)
En un formato comparativo sistemático, John Hobson
proporciona una abundancia de indicadores empíricos que demuestran la
superioridad económica global de China sobre Occidente y, en particular, sobre
Inglaterra. Estos son algunos de los hechos destacados:
Ya en el año 1078, China era el mayor productor de acero
(125.000 toneladas); mientras que Gran Bretaña produjo, en 1788, 76.000
toneladas. Y China estaba a la cabeza del mundo en innovaciones técnicas para
la fabricación de textiles siete siglos antes de la “revolución textil” del
siglo XVIII de Gran Bretaña.
China era la principal nación en el sector comercial, con un
comercio a larga distancia que llegaba hasta la mayor parte del Sur de Asia,
África, Oriente Medio y Europa. La “revolución agrícola” y la productividad
superaron las de Occidente hasta el siglo XVIII.
Sus innovaciones en la producción de papel, imprenta, armas
de fuego y herramientas la convirtieron en una superpotencia manufacturera
cuyos productos se transportaban por todo el mundo a través del más avanzado
sistema de navegación. China poseía el mayor número de barcos comerciales en el
mundo. En 1588, los buques ingleses más grandes desplazaban alrededor de 400
toneladas, los de China 3.000 toneladas. Incluso hasta finales del siglo XVIII,
los comerciantes chinos disponían de 130.000 buques privados de transporte,
varias veces los de Gran Bretaña. China conservó su posición preeminente en la
economía mundial hasta principios del siglo XIX.
Los fabricantes británicos y europeos seguían el ejemplo de
China, asimilando y adoptando sus más avanzadas tecnologías y estaban ansiosos
por penetrar en el avanzado y lucrativo mercado chino.
La banca, la economía con papel moneda estable, la industria
manufacturera y los altos rendimientos en la agricultura hicieron que el
ingreso per capita de China igualara el de Gran Bretaña en 1750.
La posición global dominante de China se vio desafiada por
el auge del imperialismo británico, que había adoptado las avanzadas
innovaciones tecnológicas, de navegación y mercado de China y otros países
asiáticos a fin de eludir las primeras etapas para llegar a convertirse en una
potencia mundial [2].
El imperialismo de Occidente y la decadencia de China
La conquista imperial británica y occidental del Oriente se
basó en la naturaleza militarista del estado imperial, en sus no recíprocas
relaciones económicas comerciales con los países de ultramar y en la ideología
imperial occidental que motivó y justificó las conquistas en el exterior.
A diferencia de China, fue la política militar la que
impulsó la revolución industrial británica y la expansión exterior. Según
Hobson, durante el período 1688-1815, Gran Bretaña estuvo implicada en guerras
durante el 52% de ese período [3]. Mientras que los chinos confiaban en sus
mercados abiertos y en su producción superior y sofisticadas técnicas bancarias
y comerciales, los británicos acudieron a la protección arancelaria, a la
conquista militar, a la destrucción sistemática de empresas competitivas
extranjeras, así como a la apropiación y saqueo de recursos locales. El
predominio global chino se basaba en “beneficios recíprocos” con sus socios
comerciales, mientras que Gran Bretaña dependía de ejércitos mercenarios de
ocupación, de la represión salvaje y de la política de “divide y vencerás” para
fomentar rivalidades locales. Frente a la resistencia de los nativos, los
británicos (así como otras potencias imperiales occidentales) no dudaron en
exterminar a comunidades enteras [4].
Incapaces de apoderarse del mercado chino a través de la
competitividad económica, Gran Bretaña se apoyó en un poder militar brutal.
Movilizó, armó y envió mercenarios, desde sus colonias en la India y más
lugares para forzar a China a aceptar sus exportaciones e imponer tratados
injustos con tarifas más bajas. Como consecuencia, China se vio inundada del
opio británico producido en las plantaciones británicas en la India, a pesar de
las leyes chinas que prohibían o regulaban la importación y venta de
narcóticos. Los gobernantes chinos, acostumbrados desde hacía mucho tiempo a su
superioridad manufacturera y comercial, no estaban preparados ante las “nuevas
normas imperiales” para hacerse con el poder global. La disposición de Occidente
a utilizar el poder militar para establecer colonias, saquear recursos y
reclutar ejércitos inmensos de mercenarios dirigidos por oficiales europeos
anunció el fin de China como potencia mundial.
China había basado su predominio económico en la “no interferencia
en los asuntos internos de sus socios comerciales”. En cambio, los
imperialistas británicos intervinieron violentamente en Asia, reorganizando las
economías locales para ajustarlas a las necesidades del imperio (eliminando los
competidores económicos, incluidos los más eficientes fabricantes indios del
algodón) y se apropiaron del control del aparato político, económico y
administrativo para establecer el estado colonial.
El imperio británico se construyó con los recursos saqueados
a las colonias y mediante la militarización masiva de su economía [5]. Fue así
como pudo afianzar la supremacía militar sobre China. La excesiva confianza de
las elites gobernantes chinas en las relaciones comerciales obstaculizó su
política exterior. Las elites de comerciantes y funcionarios chinos trataron de
apaciguar a los británicos y convencer al emperador de que hiciera devastadoras
concesiones extraterritoriales abriendo mercados en detrimento de los
fabricantes chinos, a la vez que renunciaban a la soberanía local. Como
siempre, los británicos favorecieron las revueltas y rivalidades internas
desestabilizando aún más el país.
La penetración y colonización británica y occidental del
mercado chino creó toda una nueva clase: Los “compradores” chinos ricos
importaban productos británicos y facilitaban la apropiación de los mercados y
recursos locales. El pillaje imperialista forzó la explotación, además de
mayores impuestos, de las grandes masas de campesinos y trabajadores chinos.
Los gobernantes de China se vieron obligados a pagar las deudas de la guerra y
los déficits financieros comerciales impuestos por las potencias imperiales
occidentales exprimiendo a su campesinado. Esto provocó hambre y revueltas
entre los campesinos.
A primeros del siglo XX (menos de un siglo después de las
Guerras del Opio), China había descendido de potencia económica mundial a
convertirse en un destrozado país semicolonial con una inmensa población
indigente. Los puertos principales estaban controlados por los funcionarios de
las potencias occidentales y el campesinado estaba sometido al dominio de
corruptos y brutales señores de la guerra. El opio británico esclavizó a
millones de seres.
Los académicos británicos: Excelentes apologistas de la
conquista imperial
Toda la profesión académica occidental –sobre todo los
historiadores imperiales británicos- atribuyeron el dominio imperial británico
de Asia a la “superioridad tecnológica” inglesa y la miseria y status colonial
de China al “atraso oriental”, omitiendo cualquier mención al milenio de
progreso y superioridad técnica y comercial de China hasta comienzos del siglo
XIX. A finales de la década de 1920, con la invasión imperial japonesa, China
dejó de existir como país unificado. Bajo la égida del dominio imperial,
cientos de millones de chinos habían muerto de hambre o habían quedado
desposeídos o masacrados. Toda la elite compradora “colaboracionista” china
había quedado desacreditada a los ojos del pueblo chino.
Lo que quedó en la memoria colectiva de la gran masa del
pueblo chino –totalmente ausente de los relatos de los prestigiosos académicos
estadounidenses y británicos- fue la sensación de que China había sido en otro
tiempo una potencia mundial próspera, dinámica e importante. Los comentaristas
occidentales rechazaban esa memoria “colectiva” de la supremacía china como las
locas pretensiones de una realeza y señores nostálgicos: la vana arrogancia
Han.
China emerge de las cenizas de la humillación y el saqueo
imperialistas: La revolución comunista china
El auge de la China moderna hasta convertirse en la segunda
mayor economía mundial fue posible solo a través de los éxitos de la revolución
comunista china de mediados del siglo XX. El Ejército Rojo de Liberación
Popular derrotó primero al invasor ejército imperialista japonés y después al
ejército nacionalista del Kuomintang, al que apoyaba el imperialismo
estadounidense. Esto permitió reunificar China como estado soberano
independiente. El gobierno comunista abolió los privilegios extraterritoriales
de los imperialistas occidentales, puso fin a los feudos territoriales de los
señores de la guerra y gángsteres regionales y expulsó a los millonarios
propietarios de burdeles, a los traficantes de mujeres y drogas así como a
otros “proveedores de servicios” al Imperio Europeo-Estadounidense.
La revolución comunista forjó el moderno estado chino en
todos los sentidos. Los nuevos dirigentes procedieron entonces a reconstruir
una economía arrasada por las guerras imperiales y saqueada por los
capitalistas japoneses y occidentales. Después de 150 años de infamia y
humillación, el pueblo chino recuperó su orgullo y dignidad nacionales. Los
elementos socio-psicológicos eran esenciales para motivar a los chinos en la
defensa de su país ante los ataques, sabotajes, boicots y bloqueos orquestados
por EEUU inmediatamente después de su liberación.
A diferencia de lo que dicen los economistas neoliberales
chinos y occidentales, el crecimiento dinámico de China no empezó en 1980.
Empezó en 1950, cuando la reforma agraria proporcionó tierra, infraestructuras,
créditos y asistencia técnica a cientos de millones de campesinos destituidos y
trabajadores rurales sin tierras. Mediante lo que ahora se llama “capital
humano” y una movilización social gigantesca, los comunistas construyeron
carreteras, aeropuertos, puentes, canales y vías férreas así como industrias
básicas, como la del carbón, hierro y acero, para formar la columna vertebral
de la economía moderna china. Los inmensos sistemas sanitario y educativo
gratuitos de la China comunista crearon una fuerza de trabajo saludable,
educada y motivada. Su ejército, altamente profesional, impidió que EEUU extendiera
su imperio militar a través de la península de Corea hasta las fronteras
territoriales chinas. Al igual que los académicos y propagandistas occidentales
del pasado fabricaron una historia acerca de un imperio “estancado y decadente”
para justificar sus destructivas conquistas, de la misma forma sus homólogos
modernos han vuelto a escribir los primeros treinta años de la historia
comunista china, negando el papel de la revolución en el desarrollo de todos
los elementos esenciales para un estado, una sociedad y una economía modernas.
Está claro que el rápido crecimiento económico de China se basó en el
desarrollo de su mercado interno, en el rápido crecimiento de su equipo de
científicos, técnicos y trabajadores bien formados y en la red de seguridad social
que protegió y promovió la movilidad de la clase trabajadora y campesinado,
todo ello producto de la planificación e inversiones chinas.
El auge de China como potencial global empezó en 1949 con la
eliminación de las parásitas clases financieras, compradoras y especulativas
que habían servido de intermediarias para los imperialistas europeos, japoneses
y estadounidenses que despojaron a China de sus grandes riquezas.
La transición de China al capitalismo
A principios de 1980, el gobierno chino inició un cambio
drástico en su estrategia económica: Durante las tres décadas siguientes, abrió
el país a la inversión exterior a gran escala; privatizó miles de industrias y
puso en marcha un proceso de concentración de la renta basado en una deliberada
estrategia de recrear una clase económica dominante de multimillonarios
vinculados a capitalistas extranjeros. La clase política gobernante china
abrazó la idea de “prestar” conocimientos técnicos y el acceso a los mercados
de ultramar de firmas extranjeras a cambio de proporcionar abundante mano de
obra barata al coste más bajo. El estado chino desvió subvenciones públicas
masivas a promover un alto crecimiento capitalista desmantelando su sistema
nacional de educación y sanidad públicas gratuitas. Acabaron con la vivienda
pública subvencionada para cientos de millones de campesinos y trabajadores de
fábricas urbanas y proporcionaron financiación a los especuladores
inmobiliarios para la construcción de apartamentos privados de lujo y
rascacielos de oficinas. La nueva estrategia capitalista de China, así como su
crecimiento de dos dígitos, se basaron en los profundos cambios estructurales y
en las masivas inversiones públicas del anterior gobierno comunista. El
despegue del sector privado de China se llevó a cabo en base a los inmensos
desembolsos públicos hechos a partir de 1949.
La nueva clase capitalista triunfante y sus colaboradores
occidentales reclamaron todo el crédito posible para este “milagro económico”
mientras China se convertía en la segunda mayor economía mundial. Estas nuevas
elites chinas han estado menos dispuestas a anunciar el estatus de primera
categoría de China a partir de las brutales desigualdades de clase, rivalizando
solo con EEUU.
China: De la dependencia imperial al competidor mundial de
primer orden
El sostenido crecimiento chino en el sector manufacturero
fue consecuencia de inversiones públicas altamente concentradas, altos
beneficios, innovaciones tecnológicas y un mercado interno protegido. Aunque el
capital extranjero obtuvo beneficios, fue siempre dentro del marco de las
prioridades y reglamentaciones estatales chinas. La dinámica del régimen de la
“estrategia de exportación” ha creado inmensos excedentes comerciales, que
finalmente han hecho de China uno de los mayores acreedores del mundo, especialmente
de deuda estadounidense. Para mantener sus dinámicas industrias, China ha
necesitado de entradas inmensas de materias primas, lo que ha motivado
inversiones exteriores a gran escala y acuerdos comerciales con países
exportadores de agro-minerales en África y Latinoamérica. En 2010, China
desplazó a EEUU y Europa como principal socio comercial de muchos países de
Asia, África y Latinoamérica.
El ascenso de la China moderna a potencia económica mundial,
como su predecesora entre 1100 y 1800, se ha basado en su gigantesca capacidad
productiva: el comercio y la inversión se han regido por una política de
estricta no interferencia en las relaciones internas de sus socios comerciales.
A diferencia de EEUU, China no inició guerras brutales por el petróleo; en
cambio firmó contratos lucrativos. Y China no combatió guerras en interés de
los chinos de ultramar, como EEUU ha hecho en Oriente Medio a favor de Israel.
El aparente desequilibrio entre el poder económico y militar
de China contrasta de forma aguda con EEUU, donde un imperio militar inflado y
parasitario continúa socavando su propia presencia económica global.
El gasto militar de EEUU es doce veces el de China. Cada vez
más, el ejército de EEUU juega un papel clave a la hora de moldear la política
en Washington mientras trata de debilitar el ascenso de China a potencia
global.
El ascenso de China a potencia mundial: ¿se repetirá la
historia a sí misma?
China ha estado creciendo a un 9% por año y sus productos y
servicios están aumentando rápidamente en calidad y valor. En cambio, EEUU y
Europa llevan revolcándose en un crecimiento 0% desde 2007 a 2012. El innovador
establishment tecno-científico chino asimila rutinariamente los inventos más
recientes de Occidente (y Japón) mejorándolos, rebajando por tanto los costes
de producción. China ha sustituido a las “instituciones financieras
internacionales” controladas por EEUU y Europa (el FMI, el Banco Mundial, el
Banco de Desarrollo Interamericano) como principal prestamista en
Latinoamérica. China continúa estando a la cabeza como principal inversor en
los recursos mineros y energéticos de África. China ha sustituido a EEUU como
principal mercado para el petróleo iraní, sudanés y saudí y pronto sustituirá a
EEUU como principal mercado para los productos petrolíferos venezolanos. En la
actualidad, China es el mayor exportador y fabricante de manufacturas del
mundo, dominando incluso el mercado estadounidense, mientras juega el papel de
salvavidas financiero al poseer alrededor de 1.300 billones de dólares en bonos
del Tesoro estadounidense.
Bajo las crecientes presiones de sus trabajadores y
campesinos, los gobernantes chinos han estado desarrollando el mercado interno
aumentando los salarios y el gasto social para reequilibrar la economía y
evitar el espectro de la inestabilidad social. En cambio, los salarios y
servicios públicos vitales de EEUU han disminuido de forma aguda en términos
absolutos y relativos.
Teniendo en cuenta las tendencias históricas actuales, está
claro que China sustituirá a EEUU como principal potencia económica mundial en
la próxima década si el imperio estadounidense no contraataca y si las
profundas desigualdades de clase chinas no provocan importantes agitaciones
sociales.
El ascenso de la China moderna a potencia global enfrenta
serios desafíos. A diferencia del histórico ascenso chino a nivel mundial del
pasado, el poder económico global moderno chino no va acompañado de ninguna
empresa imperialista. China ha quedado seriamente rezagada detrás de EEUU y
Europa en cuanto a la capacidad agresiva de hacer la guerra. Quizá esto ha
permitido a China dirigir recursos públicos a maximizar el crecimiento
económico, pero ha dejado a China en situación vulnerable ante la superioridad
militar estadounidense frente a su arsenal masivo, su red de bases de avanzada
y sus posiciones geomilitares y estratégicas justo frente a la costa china y en
los territorios colindantes.
En el siglo XIX, el imperialismo británico echó abajo la
posición global china con su superioridad militar, apropiándose de los puertos
chinos, debido a la confianza de China en su “superioridad mercantil”.
La conquista de la India, Birmania y la mayor parte de Asia
permitió a los británicos establecer bases coloniales y reclutar ejércitos
mercenarios locales. Los británicos y sus mercenarios aliados cercaron y
aislaron a China, preparando el camino para perturbar los mercados chinos e
imponer condiciones brutales a su comercio. La presencia armada del Imperio
británico dictó lo que China tenía que importar (con el opio alcanzando el 50%
de las exportaciones británicas en la década que se inició en 1850) mientras
socavaban las ventajas competitivas de China a través de políticas
arancelarias.
Hoy en día, EEUU está siguiendo políticas parecidas: La
flota naval estadounidense patrulla y controla las rutas marítimas comerciales
chinas y los recursos petroleros extraterritoriales a través de sus bases en el
exterior. La Casa Blanca de Obama-Clinton está en proceso de desarrollar una
respuesta militar rápida que implicará a sus bases en Australia, Filipinas y
otros lugares de Asia. EEUU está intensificando sus esfuerzos para socavar el
acceso exterior de China a los recursos estratégicos mientras se dedica a
apoyar “bases” de separatistas e “insurgentes” en el oeste de China, Tibet,
Sudán, Birmania, Irán, Libia, Siria y otros lugares. Los acuerdos militares de
EEUU con la India y la instalación de un régimen-títere acomodaticio en
Pakistán han hecho avanzar su estrategia de aislar a China. Aunque China
mantiene su política de “desarrollo armonioso” y “no interferencia en los
asuntos internos de otros países”, se ha hecho a un lado cuando el imperialismo
bélico europeo y estadounidense ha atacado a alguno de los socios comerciales
de China con el objetivo fundamental de invertir la pacífica expansión
comercial de China. La carencia de una estrategia ideológica y política de
China capaz de proteger sus intereses económicos en el exterior ha sido una
invitación para que EEUU y la OTAN establecieran regímenes hostiles a China. El
ejemplo más destacado es Libia, donde EEUU y la OTAN intervinieron para
derrocar a un gobierno independiente dirigido por el presidente Gadafi, con
quien China había firmado acuerdos comerciales e inversiones por valor
multimillonario. Los bombardeos de ciudades, puertos e instalaciones
petrolíferas por la OTAN obligaron a los chinos a retirar a 35.000 trabajadores
de la construcción e ingenieros del petróleo chinos en cuestión de días. Lo
mismo sucedió en Sudán, donde China había invertido miles de millones para
desarrollar su industria petrolera. EEUU, Israel y Europa armaron a los
rebeldes de Sudán del Sur para interrumpir el flujo de petróleo y atacar a los
trabajadores chinos en el sector [6]. En ambos casos, China permitió
pasivamente que los imperialistas estadounidenses y europeos atacaran a sus
socios comerciales y frenaran sus inversiones.
Bajo Mao Tse Tung, China tuvo una política activa de
contención de la agresión imperial: Apoyaba a movimientos revolucionarios y a
gobiernos del Tercer Mundo. En la actualidad, la China capitalista no tiene una
política activa para apoyar gobiernos o movimientos capaces de proteger el
comercio bilateral y los acuerdos de inversión de China. La política exterior
de China está moldeada por grandes intereses comerciales, financieros y
manufactureros que confían en el “aspecto económico competitivo” para conseguir
cuotas de mercado y no entienden de bases militares y de seguridad del poder
económico global. La clase política china está profundamente influida por una
nueva clase de multimillonarios con fuertes vínculos con los fondos de capital
occidentales que han absorbido sin reparo los valores culturales occidentales.
Esto queda ilustrado por su preferencia a enviar a sus propios hijos a las
universidades de elite en EEUU y en Europa. Tratan de “acomodarse a Occidente”
a cualquier precio. Esta falta de comprensión estratégica de la construcción
del imperio militar les ha llevado a responder de forma ineficaz y ad hoc a
cada acción imperialista que ha socavado su acceso a recursos y mercados.
Aunque la visión de China del “negocio primero” pudo haber
funcionado cuando era un actor menor en la economía mundial y los constructores
del imperio estadounidense veían la “apertura al capitalismo” como un
oportunidad de hacerse fácilmente con las empresas públicas de China y saquear
su economía, sin embargo, cuando China (a diferencia de la ex URSS) decidió
retener los controles de capital y desarrollar una “política industrial”
cuidadosamente calibrada, y bajo control estatal, dirigiendo el capital
occidental y la transferencia de tecnología a las empresas estatales, que
penetraron eficazmente en los mercados internos y exteriores de EEUU,
Washington empezó a quejarse y a hablar de represalias.
Los inmensos excedentes comerciales de China con EEUU
provocaron una respuesta dual de Washington: Vendió cantidades masivas de bonos
del Tesoro estadounidense a los chinos y empezó a desarrollar una estrategia
global para bloquear el avance chino. Como EEUU carecía de apalancamiento
económico para revertir su decadencia, confió solo en su “ventaja comparativa”:
su superioridad militar basada en un amplio sistema mundial de bases de ataque,
una red de regímenes-clientes en el exterior, apoderados militares, ONG,
intelectuales y mercenarios armados. Washington se volvió hacia su inmenso,
secreto y clandestino aparato de seguridad para debilitar a los socios
comerciales de China. Washington depende desde hace mucho tiempo de sus lazos
con gobernantes corruptos, disidentes, periodistas y magnates de los medios
para proporcionar la cobertura más poderosa propagandística mientras avanza en
su ofensiva militar contra los intereses de China en el exterior.
China no tiene nada para competir con el “aparato de
seguridad” de EEUU debido a que practica una política de “no interferencia”.
Dado el avanzado estado de la ofensiva imperial occidental, China ha adoptado
tan solo unas cuantas iniciativas diplomáticas, tales como financiar algunas
cadenas de medios en lengua inglesa para presentar sus puntos de vista,
utilizando su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
para oponerse a los esfuerzos de EEUU para derrocar el régimen de Asad en Siria
y oponerse a la imposición de sanciones drásticas contra Irán. Repudió
severamente el vitriólico cuestionamiento de la secretaria de estado de EEUU
Hillary Clinton acerca de la “legitimidad” del estado chino cuando votó contra
la resolución de EEUU y la ONU preparando un ataque contra Siria [7].
Los estrategas militares chinos son más conscientes de la
situación y se sienten alarmados ante la creciente amenaza militar hacia China.
Han pedido, y se les ha aceptado, un 19% de incremento anual en el gasto
militar para los próximos cinco años (2011-2015) [8]. Incluso con este
incremento, los gastos militares de China serán menos de la quinta parte del
presupuesto militar estadounidense y China no tiene ninguna base en el exterior
en marcado contraste con las más de 750 instalaciones de EEUU por todo el
mundo. Las operaciones de inteligencia chinas en el exterior son mínimas e
ineficaces. Sus embajadas se ocupan de estrechos intereses comerciales y no
entendieron en absoluto la brutal política de la OTAN para cambiar el régimen
en Libia y no informaron a Pekín de su importancia para el estado chino.
Existen otras dos debilidades estructurales que socavan el
ascenso de China como potencia mundial. Esto incluye a la muy “occidentalizada”
intelligentsia, que se ha tragado sin sentido crítico la doctrina económica
estadounidense sobre el libre mercado mientras pasan por alto su militarizada
economía. Esos intelectuales chinos repiten como papagayos la propaganda de
EEUU acerca de las “ virtudes democráticas ” de las multimillonarias campañas
presidenciales a la vez que apoyan la desregulación financiera que habría
llevado a Wall Street a apoderarse de los bancos y ahorros chinos. Muchos
asesores empresariales y académicos chinos se han educado en EEUU y están influenciados
por sus lazos con los académicos estadounidenses y las instituciones
financieras internacionales directamente vinculadas con Wall Street y la City
londinense. Han prosperado como asesores bien remunerados que logran puestos
prestigiosos en las instituciones chinas. Identifican la “liberalización de los
mercados financieros” con las “economías avanzadas” capaces de profundizar los
lazos con los mercados globales en lugar de ser una fuente importante de la
actual crisis financiera global. Estos “intelectuales occidentalizados” son
como sus homólogos los compradores del siglo XIX, que subestimaron y rechazaron
las consecuencias a largo plazo de la penetración imperial occidental. Son
incapaces de comprender cómo la desreglamentación financiera en EEUU fue lo que
precipitó la actual crisis y cómo la desregulación va a llevar a que Occidente
se apodere del sistema financiero chino, cuyas consecuencias redistribuirían
los ahorros internos chinos en actividades no productivas (especulación
inmobiliaria), precipitarían la crisis financiera y, en último término,
socavarían la importante posición global de China.
Esos yuppies chinos imitan lo peor de los estilos de vida
consumistas de Occidente, y sus puntos de vista políticos están influidos por
esos estilos de vida e identidades occidentalizadas que excluyen cualquier
sentido de solidaridad con su propia clase trabajadora.
Hay una base económica para los sentimientos
pro-occidentales de los neocompradores chinos. Han transferido miles de
millones de dólares a cuentas en bancos extranjeros, han comprado casas y
apartamentos de lujo en Londres, Toronto, Los Ángeles, Manhattan, París, Hong
Kong y Singapur. Solo tienen un pie en China (la fuente de su riqueza) y el
otro en Occidente (donde consumen y esconden su riqueza).
Los compradores occidentalizados están profundamente
empotrados en el sistema económico de China al tener vínculos familiares con
los dirigentes políticos en el aparato del partido y el estado. Sus conexiones
son más débiles en el ejército y en los crecientes movimientos sociales, aunque
algunos estudiantes “disidentes” y activistas académicos de los “movimientos
pro democracia” cuentan con el apoyo de las ONG imperiales de Occidente. En la
medida en que los compradores van ganando influencia, van debilitando las
fuertes instituciones estatales económicas que han dirigido el ascenso chino a
potencia global, al igual que hicieron en el siglo XIX actuando como
intermediarios para el Imperio británico. Proclamando el “liberalismo” del
siglo XIX, 50 millones de chinos se volvieron adictos al opio en menos de una
década. Proclamando la “ democracia y los derechos humanos ” , las cañoneras
estadounidenses patrullan ahora frente a las costas de China. El ascenso de
China, dirigido por las elites, a potencia económica global ha engendrado
desigualdades monumentales entre unos miles de nuevos multimillonarios y
millonarios en lo alto de la pirámide y cientos de millones de empobrecidos
trabajadores, campesinos y emigrantes en la base.
La rápida acumulación de riqueza y capital de China ha sido
posible a través de una intensa explotación de sus trabajadores a los que se
despojó de sus anteriores redes de seguridad social y condiciones reguladas de
trabajo que el comunismo garantizaba. Millones de hogares chinos han quedado
desposeídos a fin de promover a los promotores/especuladores inmobiliarios que
se han dedicado después a construir oficinas de alto nivel y apartamentos de
lujo para las elites internas y extranjeras. Esos rasgos brutales de ascendente
capitalismo chino han creado una fusión entre la lucha de las masas por un
lugar de trabajo y por un espacio para vivir que es mayor cada año. El eslogan
de los promotores/especuladores de “hacerse rico es maravilloso” ha perdido su
capacidad de engañar a la gente. En 2011, había alrededor de 200.000 fábricas
costeras urbanas que englobaban pueblos rurales. El próximo paso, que seguro se
producirá, será la unificación de estas luchas en nuevos movimientos sociales
nacionales con una agenda de clase exigiendo la restauración de los servicios
educativos y sanitarios disfrutados bajo la era comunista así como una mayor
porción de la riqueza de China. Las actuales demandas de mayores salarios
pueden convertirse en demandas de mayor democracia en el lugar del trabajo.
Para responder a estas demandas populares, los nuevos liberales compradores
occidentalizados no pueden señalar hacia su “modelo” en el imperio
estadounidense, donde sus trabajadores están inmersos en un proceso por el que
les están despojando de los mismos beneficios que los trabajadores chinos están
intentando recuperar.
China, asolada por un conflicto político y de profundización
de los enfrentamientos de clase cada vez más profundo, no puede mantener su
deriva hacia el liderazgo económico global. Las elites chinas no pueden
afrontar la creciente amenaza militar imperial global de EEUU, con sus aliados
compradores en la elite liberal interna, mientras en el país la sociedad está
profundamente dividida con unas clases trabajadoras cada vez más hostiles. La
época de explotación desenfrenada de la mano de obra china tiene que terminar
para poder enfrentar el cerco militar estadounidense de China y el
desbaratamiento económico de sus mercados en el exterior. China posee enormes
recursos. Con más de 1.500 billones de dólares en reservas, China puede
financiar un amplio programa sanitario y educativo nacional por todo el país.
China puede permitirse poner en marcha un “programa de
vivienda pública” intensivo para los 250 millones de trabajadores que han emigrado
del campo y que en la actualidad están viviendo en la miseria urbana. China
puede imponer un sistema fiscal progresivo a sus nuevos multimillonarios y
millonarios y financiar las pequeñas cooperativas agrícolas familiares y las
industrias rurales a fin de reequilibrar la economía. Su programa de desarrollo
de fuentes energéticas alternativas, como paneles solares y energía eólica, son
un prometedor comienzo para abordar su grave contaminación medioambiental. La
degradación del medio ambiente y los problemas relacionados con la salud están
ya preocupando a decenas de millones de chinos. En última instancia, la mejor
defensa de China contra las invasiones imperiales es un régimen estable basado
en la justicia social para cientos de millones y una política exterior de apoyo
a los movimientos y regímenes antiimperialistas en el exterior, cuya
independencia es de vital interés para China. Lo que se necesita es una
política proactiva basada en empresas mixtas mutuamente beneficiosas, incluida
la solidaridad militar y diplomática. Hay ya un grupo pequeño, aunque
influyente, de intelectuales chinos que están planteando la cuestión de la
creciente amenaza militar estadounidense y están “diciendo no a la diplomacia
de las cañoneras” [9].
La China moderna cuenta con multitud de recursos y
oportunidades de los que no disponía la China del siglo XIX, cuando se vio
subyugada por el Imperio británico. Si EEUU prosigue intensificando su política
agresiva militarista contra China, Pekín puede poner en marcha una seria crisis
fiscal inundando el mercado con varios de sus cientos de miles de millones de
dólares en bonos del Tesoro estadounidense. China, una potencia nuclear,
debería contactar con su vecina Rusia, armada y amenazada por igual, para
enfrentar y frustrar los belicosos comentarios de la secretaria de estado
Hillary Clinton. El próximo presidente ruso Putin ha prometido incrementar el
gasto militar del 3% al 6% del PIB en la próxima década para contrarrestar la
ofensiva de bases de misiles de Washington en las fronteras de Rusia y truncar
los programas de “cambio de régimen” de Obama contra sus aliados, como en el
caso de Siria [10].
China tiene redes poderosas comerciales, financieras e
inversiones por todo el planeta así como potentes socios económicos. Estos
lazos se han convertido en algo esencial para el crecimiento continuado de
muchos países en el mundo en desarrollo. Al enfrentarse a China, EEUU tendrá
que enfrentar la oposición de muchas elites poderosas de mercado por todo el
mundo. Pocos países o elites pensarían en vincular en el futuro sus fortunas
con un imperio económicamente inestable y basado en el militarismo y en
destructivas ocupaciones coloniales.
Es decir, la China moderna, como potencia mundial, es
incomparablemente más fuerte que a principios del siglo XVIII. EEUU no tiene el
apalancamiento colonial que el ascendente Imperio británico poseía en el
período previo a las Guerras del Opio. Además, muchos intelectuales chinos y la
inmensa mayoría de sus ciudadanos no tienen la intención de aceptar que los
actuales “compradores occidentalizados” vendan el país. Nada aceleraría más la
polarización política en la sociedad china y adelantaría la llegada de una
segunda revolución social china que unos dirigentes pacatos sometiéndose a una
nueva era de pillaje imperial de Occidente.
Notas:
[1] John Hobson, “The Eastern Origins of Western
Civilization” (Cambridge UK: Cambridge University Press 2004).
[2] Ibid, Ch. 9 pp. 190-218.
[3] Ibid, Ch. 11, pp. 244-248.
[4] Richard Gott, “Britain’s Empire: Resistance, Repression
and Revolt” (London: Verso 2011) for a detailed historical chronicle of the
savagery accompanying Britain’s colonial empire.
[5] Hobson, pp. 253 – 256.
[6] Katrina Manson, “South Sudan puts Beijing’s policies to
the test”, Financial Times, 21.02.201 2, p. 5.
[7] Interview of Clinton, NPR, 26.02.12.
[8] La Jornada, 15.02.2012 (Mexico City).
[9] China
Daily (20.02.20 12).
[10]
Charles Clover, “Putin vows huge boost in defense spending”, Financial Times,
12.02.2012.
Versión en inglés:
http://www.palestinechronicle.com/view_article_details.php?id=19145
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor
mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo
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