¡¡¡ VIVA CRISTINA FERNANDEZ KIRCHNER NOBEL DE LA PAZ 2013 ¡¡
02-06-2012
Ignacio Ramonet imparte una
conferencia sobre “Utopías posibles. Objetivos de desarrollo del milenio”
Reivindicar la utopía
Enric Llopis
Rebelión
Cuando el realismo más ramplón aboca
a las curas de austeridad, el reinado de las primas de riesgo y los recortes
sin fin, la alternativa al pragmatismo pasa por reivindicar la utopía. Así
piensa Ignacio Ramonet, director de la edición española de Le Monde
Diplomatique y fundador de ATTAC, que ha impartido una conferencia en el
Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) con el título de “Utopías posibles.
Objetivos de desarrollo del milenio”.
Que el mundo de hoy no se sostiene en
las circunstancias actuales es algo empíricamente demostrable. Si los 7 mil
millones de habitantes de la tierra vivieran como el americano medio, harían
falta tres planetas. Por eso, subraya Ignacio Ramonet, “el rumbo de la
salvación de la humanidad no han de determinarlo la banca y los mercados, sino
los valores, la ética y la solidaridad; y, sobre todo, sin confundir el
crecimiento (que el capitalismo defiende y se realiza a costa de los recursos
del planeta), con el desarrollo sostenible”.
Hay quien connota negativamente la
idea de “utopía”, y la asocia a una quimera o a un proyecto irrealizable. Pero
se trata de una noción “en positivo” con varios siglos ya de recorrido. Ramonet
recuerda el relato de Tomás Moro (“La utopía”), escrito en el siglo XVI, en el
que éste pensador político (además de consejero del monarca inglés Enrique
VIII) revela cómo ha de ser la sociedad ideal, cómo funcionará su economía, el
urbanismo, la constitución, las relaciones personales y hasta la vida
cotidiana. “El éxito del libro es que el título se ha convertido en un concepto
que ha perdurado en el tiempo”, destaca el pensador.
Sin embargo, no todas las utopías se
han realizado con éxito. Y eso que se basaban en proyectos supuestamente
racionales y elaboraciones teóricas dirigidas a un nuevo modelo de sociedad.
Ramonet pone los ejemplos de la utopía hitleriana de la selección racial y el
mito ario, que culminó en los campos de exterminio y la II Guerra Mundial; la
utopía estalinista, que pretendía el paraíso terrenal de la clase obrera y
degeneró en el gulag; la utopía político-religiosa de los talibanes en
Afganistán, o de los jemeres rojos en Camboya. “Hay casos, parafraseando a
Goya, en que el sueño de la razón produce monstruos”, concluye Ramonet.
La utopía continúa siendo, a pesar de
todo, un concepto “fecundo”, en opinión del autor de “La explosión del
periodismo”, “La catástrofe perfecta” e “Irak. Historia de un desastre”, entre
otros libros. Pero a condición de que supongan un aumento de la libertad, la justicia,
la solidaridad, la justicia y el progreso. “Que supongan, en definitiva, más
humanidad”. Con todas sus limitaciones y carencias, Ramonet apunta algunas
conquistas que en el pasado se consideraron meras utopías: la abolición de la
esclavitud, los avances del feminismo y de la democracia, la fundación de
Naciones Unidas e incluso la construcción de una Europa unida como espacio para
el progreso político y económico.
El periodista propone una mirada
objetiva al Sur, lo que permite observar que el mundo continúa plagado de
lacerantes injusticias. Por eso tiene sentido hoy reivindicar la utopía. El
mundo es actualmente mucho más desigual que hace 50 años: si en 1960 el 20% de
la población más rica acumulaba ingresos 30 veces superiores a los del 20% más
pobre de la población mundial, en el año 2010 la brecha entre estas dos franjas
pasaba a ser 85 veces superior a favor de los más ricos. En 46 países del mundo
(muchos de ellos africanos) el PIB ha disminuido respecto al de hace dos
décadas. No faltan cifras para el escarnio. En ocho países de África la
esperanza de vida se sitúa en los 40 años (la de una mujer occidental puede
situarse en torno a los 80 años); 3.500 millones de personas (la mitad de la
humanidad) malviven con menos de dos euros diarios.
La gran tragedia es que hay recursos
disponibles en el mundo para evitar que, como sucede actualmente, 40.000
personas mueran diariamente a causa de la pobreza, que 1.250 niños fallezcan al
día de enfermedades curables o que un tercio de la humanidad viva sin agua
potable ni electricidad. Precisamente para atajar estas lacras, recuerda
Ignacio Ramonet, Naciones Unidas planteó en el año 2000, en un contexto marcado
por el final de la Guerra Fría, los Objetivos del Milenio, que se resumen en
ocho metas: erradicación de la pobreza; extensión de la educación primaria
universal; igualdad entre los géneros; reducción de la mortalidad infantil;
mejora de la salud materna; detener el avance del SIDA y otras epidemias;
protección del medio ambiente y promover una asociación mundial para el
desarrollo.
La gran cuestión. ¿Hay recursos
disponibles en el mundo para erradicar la pobreza? “Si algo abunda en este
mundo es el dinero”, responde Ramonet, “pero el sistema financiero lo crea para
los mercados, no para los ciudadanos”. “Lo que realmente falta es voluntad
política”. Y en este punto las cifras, más que apelar al sector analítico del
cerebro, mueven a la rabia y al enojo. Según la ONU, para suprimir el hambre en
el mundo sería suficiente con una inversión de 13.000 millones de euros
anuales. El dato no dice mucho en sí, pero aclara las cosas, más bien grita en
su estridencia, si se compara con los 23.000 millones de euros que cuesta el
rescate de Bankia, los 600.000 millones del plan de rescate lanzado en 2011 (uno
entre tantos) por Obama para la banca estadounidense; o los 85.000 millones de
euros que hace dos años el FMI y el Fondo de Rescate Europeo destinaron a dos
bancos irlandeses.
Mientras una mujer muere cada minuto
en el mundo a causa de problemas en el parto, vivimos hoy una verdadera “utopía
regresiva, una utopía al revés, con menos solidaridad, mengua de las pensiones,
merma de derechos básicos como la salud y la educación, y pérdida creciente de
puestos de trabajo”. En la Unión Europea es éste el pan de cada día en unas
economías arrojadas al precipicio por las elites políticas y financieras. Se
habla de falta de liquidez y de confianza pero, recuerda Ignacio Ramonet, según
el Banco Central Europeo (BCE) el fraude fiscal en la UE asciende a 250.000 millones
de euros, cantidad que en buena parte se refugia en paraísos fiscales. En
España, las empresas cotizadas en el Ibex35 repartieron en 2009, con la crisis
ya golpeando, dividendos entre sus accionistas por valor de 32.300 millones de
euros, un 19% más que en el año anterior. Es decir, hay recursos, sobran
incluso, pero falta energía política que obligue a canalizarlos en beneficio de
los ciudadanos.
El hambre y la pobreza constituyen,
en fin, un estigma por sí mismos, pero además generan otras consecuencias como
los masivos flujos migratorios que, “en contra de lo que nos cuentan los medios
convencionales, afectan principalmente a los países del sur”, explica el
director de Le Monde Diplomatique. Sequías, hambrunas y desplazamientos por la
guerra de millones de personas en África y Asia, nada tienen que ver con la
inmigración como problema a la que se refieren los medios de comunicación del
Norte. Y a ahondar en la pobreza de los países de la periferia del mundo
contribuyen asimismo los mercados. Ignacio Ramonet explica el proceso: en 2008,
con el estallido de la crisis, los capitales especulativos abandonan las
finanzas y se reorientan hacia los mercados de alimentos y materias primas.
Esto provocó revueltas y crisis en más de 60 países e incluso la caída de
varios gobiernos.
Teóricamente, para abordar en
profundidad estas cuestiones se reunirá próximamente, entre el 20 y el 22 de
junio, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible (Río+20)
en Río de Janeiro. Mucho más cabe esperar de la Cumbre de los Pueblos que se
celebrará en paralelo en la misma ciudad y que se centrará en la “Justicia
Social y Ambiental”. Se espera que acoja el triple de participantes que la
reunión oficial, y bien podría estar presidida por una cita de Gandhi, que
Ignacio Ramonet suele recordar: “La tierra tiene recursos suficientes para
satisfacer las necesidades de todos, pero no para dar satisfacción a la
avaricia de algunos”.
Rebelión ha publicado este artículo
con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando
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