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Córdoba, Argentina



19 y 20 de diciembre de 2001.-



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jueves, 3 de junio de 2010

Argentina: EL BICENTENARIO POPULAR

Jueves, 3 de junio de 2010
Dos reflexiones sobre las celebraciones del Bicentenario
Los ecos de una fiesta popular
Por Rubén Dri *


Una pueblada diferente

Del 22 al 25 de mayo el centro de Buenos Aires fue una marea incontenible de pueblo haciendo estallar sus ganas irrefrenables de festejar, produciendo, de esa manera, una de las grandes “puebladas” que desde mediados del siglo pasado vienen jalonando la historia nacional. Pero se trata de una pueblada “diferente” y si bien cada pueblada tiene su sello particular y es diferente a las otras, ésta lo es de manera especial. En primer lugar, debemos preguntarnos sobre la categoría “pueblo”. Parece que se trata de una categoría borrosa, propia de analfabetos tercermundistas que no entienden que la sociedad está dividida en clases sociales y, de esa manera, mezclan las clases y de un abigarrado de ellas hacen una especie de sujeto denominado “pueblo”. De hecho, diversas agrupaciones políticas que pretenden orientarse con un programa “progresista” se dicen pertenecientes al “centroizquierda”.

Una mirada general a la conformación de las sociedades por el capitalismo en el Primer y en el Tercer Mundo nos hará comprender lo que abarca la categoría “pueblo”. En el Primer Mundo, en su epicentro, allí donde tiene sus raíces, el capitalismo produce una diferenciación clara de clases sociales que se expresan a nivel político, en sus correspondientes partidos. Diferente es su comportamiento en el Tercer Mundo, donde el capitalismo es introducido desde fuera. Aquí las clases se presentan con contornos borrosos, difícilmente articulables en partidos clasistas. La dominación configurada como “oligarquía” se ejerce sobre un conglomerado donde figuran trabajadores ocupados y desocupados, campesinos, villeros, cuentapropistas, empleadas domésticas, trabajadores temporarios, pueblos originarios, comunidades de diverso tipo. Todos estos sectores que sufren las consecuencias de la dominación tienden a conformar el “pueblo”. “Tienden”, porque no necesariamente lo conforman, porque ser pueblo significa ser sujeto-pueblo. Nadie es sujeto sino que se hace sujeto, se crea como sujeto. Esto vale para el sujeto individual y el colectivo, cualquier sujeto colectivo sólo es tal en la medida en que decide serlo. Devenir sujeto, hacerse sujeto, es un proceso continuo, dialéctico. En la medida en que el sujeto deja de hacerse, de ponerse, es llevado por delante, es reducido a objeto manipulable. Las “puebladas” son los momentos en que el pueblo decide dejar de ser objeto, dejar de deslizarse hacia la objetualización y revertir la marcha. Son momentos de refundación.

La historia de nuestro país vista desde abajo es la historia de sus puebladas. Desde mediados del siglo pasado hasta el Bicentenario podemos distinguir cuatro grandes puebladas desde las que el pueblo se rehizo y comenzó una nueva etapa histórica. La primera es la del 17 de octubre de 1945 con que se construye la “nueva Argentina” de pleno empleo, violentamente reprimida en 1955. La segunda tiene lugar en Córdoba, el 29 de mayo de 1969, que inaugura una nueva etapa que triunfa en 1973 y sólo es vencida mediante un verdadero genocidio. Fueron dos puebladas en las que el sujeto-pueblo no sólo ocupaba el espacio público sino que lo hacía con un proyecto, organizaciones y liderazgos capaces de llevarlo a cabo. Diferente es la pueblada que se produce el 19-20 de diciembre de 2001, porque esta vez como en las anteriores se rechazaba un modelo de país, pero no se tenía un proyecto alternativo, no había organizaciones ni liderazgos capaces de encaminar la fuerza popular hacia una construcción positiva. A partir de 2003 con la emergencia de un liderazgo que aparece en forma no prevista, por la ventana, diríamos, comienzan a cristalizar realizaciones que responden a lo que la pueblada había reclamado sin lograr realizar propuestas concretas. Todo el trabajo que habían realizado los movimientos sociales y de derechos humanos, los gremios en los ’90 van dando los frutos esperados.

Llegamos así al 2010, año del Bicentenario, cuando se produce una pueblada completamente distinta. Es la primera en la que no se reclama nada sino que sólo se festeja. Son cuatro días en que un río de pueblo nunca visto inunda el centro de Buenos Aires, festejando, a pesar de la infernal propaganda de la absoluta mayoría de los medios de comunicación en el sentido de que todo está mal y, en consecuencia, de acuerdo en esto con algunos grupos de izquierda, no hay nada que festejar. Un pueblo que, convocado o invitado por el Gobierno, sale a festejar de esa manera, lo hace políticamente. Da risa la torcida interpretación de voceros opositores que interpretan que el pueblo festejando dio un mensaje contrario al Gobierno, diciéndole que no está de acuerdo con su “crispación”. El pueblo bailó, cantó, saltó, dijo a los gritos que está contento, lo que no quiere decir que no tenga críticas o que no hay nada más que hacer. Puede verse la pueblada bicentenaria como la negación de la negación de la pueblada del 19-20 de diciembre del 2001. Esta expresó la utopía en negativo, ¡que se vayan todos! No se trataba en realidad de los individuos que ocupaban los puestos políticos, aunque necesariamente éstos se viesen involucrados, sino de la política neoliberal que había producido el desastre nacional. Ese mismo pueblo, que entonces no encontraba el camino de la recuperación, ahora celebra su encuentro. Si antes reclamó, luchó y fue atrozmente reprimido, dejando treinta compañeros asesinados, ahora celebra por el camino reencontrado, camino que hay que transitar y en muchos aspectos corregir. La lucha seguirá siendo ardua, pero ello no le impedirá festejar.

Nuestra historia siempre estuvo atravesada por dos proyectos antagónicos, uno incluyente y otro excluyente; uno que se mira a sí mismo y este sí mismo es no sólo la patria chica, sino la patria grande latinoamericana, y otro que mira hacia fuera desde la patria chica; uno industrialista y el otro agroexportador. Esos dos proyectos se han mostrado en la pueblada del Bicentenario. Nadie programó que la Presidenta no concurriese al Colón, ni que se realizasen dos Tedéum. La bifurcación se dio por la lógica misma del movimiento. Fue la manifestación de la vigencia de los dos proyectos antagónicos que una determinada “oposición” pretende ocultar con la hipocresía del “consenso”. ¿Acaso la “oposición” expresada por los grandes medios podía festejar, cuando se cansó de repetir que todo está mal, que la inseguridad se ha instalado entre nosotros, que el miedo reina en todas partes?

Lo que bajo la invocación al consenso y a la calidad institucional se quiere ocultar, el pueblo lo ha desocultado, y lo ha hecho de una manera inédita, festiva. Ningún accidente cuando una marea de millones de seres humanos se mueven, se encuentran, celebran, cantan y bailan, es no sólo una maravilla, sino un auténtico milagro que sólo un pueblo feliz puede hacer real.

* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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El país|Jueves, 3 de junio de 2010
Masas en la calle
Por Damián Pierbattisti *
La operación política montada por el único y verdadero partido de la oposición, el partido del monopolio mediático, puso de relieve, voluntaria e involuntariamente, el contenido de la confrontación en la que estamos inmersos. El precario y limitado escudo protector que intentaron brindarle al PROcesado jefe de Gobierno porteño durante la reapertura del Teatro Colón, incluyendo la exhibición de numerosos apologistas de la “mano dura” y la “memoria completa”, contrastó nítidamente con los millones de ciudadanos que se volcaron a las calles para festejar, compartir y sobre todo ratificar aquello que es el resultado directo de una acumulación política que construyó, al mismo tiempo, una territorialidad social irreversible y un nuevo piso de ciudadanía.

Aquel fin de semana asistimos a la verificación de una paulatina y paciente acumulación de fuerza de las fracciones sociales que libraron una disputa política, económica y, particularmente, cultural, contra un poder hegemónico que comienza a verificar taxativamente los límites objetivos de su expansión. El enfrentamiento con la Sociedad Rural y sus satélites produjo una auténtica “batalla cultural” que puso en crisis la reproducción social de una identidad política y moral que acaba de marcar el punto álgido de su decadencia con la reapertura del Colón (para pocos). Opuesto por completo a este gesto del más rancio y pobre elitismo, casi tan pobre como el lamentable Tedéum para la retaguardia cultural, política y mediática del macrismo, los recientes festejos del pueblo en las calles pusieron en evidencia la disparidad en la acumulación política y social de ambos bandos; en esta ocasión largamente favorable para lo que podemos comenzar a llamar “campo popular” y donde se expresa un estadio objetivo en la construcción estratégica de una fuerza social transformadora.

Las extraordinarias manifestaciones populares descubren, con Colón y todo, que la permanente campaña del partido del monopolio mediático para crear un clima desestabilizador y de hecatombe social no marca más que el agotamiento del ejercicio impune de un poder hegemónico, y por ende cultural, que se siente amenazado por la política de derechos humanos y los juicios a los genocidas, la reestatización de la “plata de los jubilados”, la Asignación Universal por Hijo, el “eje del mal” en el palco, por Chávez en la misma mesa y por explicar en Europa cómo se sale de las catástrofes sociales que tan frescas están para los que hoy se permiten expandir la energía de sus cuerpos en una celebración de millones. Pero, sobre todo, por la ley de medios y por el ADN postergado por años, que también está en los cimientos de su identidad política y moral. En definitiva es la intensidad de la amenaza que la derecha expresa por todos sus poros, y sus más variadas personificaciones, lo que signó el paso de todos los gestos destituyentes; que no se cansó de producir desde el inicio mismo del actual gobierno.

Mucho debemos aprender de tamaña manifestación de alegría popular. El carácter horizontal y festivo, la verdadera y auténtica expansión de las fuerzas del propio cuerpo en el cuerpo de los otros, fundamento mismo de la fuerza moral, marcaron una distancia absoluta con el discurso del miedo que proyectan aquellas jóvenes promesas del periodismo de la dictadura que fueron cómplices del genocidio. Las masas en las calles le otorgan un principio de realidad cualitativamente superior al objetivo estratégico de comenzar a construir una fuerza social que pueda traducirse, política, material y simbólicamente, en una sociedad donde la distribución del suelo, de la palabra, de los bienes culturales y de la riqueza producto del trabajo humano asuman formas cada vez más igualitarias para todos, ciudadanos y ciudadanas de nuestro país y del mundo.

Debemos ser profundamente conscientes de que para continuar avanzando en nuevas y victoriosas ofensivas tácticas estamos políticamente obligados a defender y preservar lo construido a lo largo de los últimos siete años. O dicho de forma más simple, como bien se dice por ahí: “No se puede subir el techo si no se garantiza el piso”. El período histórico que acaba de abrirse nos compromete a debatir, reflexionar, participar e investigar cómo profundizar lo que fue ratificado en las calles. Pero también nos exige tomar nota de las lecciones que nos dejó el curso de los últimos dos años: llevar las banderas rojas a los actos organizados por la Sociedad Rural y permitir entronizar al Opus Dei y al Poder Sojero en sus respectivas comisiones parlamentarias, para luego ser objeto de la admiración y de la estima de un revolucionario de la talla de Mariano Grondona, no es el camino más adecuado para construir una fuerza social emancipadora.

* Investigador del Instituto Gino Germani (UBA-Conicet).

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